La adicción a estar ocupado

La adicción a estar ocupado
Franz De Paula

Franz De Paula

Mente y espíritu

Piensa en la última vez que disfrutaste de un fin de semana sólo para ti. Ahora, intenta recordar la última vez que no tuviste planes en tu agenda para las siguientes tres o cuatro horas. Si no te acuerdas, quizá sea porque ni siquiera tenías agenda en aquella época. Crecimos jugando en el lodo, con tierra en las uñas y raspones en las rodillas. Nos divertíamos, platicábamos por horas y, por momentos, hasta nos aburríamos. Teníamos tiempo.

Hace poco platicaba con un amigo. Me preguntaba sobre mi libro y yo le contaba la aventura de publicarlo y planear más libros, en lugar de hijos. Comentó que el mío era el último libro que recordaba haber leído. Me llamó la atención su respuesta y le pregunté la razón. “Es queno logro leer”, dijo, “y cuando lo hago, no paso de un párrafo”. Después de varios intentos, dejó de encontrarle sentido. Se notaba que no lo había pensado bien sino hasta ese instante en que me lo explicaba. “Hace años no leo”, decía casi con horror. “Si leo algo, es pura basura. Leo en internet, ya no tengo tiempo para nada más…”

Él no es el único caso. De hecho, es una constante cuando toco el tema en las conversaciones que he tenido con la gente. Algo que les producía placer, consuelo o refugio, ahora ya no les emociona. Ya no pueden concentrarse en un solo asunto. Ya no leen porque no tienen tiempo. Están ocupados, tienen mucho que hacer. Familias enteras se dividen en numerosas actividades con horario estricto. La compulsión de las redes sociales, el correo, la mensajería instantánea o las compras es un pulso constante. Vivimos permanentemente conectados. Nos alimentamos de bocadillos de información envueltos en bolsas individuales de plástico. Nos transformamos en esa sociedad distópica sobre la que leíamos en los libros de ciencia ficción. Tras medio siglo de avances tecnológicos que nos prometían un mundo más rápido y fácil, estoy seguro de que tenemos menos tiempo y más estrés que en aquellos días. La conciencia se fracciona, se diluye. La red es una táctica de interrupción, pues así está programada: como un mecanismo para dividir la atención, fragmentar los pensamientos y dispersar la concentración. Descompone nuestra capacidad de asimilación, de introspección, de retención; nuestra memoria a largo plazo se deteriora. Vivimos una sobrecarga perceptiva. La gratificación inmediata y la estimulación constante generan adicción. Por querer estar en todos lados al mismo tiempo dejamos de estar aquí y ahora. Y si hay algo irrecuperable es el tiempo. Es lo que somos, porque es todo lo que tenemos.

Mi generación vio colisionar dos mundos, camina en ese doble filo: nacimos en la era análoga, que es parte de nuestra química mental, y ahora vivimos y trabajamos en la era digital, y comprendemos su importancia puesto que la vimos nacer. Ni una generación arriba ni una debajo de la mía puede decir lo mismo. El problema es que ya nos acostumbramos al acceso inmediato a todo, todo el tiempo. El infinito de las opciones nos envuelve como una niebla de confusión, apatía y sopor. Ya no sabemos elegir. Vivimos “cómodamente aturdidos”, como diría Pink Floyd. La avalancha de alternativas maquilla a la información como conocimiento, a la exageración la percibimos como abundancia y a la riqueza la vemos como felicidad. Somos animales armados y con dinero. Creemos que tenemos todo, pero nos falta algo.

Para combatir la adicción, se recomienda la desintoxicación. Si dejáramos internet por un mes, sin duda experimentaríamos un fuerte síndrome de abstinencia, pero después vendría un período de claridad. Podríamos enfocarnos, profundizar; leer de nuevo cuatrocientas páginas en atracones de varias horas y conversar tardes enteras, como todo el mundo hacía antes. Brindo por un balance entre el tiempo en línea y el tiempo libre, que para mí es más real.

Percatación

¿Qué significado tiene este término para nuestra especie? Significa darnos cuenta de lo que sucede en nuestro interior y en nuestro exterior; percatarnos de que no podemos estar en más de un lugar o ejecutar de forma efectiva más de una actividad al mismo tiempo: nuestro cerebro no está diseñado para la ubicuidad ni para la multitarea. Esto, desde luego, tiene que ver con nuestra forma de vivir a diario, con nuestras relaciones humanas inmediatas. ¿Cómo hablas con la gente que te importa? ¿Te comunicas con ellos realmente? ¿De qué forma y en qué circunstancias? El autocuestionamiento nos devuelve la conciencia de nuestra identidad y de nuestro lugar. Algo así como si regresaras de un desmayo o un coma: empiezas por preguntarte quién eres, cómo estás y dónde estás.

Percatarte significa observar, escuchar, atender. Algo similar sucede en nuestras conversaciones rutinarias: parte de la fragmentación del momento sucede cuando alguien habla contigo y escribe en su celular al mismo tiempo. ¿Qué pasó con esos días en los que podíamos sentarnos con la gente que más amábamos y tener largas conversaciones sobre nosotros mismos y nuestra forma de ver al mundo, sin prisa por hacer algo más? A mí me gustan las charlas reales, ésas donde mi interlocutor me atiende mirándome a los ojos. No me gustan los monólogos obligados mientras la otra persona finge oírme al tiempo que divide su atención entre mis palabras y las palabras que sus dedos intercambian con alguien más en una pantalla; o bien, alguien que te mira pero no te escucha porque está pensando en soltar su siguiente ingenioso comentario tan pronto acabes tú con el tuyo. Por momentos intenta oírte, pero está contigo sólo a medias. Justo por esa razón es recomendable leer en silencio o con música instrumental: el cerebro detecta lenguajes en planos inconexos y brinca su foco intermitentemente entre ellos, intentando entenderlos.

Es una cuestión de prioridades, creo yo, de dedicar tiempo a lo que es importante para ti en este momento, y luego a lo que siga en su propio momento. Es dedicarte con conciencia a lo que de verdad quieres. Pregúntate con frecuencia: “¿Es esto lo que realmente quiero hacer?”; y si tu respuesta es no, entonces pregúntate: “¿Qué quiero hacer ahora que me parezca más productivo o disfrutable?”.

Oigo a muchas personas quejarse de no tener tiempo para lo que quieren hacer, pero su tiempo lo dedican a lo que creen tener que hacer. Para muchos, por desgracia, estar ocupado significa tener dos o tres trabajos para lograr que su familia apenas sobreviva. El mundo experimenta diferentes realidades, y la pobreza y la injusticia son algo común en la mayoría de ellas. No debería ser así. Nadie debería venir a este mundo a padecerlo, sino a nutrirse con él, a encontrar un beneficio mutuo y a dejar lo mejor de sí mismo antes de partir. Hay que aprender a elegirlas decisiones que cambiarán al mundo y a todos los que vivimos en él. Somos el cambio que buscamos. Si el tiempo es nuestro único tipo de cambio —y no es infinito—, al menos yo quiero invertirlo en lo que realmente me importa. Y sobre todo, no quiero sufrirlo, quiero disfrutarlo.

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog