Hay días en los que me gustaría poner todo en pausa, tan sólo cerrar los ojos y descansar sin que el sonido de una notificación en mi computadora o mi celular interrumpa ese momento y sin sentir una necesidad imperiosa de abrir apps compulsivamente para darme un subidón de dopamina. ¿Cuál es mi objetivo? ¿Ver más fotos y videos? ¿Contactar a alguien? ¿Sumergirme en la red porque mi realidad me parece simplemente aburrida e insoportable?
Lo peor de todo es que no me percato de las cantidades industriales de contenido chatarra que consumo sino hasta que miro el reloj y, de pronto, soy consciente de que he pasado horas enteras haciendo un movimiento mecánico con el dedo, al tiempo que mi cerebro es bombardeado con información inútil que probablemente olvidará un segundo después.
Al sumergirme en las redes sociales, me doy cuenta de dos cosas importantes: una, que al hacerlo estoy dejando de lado otras actividades que antes eran significativas para mí, como practicar la guitarra, leer o, incluso, salir a dar un paseo; dos, que entre más nos conectamos a nuestras redes, más nos desconectamos de las personas reales que tenemos frente a nosotros.
Eso me hace preguntarme varias cosas: ¿en qué momento se perdieron las conversaciones significativas? ¿Cómo es posible que nos cueste tanto trabajo entablar una conversación con un desconocido? ¿Por qué nos da tanto miedo el otro y, al mismo tiempo, buscamos desesperadamente la compañía de otras personas en apps como Tinder, Tandem, Instagram y Facebook? Pareciera que poco a poco nos sentimos más cómodos en nuestra piel digital que en la física. O bien, quizá lo que pasa es que somos adictos a las redes sociales.
De acuerdo la Organización Mundial de la Salud, una adicción es una “enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación”, y la Asociación Estadounidense de Medicina para las Adicciones —ASAM, por sus siglas en inglés— añade, además, que la gente que sufre una adicción se involucra en conductas que se hacen compulsivas y que persisten a pesar de sus consecuencias dañinas.
Muchas personas no lo saben, pero las redes sociales —al igual que las drogas, el alcohol, las apuestas y los videojuegos— pueden generar una adicción. Dos de los síntomas más claros de ésta son el aumento significativo en el tiempo que pasamos conectados a una plataforma y la compulsión de estar “en línea” en cualquier momento, incluso a altas horas de la madrugada. En lo personal, cuando medí mi tiempo en pantalla y registré que pasaba dos horas al día tan sólo en TikTok, supe que tenía que hacer algo para reducir mi consumo de redes. Para muchos ese número quizá no sea alarmante, pero a mí me consternó la idea de que, en esas mismas dos horas, habría podido leer una veintena de páginas, practicar alguno de los idiomas que estoy estudiando o, sencillamente, tener una plática profunda e inteligente con alguien.
Por otro lado, noté que mi estado de ánimo durante el día dependía mucho de aquello que había visto en el celular a primera hora de la mañana. Y es que lo primero que hacía tras abrir los ojos era estirar el brazo, tomar el celular y comprobar mis notificaciones. Así, sin darme cuenta, antes de levantarme ya me había comparado con la vida aparentemente perfecta de los demás y me había dejado invadir por la prisa y la ansiedad debido a un correo electrónico del trabajo.
Por estas razones, tomé la decisión de apagar mi celular antes de irme a dormir, con el objetivo de que no fuera una constante tentación en el transcurso de la noche o a primera hora de la mañana, y compré un reloj despertador para dejar de depender de la alarma electrónica, que es un factor de estrés matutino. Otra de las acciones benéficas que llevé a cabo fue establecer un límite en el tiempo que podía pasar en pantalla —la mayoría de los celulares tiene esa función disponible y la puedes encontrar en la sección de Configuración.
Sin embargo, creo que la decisión más satisfactoria que tomé fue desactivar todas las notificaciones en mi celular. ¿La razón? Porque con frecuencia caemos en el “agujero del conejo” gracias a que una notificación nos enganchó y ahí comenzamos el ciclo del scroll down sin fin. Ahora, para saber si recibí un mensaje, un correo, un like o un comentario, tengo que ingresar a la app, cosa que sólo hago un par de veces al día.
Estas pequeñas pero significativas acciones me han ayudado a gestionar mi adicción a las redes sociales, pero sigo en el proceso de desintoxicarme de ellas. Antes de terminar, quisiera recomendarte un excelente libro de Jaron Lanier, titulado 10 razones para borrar tus redes sociales de inmediato; en éste, el gurú tecnológico dice que para liberarnos, para ser más auténticos, menos adictos, menos manipulados y menos paranoicos —y por muchas excelentes razones más—, sólo hay una cosa que hacer: borrar nuestras cuentas.
Yo no te sugiero que las borres, pero sí que reflexiones sobre su uso, sobre tu consumo, sobre las razones que te tienen ahí y sobre si eso realmente te hace feliz. Porque ese fue uno de los motivos más significativos para dejar atrás mi adicción: darme cuenta de que la vida está pasando aquí y ahora, y de que sería muy triste llegar al final y darme cuenta de que desperdicié el tiempo que tenía en algo que ni siquiera me brindó felicidad…