
Aclaro de antemano: como tal, el Premio Nobel de Ecología no existe. Desde 1901 hasta hoy, las categorías vigentes en el galardón de la Academia Sueca son: Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura, Paz y Ciencias Económicas; este último, por cierto, fue entregado por primera vez en 1969 por el Banco Nacional de Suecia, en memoria de Alfred Nobel.
Sin embargo, los estudios sobre ecología con frecuencia han sido indirectamente reconocidos con el Nobel. Recordemos que en 1995 el científico mexicano José Mario Molina-Pasquel y Henríquez (1943-2020) fue laureado con el Nobel de Química —junto con el estadounidense Frank Sherwood Rowland (1927-2012) y el neerlandés Paul Jozef Crutzen (1933-2021)— por sus contribuciones al conocimiento de la química atmosférica y por la predicción del adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de los gases industriales conocidos como clorofluorocarbonos o CFC.
Al igual que el Nobel, en el mundo científico existen otros premios que se otorgan para destacar, laurear y recompensar las acciones de individuos y organizaciones en beneficio de la humanidad. Uno de estos “galardones alternativos” con la misma importancia social que el sueco es el Frontiers Planet Prize, el cual según sus organizadores reconoce y celebra avances significativos en la ciencia de la sostenibilidad —la cual, dicho sea de paso, busca satisfacer los requerimientos del presente sin comprometer las necesidades de futuras generaciones.

Dicho galardón lo otorga la Frontiers Research Foundation, una organización sin fines de lucro con sede en Lausana, Suiza, fundada en 2006 por el matrimonio de neurocientíficos Henry y Kamila Markram, con la misión de acelerar el desarrollo de soluciones científicas para una vida sana en un planeta sano, frase que engloba, en palabras llanas, el objetivo del llamado “Premio Nobel de Ecología”.
Además, el Frontiers Planet Prize condecora las soluciones que muestren un potencial medible para ayudar a la humanidad a permanecer dentro de los nueve límites del ecosistema Tierra, que son: el cambio climático, la integridad de la biósfera, la presencia de entidades químicas artificiales en el entorno, la capa de ozono, los aerosoles atmosféricos, la acidificación de los océanos, los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo, y los cambios en el agua dulce.
El apelativo de “Nobel de Ecología” aisgnado al Frontiers Planet Prize surgió, quizá, de los medios de comunicación que, en su afán de visibilizar la importancia de las investigaciones ecológicas y las prácticas individuales en favor de la salud del planeta, no dudaron en “parasitar” —en un sentido elogioso, no peyorativo— una marca tan respetada y reconocida como la del Nobel. Y esta estrategia ha servido, pues la sociedad es sensible a la idea de que las acciones e investigaciones realizadas en el campo de la sostenibilidad buscan como único fin evitar nuestra extinción y la del resto de los seres con los que compartimos el planeta.
La responsabilidad de elegir a los ganadores de entre los candidatos propuestos recae en un comité formado por más de cien científicos, y en la segunda edición del Frontiers Planet Prize que se celebró este 2024, el premio dotado con un millón de francos suizos se otorgó a tres investigadores por sus trabajos publicadas en revistas científicas: el doctor Pedro Jaureguiberry del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal, en Argentina; el doctor Peter Haase de la Senckenberg Society for Nature Research, en Alemania; y el profesor Jason Rohr de la Universidad de Notre Dame, en los Estados Unidos.

¿Y cuáles fueron los estudios laureados? Peter Haase descubrió el estancamiento de la abundancia de las comunidades de organismos invertebrados en cuerpos de agua dulce europeos desde el 2010, como resultado del cambio climático, las especies introducidas y la contaminación; el profesor Jason Rohr, por su parte, describió una iniciativa innovadora contra la esquistosomiasis, un mal parasitario que pone en riesgo a más de 800 millones de personas en todo el mundo.
En cuanto al Dr. Jaureguiberry, demostró claramente que, a nivel global, el cambio en el uso de la tierra y el mar, así como la explotación directa, han sido los dos impulsores dominantes de la pérdida global de biodiversidad en las últimas décadas, la cual “no sólo socava la resiliencia y la estabilidad de los ecosistemas, sino que también amenaza la provisión de servicios ecosistémicos fundamentales para el bienestar humano”, como acotó el científico en una entrevista.
Así, premios como el Frontiers Planet Prize son recordatorios del compromiso de la gente de ciencia por descubrir las verdades de la naturaleza sin más interés que nuestro bienestar futuro y el de nuestros hijos. Ojalá aún estemos a tiempo de contemplar cómo la ciencia y la sociedad logran traer luz al oscuro destino que nos espera, si no hacemos algo por proteger los finitos recursos de la Tierra.
