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Antiperfeccionismo: por algo los lápices tienen goma

Antiperfeccionismo: por algo los lápices tienen goma
Franz De Paula

Franz De Paula

Creatividad

Una página en blanco, el miedo al fracaso, el miedo al éxito, tu última victoria profesional, tu última frustración laboral, el talento de otro, la crítica de alguien más, la decepción a un tercero. Las razones para estar paralizado sobran. Esmerarte por la excelencia te motiva, esforzarte por la perfección te trastorna. El perfeccionismo no se trata de tener un alto nivel o una atención excesiva al detalle; en realidad, es muy parecido a todo lo que reprime nuestra creatividad: un modo de lidiar con nuestros miedos y proteger nuestro ego…

Felicidades, no eres perfecto

Lo más cercano a la perfección es cuando la gente aspira a un trabajo y habla sobre sí mismo. “Soy perfeccionista”, presume como un defecto de su profesionalidad obsesiva y como sinónimo de “Trabajo muy duro” o “Me esfuerzo mucho” —para impresionar a los demás. No es que haya algo malo en buscar la excelencia pero, en el fondo, sabemos que no se trata de eso. La creatividad te estimula a crear cosas nuevas, a cambiar condiciones o romper rutinas; te hace pensar en tener tu propio negocio y no depender de nadie, o en dar un giro de ciento ochenta grados a tu vida y hacer algo diferente. Y todo se reduce a dar el primer paso: hacerlo. Pero el perfeccionismo parado en tu hombro reta a cualquier entusiasmo. Como un narcótico, te envuelve fácilmente. Puede resultar un modo de hacerte creer que estás haciendo algo bien, similar a la multitarea: crees que está bien porque lo haces por las razones “correctas”, pero en realidad te frena; y no sólo es capaz de retrasar tu proyecto actual: te desvía del camino para terminarlo o para empezar uno nuevo. Titubeas, desconfías, sólo ves fallas. Estando estático, das pasos en falso.

Quizá buscas ser perfecto para evitar o minimizar el dolor, la crítica, la culpa o la vergüenza. O tal vez porque te disgusta la mediocridad o te gusta tener un nivel más alto que el promedio. Pero justo ahí radica la trampa: con el argumento de alcanzar la meta de la perfección, te convences de que siempre hay algo más que hacer. Esa familiar y constante sensación de que nunca es suficiente. Escapar de tal hábito no es fácil debido a cómo fuiste educado: eras recompensado por las buenas calificaciones, por ganar competencias o hacer un buen trabajo; pero la alabanza y el premio generan resistencia a hacer cualquier cosa que sea menos que perfecta. Frente a esto, quedarse inmóvil parece ser la opción.

La escala del perfeccionista

Si examinas la idea detrás del perfeccionismo, notarás una arrogante falla: no hay lugar para la imaginación. Asumes que eres el único en saberlo todo, que nada ni nadie puede aportar algo mejor para ti. Pero, en realidad, la creatividad nace de situaciones inesperadas, incluso del conflicto. Se nutre de la retroalimentación de los demás. Una mente abierta está en constante movimiento, y todo proceso creativo implica hacerse preguntas, elegir entre varias opciones, tomar riesgos. La incertidumbre no es mala y la imperfección es parte de la belleza de la naturaleza; es parte de todos, de la vida misma. Lo que es perfecto es frío, aséptico, estéril; está calculado, no tiene alma. Si no hace vibrar tus entrañas mentales, está vacío.

Naufragamos en tormentas en medio de un océano de detalles, sin tiempo para resolver problemas. Navegamos en la cultura frenética de lo desechable, de pastillas y gimnasios, de divanes y cirugías. El mundo es un juez intolerante en un sistema que nos inculca ser perfectos. Esperar las condiciones ideales para hacer algo es eludir y no producir. El perfeccionismo no es más que una postergación maquillada de buenas intenciones. Tiene un carácter dogmático: deriva en excusas que posponen todo en nombre de algo más elevado; en este caso: la perfección. Lo perfecto no se equivoca, no se enferma ni muere. Nada está más alejado de la naturaleza humana, pues la creatividad significa dejar ir las certezas. No existen los éxitos ni los fracasos, sólo la retroalimentación.

No tengas miedo de la perfección, nunca la alcanzarás.
Salvador Dalí

El conocimiento no es una línea de aciertos. Nueve de cada diez avances nacieron de un error, que es el proceso de la innovación, la prueba de los límites. No existe la perfección; en nuestro universo no existe lo absoluto, todo es relativo. Nada es bueno o malo fuera de nuestra cabeza; vemos las cosas no como son, sino como somos. El fracaso es sólo un término que inventamos para definir un evento humano que a unos los vence y a otros los impulsa. El único error es no seguir intentando. Las ideas innovadoras son revelaciones que emergen de los errores como burbujas. El mundo necesita tu pasión y tu creatividad, que te sientas vivo. La vida pasa demasiado rápido para que tu miedo decida.

El universo que conocemos surgió de entre posibilidades e irregularidades infinitas, como la formación de la materia en cúmulos de gravedad. La próxima vez que te reclames por un error, recuerda que de no ser por la imperfección de la naturaleza, ni tú ni yo estaríamos aquí. Tú posees y eres algo inimitable y específico que puedes ofrecerle al mundo. Nadie empata contigo porque estás en tu única categoría, y por eso la idea de competencia no sirve: nadie se parece a nadie. Todos somos iguales en nuestro derecho a ser diferentes. La comparación es un ladrón de la creatividad y de la diversidad de la vida. Experimenta, cruza límites, vuélvete loco. Empuña tu imperfección como la firma de tu propia naturaleza. El que no haya cometido un disparate, que lance el primer error.

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