Creatividad para encontrar el sentido de la vida

Creatividad para encontrar el sentido de la vida
Ana Pazos

Ana Pazos

Creatividad

‟¿La vida tiene sentido?”, preguntó el profesor de filosofía una mañana. Cursábamos el segundo semestre de la carrera y varios de mis compañeros contestaron que sí en coro. Los demás permanecimos en silencio, pensando. El profesor paseó la mirada por la clase y la detuvo en mí. ‟¿Tú qué opinas?”, dijo. Lamenté mi suerte por haber sido elegida y, después de una pausa larga, respondí: ‟No sé”. Él sonrió diciendo que aquella era una respuesta adecuada. Pero, ¿cómo era posible?

La inquietud por el sentido de la vida, que podemos reconocer cuando nos hacemos las preguntas ¿vale la pena vivir? o ¿cuál es la razón de mi existencia?, no tiene una respuesta absoluta. Para Platón, por ejemplo, el sentido de la vida era alcanzar una forma superior de conocimiento; su discípulo Aristóteles, en cambio, afirmaba que la virtud era la fuerza que debía dirigir nuestros pasos; y a mediados del siglo XX, tras haber sido liberado de un campo de concentración nazi, el psiquiatra vienés Viktor Frankl afirmó que la búsqueda de sentido debía ser el motor de nuestra existencia.

Después de haber tenido más que tiempo suficiente para meditarlo, si hoy volvieran a preguntarme sobre el sentido de la vida, yo diría que es una cuestión de creatividad. Y esto se vuelve particularmente complejo al terminar nuestra etapa formativa. Me explico…

Primero, el sentido nos es dado

Durante los primeros años de vida, el camino suele ser trazado por nuestros padres. A lo lejos, el horizonte se vislumbra luminoso y azul, como si una línea recta sin muchos obstáculos ni desviaciones fuera a conducirnos al futuro. En este punto, el sentido parece claro: a muy grandes rasgos, consiste en complacer a aquellos que nos dieron la vida con tal de que nuestras necesidades sean satisfechas.

"A lo lejos, el horizonte se vislumbra luminoso y azul"

Más tarde, la escuela se convierte en nuestro principal mapa de sentido. Y, nuevamente, transitamos vías ya hechas, ascendentes, como si se tratara de un videojuego en donde cada año debemos enfrentarnos a diferentes pruebas —aprobar materias, obtener méritos— para ganarnos el derecho de jugar en un nivel más desafiante. Así vamos saltando de mundo en mundo, con la mirada fija en una línea de meta dibujada por un tercero.

Algunos desisten antes de terminar los estudios y buscan encontrar el objeto de su existencia fuera de las aulas. Otros permanecen en este sistema hasta graduarse en la preparatoria; entonces, al tener que decidir el rumbo por ellos mismos,  pueden toparse con el primer gran obstáculo del trayecto: ¿hacia dónde enfocar los esfuerzos? y, lo más importante, ¿para qué? En el caso de quienes eligen estudiar una carrera universitaria, el ‟videojuego” comienza de nuevo: ante sus ojos se desdobla un menú de objetivos y retos que proporciona una sensación de dirección. Sin embargo, aunque intentemos repetir tal esquema en el trabajo y otras esferas de la vida, tarde o temprano debemos convertirnos en nuestros propios programadores de sentido; de lo contrario, al no reflexionar sobre el qué o el para qué de nuestras acciones, seríamos meros juguetes del azar.

Somos los creadores del sentido

Hay quienes dicen que la vida tiene sentido por sí misma; no obstante, lo anterior resulta difícil de aceptar cuando nos enfrentamos al sufrimiento más profundo, a la enfermedad y la muerte… Si el futuro que habíamos imaginado para nosotros se torna nebuloso, podemos sentir que avanzamos hacia un precipicio; así le sucedió a Viktor Frankl —creador de la logoterapia— el día que dejó de ser un respetado médico a punto de publicar un libro científico que le tomó dos décadas escribir, para convertirse en el prisionero de un campo de concentración nazi. De pronto, Frankl tuvo que separarse de su mujer —quien se encontraba embarazada de su primer hijo—, despedirse para siempre de su madre, asumir la muerte de su padre y ver destruido, a manos de un impasible guardia, el trabajo de una vida entera; todo ello en el entorno más cruel que podamos imaginar. ¿Cómo encontrar el sentido en circunstancias tan desoladoras?

Viktor Frankl, creador de la logoterapia

En su libro El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl narra su experiencia en el campo de Theresienstadt. Mientras algunos de sus compañeros optaban por el suicidio y otros se refugiaban compulsivamente en el pasado, Frankl decidió reconstruir la obra que le habían arrebatado: escribía los fragmentos que iba recordando en pequeños pedazos de papel y, por las noches, impartía conferencias ante un público atento pero imaginario; además, durante los trabajos forzados, apaciguaba el sufrimiento al mantener largas conversaciones mentales con su esposa. Así demostró que, hasta en el escenario más lúgubre, el ser humano es capaz de conferirle sentido a su vida.

‟El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en terribles estados de tensión psíquica y física”, asegura Frankl. Entonces, la energía para continuar encontrando motivos y proyectando sueños —algo primordial para mantenerse lejos de los estados depresivos— se encuentra dentro de nosotros, en la capacidad para aprovechar todas las circunstancias de la vida y lograr un crecimiento interior, lo cual requiere de creatividad.

Y con esto no me refiero necesariamente a la creatividad artística. Vincent van Gogh, por ejemplo, expresaba su mundo interior a través de la pintura; pero su paleta de colores cálidos y los cielos que ondulan sobre campos de girasoles no deben engañarnos: sus cuadros constantemente transmiten soledad, y la desesperación es visible en las pinceladas nerviosas que los conforman. En 1890, Van Gogh pintó Trigal con cuervos, una escena siniestra, distorsionada, que imaginó antes de suicidarse; para él, la vida ya no tenía sentido, ni siquiera el arte podía confortarlo. En su interior sólo existía la locura, que lo abarcaba con sus alas negras y brillantes.

Vincent Van Gogh, "Trigal con cuervos" (1890)

Un hombre libre se suicida sin más motivos que los de su cabeza y otro, entre las paredes de un campo de concentración, se inspira en el sufrimiento para crear un tipo de psicoterapia basada en la búsqueda de sentido. ¿Qué diferencia existe entre ambos? Queda claro que uno tenía mucha mayor tolerancia a la frustración que el otro y, por tanto, un mayor equilibrio mental. Pero también cabe mencionar otra cualidad: la voluntad de alimentar el mundo interior para resistir las atrocidades del exterior.

Otro ejemplo de creatividad en la confección del sentido podemos encontrarlo en la película Sueño de fuga (1994) [1] , que narra la historia de Andy Dufresne, un hombre injustamente encarcelado por el asesinato de su esposa. En el violento microcosmos de la prisión, Andy encuentra la libertad interior y también una pasión —la de montar la mejor biblioteca carcelaria de Nueva Inglaterra— que lo ayudaría a tolerar sus años de encierro.

Ahora entiendo por qué no existe una respuesta concreta a la incógnita del sentido de la vida: éste es único y personal, fruto de nuestros deseos pero también de nuestra capacidad de aprovechar las experiencias —sobre todo las dolorosas— para madurar espiritualmente. Así que no importa si nuestra razón de existir consiste en la trascendencia, la salvación, el autoconocimiento o el placer… al final, lo único que se necesita para seguir adelante es un poco de imaginación.

Cierre artículo

[1] Conocida originalmente como Shawshank Redemption y basada en la novela Rita Hayworth and Shawshank Redemption de Stephen King.

Recibe noticias de este blog