
Hace días caminaba buscando algo. No sabía muy bien qué, pero sí que me sentía malquerido, confundido y cabizbajo. Quería huir de mí mismo y del agobiante compañero con quien había estado charlando y filosofando —o, más bien, luchando— desde hacía un par de días. Así que necesitaba algo que me librara de ese malestar.
Pero, ¡disculpa, estimado lector! No me presenté. Me llamo Balam, que significa ‘jaguar’ en maya, y mi compañero se llama León. Decía entonces que estábamos yo y León, o León y yo —el que sea el mejor, pues que sea primero—, discutiendo una interesante cuestión existencial en la que parecía imposible ponernos de acuerdo: la autoestima.
León decía: “Tú no eres grande porque no te lo crees; yo a diario me reafirmo lo bello y fuerte que soy”. A lo cual yo objetaba que el valor de una persona reside en lo emprendedora, activa e inteligente que ésta es, aunque no sea llamativa o famosa. “Eres un tonto, lo que importa no es lo que eres sino cómo te sientes y cultivas a ti mismo para lograr metas y gustarle a los demás”, me dijo él. Fue en ese instante cuando rompí en enfado y me largué con rumbo al muy nocivo —pero muy socorrido— templo de la distracción mental, el consumo innecesario y las sonrisas pagadas de empleados tristes pero bien capacitados; es decir, al centro comercial.
Quizá tú, al igual que yo, te has preguntado qué es y en qué consiste eso que llamamos autoestima, y también has terminado en uno de estos tóxicos lugares cuestionándote por qué hay tantos libros y tantas conferencias y cursos para tan innecesario y presuntuoso atributo. ¿De dónde salió todo ese furor por amarse a uno mismo y superarse? ¿Será un truco para inducirnos a consumir más productos de belleza, más diplomados y más libros de autoayuda? ¿O será una necesidad incluida en la prestigiada y poco cuestionada pirámide de Maslow?
El sentido común nos dice que autoestima es la “estima o amor hacia uno mismo”. Pero, ¿qué es “uno mismo”?, y ¿qué es “estimar” o “amar”? Estas preguntas me acosaban justo cuando estaba por comprar un reloj que, intuía, me haría lucir como me lo indicaba León: como una persona valiosa, con prestigio, estatus social y, quizás, una interesante y estudiada personalidad.
Me pregunté: ¿seré yo un ordinario y devaluado jaguar? Y León, ¿será un portador de la dichosa autoestima? ¿O será que todo es una ilusión? “En realidad tu título, los implantes hemisféricos de silicona para dama, tu permanente silueta de gimnasio, el bigote delineado o depilado a láser, el celular inteligente de moda, el curso de triunfadores —que no es multinivel—, el discurso elocuente, el mantra del ganador, el Facebook más “likeado” y tu reloj… son sólo ilusiones del ego”, escuché a Buda susurrarme al oído. “Pero vamos, querido Sidarta” —dije entonces—, “¿qué puedo hacer para sentirme bien y ser alguien?” “Ámate”, contestó. “¿Y qué es eso? ¿Cómo se hace?”, pregunté esperando una respuesta, pero no volví a escuchar al legendario sabio.
Luego caminé por esos escaparates del ego y me topé con un llamativo portarretratos que enmarcaba una conocida ilustración, la cual —por sólo cuatrocientos pesos— aclaraba mi duda existencial: un gatito se miraba en un espejo del que se asomaba el imponente reflejo de un león. “¡Por fin!, me dije a mí mismo —o a mi ego—, sé qué es la autoestima: es ser gato y sentirse león. Está clarísimo. Pero, ¿para qué sentir la ilusión de ser un león si soy un gato? ¿Por qué no, mejor, elijo ser feliz siendo lo que soy, aunque sólo sea una ilusión?”
Después de tantas preguntas y de tanta confusión existencial, León, mi ego y yo —ahora sí lo dije bien— llegamos a siete conclusiones que someto a tu opinión:
1. No soy Balam ni jaguar, ni soy león o mi ego; sólo sé que soy alguien que no se ama. Tal vez alguien como tú.
2. Sea lo que sea la autoestima, está claro que si no me amo, no puedo más que sentirme vacío y mendigar amor.
3. Si todo es una ilusión, es sabio elegir la ilusión de tratarse amablemente, y no la de ser mi enemigo o detractor.
4. Nada que podamos comprar, saber, lograr u obtener nos hará ser ni sentirnos mejores por más de unos minutos.
5. Si eres un gato, es inútil que te afanes en verte como león. Mejor ama ser gato y suelta tu complejo de león.
6. La autoestima es una relación de amor y amistad con uno mismo que no se puede aprender leyendo libros ni asistiendo a cursos o a terapia; la autoestima sólo se puede practicar con actos de amor propio todos los días.
7. Ningún halago o insulto son una verdad confiable, incluidos los mencionados en este artículo…
Así que ámate, deja de leer unos minutos y date un abrazo genuino y con amor.
