¿De qué nos sirve la inteligencia?

¿De qué nos sirve la inteligencia?
Francisco Masse

Francisco Masse

Inspiración

Desde que era muy pequeño, la gente me ha dicho que soy inteligente. Quizá porque aprendí a leer a muy corta edad, porque con facilidad memorizaba nombres y datos complejos para un niño de mi edad o porque tenía ingenio y habilidad para entretejer esta información de forma divertida o asombrosa, en mi paso por la educación básica la etiqueta del “cerebrito” del salón siempre estuvo pegada en mi espalda; pero, a medio siglo de distancia, me pregunto: ¿de qué nos sirve la inteligencia?

Según la Asociación Psicológica de los Estados Unidos, la inteligencia es “la capacidad de derivar información, aprender de la experiencia, adaptarse al entorno, comprender y utilizar correctamente el pensamiento y la razón”. Algunas aptitudes relacionadas con ella son la buena memoria, la capacidad de análisis y de síntesis, la creatividad y el razonamiento. Además, hoy sabemos que no existe una, sino múltiples inteligencias que van de lo verbal y lo lógico-matemático a lo emocional, lo interpersonal y hasta lo intrapersonal.

Pero todos estos conceptos no se acercan ni de canto a la cuestión que planteé al principio: cuál es la utilidad, el sentido y propósito de la inteligencia. Atendiendo a su definición psicológica, la información, la experiencia empírica y el uso de la razón estarían dirigidos hacia la adaptación al entorno, que según Darwin es un signo de las especies evolucionadas. Entonces, la capacidad de detectar carencias, problemas y conflictos, así como la de ofrecer posibles soluciones a ellos para garantizar la supervivencia, serían las finalidades de la inteligencia.

Juego de Ajedrez

Durante décadas di por cierta esta noción práctica, utilitaria y biológica. Pero hoy que ya rebasé la línea imaginaria del medio siglo y la vida me ha dado más que un par de volteretas, creo que la inteligencia sirve, o debe servir, para algo más: para aportar felicidad a la persona y, sobre todo, para compartir la comprensión, la dicha, las ideas y los frutos de la razón con las demás personas.

Esto me recuerda un reel que cierta red social me hace ver a cada tanto sin que se lo solicite, en el cual una famosa política mexicana —una mujer brillante, con personalidad y carácter de sobra, que ha sido senadora, gobernadora y presidenta de su partido— hablaba de una conversación que tuvo con un doctor a propósito de su inteligencia. En la charla, después de preguntarle si se consideraba lista y de que ella contestara que “lo que se ve, no se juzga”, el especialista le preguntó si se había dado cuenta de que su inteligencia la había alejado de la gente y la había tornado odiosa, engreída e intratable, y que la gente, lejos de quererla o admirarla, le temía, la envidiaba, estaba resentida con ella o secretamente le deseaba el mal.

“La inteligencia es fortuita —le espetó como remate el doctor, según se refiere en el corto— y es el resultado de la genética y de una buena alimentación, así que no tiene usted ningún mérito de su inteligencia, licenciada; en todo caso, el mérito es de sus padres”. Y yo, al oír esas palabras, recordé a las innumerables personas a las que había humillado, rechazado, apodado o ninguneado sólo porque no tenían los mismos conocimientos o la misma aptitud intelectual que yo.

Variante del cubo de Rubik

Así las cosas, hoy creo entender que ser inteligente nada tiene que ver con la soberbia, el envanecimiento o la satisfacción de los propios deseos, y que la inteligencia sin un sentido humano es mera erudición, una estéril capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos. Su verdadero propósito, entonces, es similar al de la iluminación desde la visión budista: la construcción de la propia lucidez, felicidad y plenitud, para después compartirla a través del servicio, la ayuda y la colaboración con los demás. ¿O tú qué opinas?…

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog