
Además de una celebración religiosa y un día feriado en el calendario, en el mundo occidental actual la Navidad se ha convertido en un fenómeno social, cultural, económico y mediático del que es prácticamente imposible escapar. Y para algunos el constante bombardeo publicitario, las decoraciones en casi todos lados, la música que resuena en los altavoces de comercios y sitios públicos, el consumismo sin tregua y los compromisos sociales, laborales o familiares hacen del mes de diciembre un escenario ideal para la tristeza, el aislamiento, la ansiedad y la depresión. ¿A qué se debe esto?
En 1979, un ingeniero estaodunidense llamado Herb Kern se dio cuenta de que se deprimía severamente durante el invierno y sospechó que la causa era la escasez de luz natural en esa estación, con sus días más cortos, oscuros y fríos. Tras comentar el asunto con su médico, Norman E. Rosenthal, este diseñó una terapia basada en exposición a la luz, que mejoró mucho la condición de su paciente. Cinco años después, Rosenthal acuñó el término trastorno afectivo estacional —Seasonal Affective Disorder, en inglés— para describir estos síntomas que se presentan en millones de personas durante la época navideña.

Hoy sabemos, sin embargo, que el asunto es mucho más complejo que la natural variación lumínica debida al cambio de estación en el hemisferio norte. Así, algunas de las causas psicosociales que generan dicho trastorno son:
- la presión social: hablamos de convivencias casi forzadas en escuelas y centros de trabajo, reuniones con una familia tóxica o disfuncional, o bien, la percepción de que en esta temporada es casi una obligación sentirse feliz y generoso… cuando en realidad no nos nace o no vemos sentido a la celebración más allá de su rol mercadotécnico.
- la economía: sentirse obligado a comprar y regalar en esta época del año puede generar culpa, tristeza o ansiedad entre quienes, por alguna razón, no están en condiciones de llevar a cabo tales gastos;
- el aislamiento y la soledad: quienes están geográfica o emocionalmente lejos de sus parientes resienten duramente una temporada en la que abundan las imágenes de familias amorosas intercambiando regalos y reunidas en torno a un pavo recién horneado;
- un duelo: si estás pasando por un divorcio o un rompimiento reciente, si sufriste la pérdida de un ser amado o alguien cercano está enfermo u hospitalizado, es muy probable que la Navidad sea para ti un tiempo de melancolía y dolor, más que de alegría;
- relaciones difíciles: desde una crisis matrimonial o de pareja, hasta conflictos familiares que se exacerban en estos días en los que se supone que reina el “espíritu navideño” y todo es paz y armonía;

Así las cosas, es común que algunos —me incluyo— empecemos a sentir una especie de vacío constante entre el pecho y la boca del estómago cuando se acerca el fin del año, y esta sensación muchas veces llega acompañada de una congoja profunda, una dolorosa melancolía por las navidades del pasado, una pérdida de interés y de disfrute en las actividades sociales de esta época… y unas ganas inmensas de hacerse “bolita” en la cama y quedarse dormido hasta el dos de enero del año siguiente. ¡Ah! Y ni hablemos de la gente que simplifica la situación tildándonos de “amargados” o de “Grinch”.
Si también padeces estas mismas sensaciones cuando el Adeste fideles y los peces en el río suenan como discos rayados en los supermercados, aquí te dejo algunos tips para que encares la temporada navideña con mejor talante:
- Exponte a la luz del sol. Si a Herb Kern le funcionó, es muy probable que a ti también. Así, elude la tentación de quedarte encerrado en casa y, aunque no tengas ánimo de nada, sal a la calle a tomar un café o simplemente a caminar: te aseguro que te sentirás un poco mejor.
- Administra tus finanzas. No caigas en la trampa del consumismo y no asumas la obligación de gastar; en cambio, haz un presupuesto y cíñete a él, y si vas a regalar, opta por tarjetas u obsequios hechos con tus propias manos, y dáselos a quienes sepas que sabrán apreciarlos.
- Planea. Si cada año libras una batalla contra la depresión, o te preocupa sentirte solo o aislado esta Navidad, piensa en maneras de pasar ese tiempo: por ejemplo, podrías hacer un viaje, un proyecto creativo o contactar con la naturaleza. Yo este año, por ejemplo, por primera vez pasaré la Nochebuena fuera de casa y en un hotel; ya te contaré…
- Prioriza tu bienestar. En lugar de preocuparte por complacer a los demás, en esta ocasión pon por delante tu salud física y mental: mantén una rutina sana, duerme lo suficiente, evita beber en exceso, medita o haz actividades relajantes si te da ansiedad, y ten el valor de decir “No” a actividades, compromisos o personas si eso es lo mejor para ti.
- Ten contacto humano. Un correo sentido a una amistad que vive lejos, una llamada sorpresiva a un familiar —si crees que va a terminar bien—, una felicitación a las personas que no son tus amigas, pero ves todos los días —tus vecinos o los meseros de tu café favorito, por ejemplo— pueden darte esa pequeña dosis de dopamina que necesitas para no caer en el fondo del pozo del desconsuelo en este fin del año.
- Haz el bien sin mirar a quién. Sé que suena a cliché, pero una de las mejores maneras de dejar de rumiar tus ideas depresivas es hacer algo por quienes más lo necesitan. Si tienes la disposición, acércate a un asilo, una casa de retiro, un orfanato o a alguna iglesia, y pregunta cómo puedes ayudarles; o bien, haz lo que un amigo mío: compra bolillos, jamón, queso blanco, mayonesa y chiles curtidos para preparar tortas, y durante la Nochebuena sal a repartirlas entre los indigentes o la gente que está afuera de un hospital. Aunque nadie te dé las gracias, te apuesto que te sentirás mejor…
- Resignifica la Navidad. Te seré honesto: este consejo me lo inventé yo. Y quiere decir que quizá valga la pena regresar al origen y pensar en la fecha no como un día de gastos y compromisos —con su dosis de hipocresía—, sino como una fecha que simboliza la esperanza, el amor fraterno y la oportunidad de un nuevo inicio.
Según cifras recientes, un cinco por ciento de la población mundial sufre del trastorno afectivo estacional en invierno, y la prevalencia aumenta a medida que nos alejamos del Ecuador. Pero incluso si, como yo, formas parte de esa estadística, te deseo que esta Navidad sea distinta y feliz donde quiera que estés, con quien quiera que la pases y haciendo lo que sea que estés haciendo. Porque, como dicen, la Navidad no está en los regalos ni en el pesebre, sino en el fondo del corazón de cada uno de nosotros… ¿o no?



