Diez lecciones que me ha enseñado el existencialismo

Diez lecciones que me ha enseñado el existencialismo
Carla María Durán Ugalde

Carla María Durán Ugalde

Cuando hablamos de existencialismo, quizá vengan a nuestra mente pesimistas filósofos franceses como Jean-Paul Sartre o Albert Camus, quienes cubiertos por una nube de humo de tabaco hacían escandalosas declaraciones que parecen el alarido de un loco, como la sentencia “Dios ha muerto” de Friedrich Nietzsche. Sin embargo, la filosofía existencialista está lejos del derrotismo y más cerca de la inconformidad pues, citando a Hazel Barnes, “puede ser vista como el ánimo del siglo XX, en el que algunas personas encuentran que los sistemas —sean sociales, psicológicos o científicos— que han intentado definir o determinar al hombre han pasado por alto al hombre viviente”.[1]

Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche

Así, el existencialismo pone al hombre[2] en primer plano y busca dar lugar a sus experiencias personales como lo único que realmente puede definirlo. Sin afán de asumirme como una experta en el tema y poniendo por delante mi experiencia personal con esta filosofía, aquí te comparto las diez lecciones que las lecturas existencialistas han dejado en mi vida diaria:

1. Podemos vivir bien sin probar la existencia de Dios

Todos nos hemos preguntado si Dios existe, y la respuesta depende de a quién le preguntes. Dentro del existencialismo hay ateos, agnósticos y hasta cristianos, pero todos concuerdan en la máxima de Sartre: “La existencia precede la esencia”. Entonces, incluso para los existencialistas creyentes, la voluntad del hombre es lo que forja su esencia, pues Dios mismo lo dotó de libre albedrío, aunque será quien lo juzgue al final de su vida. Cuando buscamos a Dios y actuamos a partir de lo que le resultará más agradable, no somos menos libres que los ateos o agnósticos: siempre que nos hagamos responsables de nuestras acciones, podemos vivir creyendo en Dios, o no.

Jean Paul Sartre
Jean Paul Sartre

2. La libertad humana no tiene límites

Aunque parezca que nuestra capacidad de acción y decisión es muy limitada, lo cierto es que la libertad humana se expande a horizontes que muchas veces pasamos por alto. Somos libres tanto de vivir diariamente nuestra rutina como de cambiar cada una de nuestras pequeñas acciones cotidianas; tenemos la libertad de empezar la jornada con un café negro o con un yogurt, de dejar de fumar o de comenzar a hacerlo, de entablar una conversación con un desconocido o de andar nuestro camino en silencio, de comenzar a correr por el mundo a lo Forrest Gump o de negarnos a todo como Bartleby el escribiente.[3]

3. La libertad sin límites y la ausencia del destino son sobrecogedoras; está bien paralizarse ante ellas

La profunda comprensión de las infinitas posibilidades y del desamparo que esto implica puede hacernos sentir incapaces de continuar viviendo o de seguir obrando como siempre lo hemos hecho. Sin embargo, Sartre defendía que el existencialismo no invita al quietismo ni a la inacción porque se defiende al hombre por sus acciones. Entonces, pasado el estupor momentáneo, podemos actuar con la conciencia real de nuestra libertad.

4. El ser humano es responsable de sí mismo y de todos los seres humanos

En un mundo en el que Dios no forja la naturaleza humana ni podemos acudir a su intervención para modificar el curso de los hechos, los valores han de venir de las acciones ejemplares de las propias personas. Por ello, aunque nuestra vida no llegue a figurar en los grandes libros de historia, debemos pensar en nuestros actos como algo que aporte valor al resto de la humanidad, preguntándonos: ¿qué pasaría si todos actuaran como yo lo hago? ¿Qué mundo nos devendría?

5. A todo el mundo le ocurren cosas malas; no dejes que esto comprometa tu libertad ni tu moral

Así como la existencia o inexistencia de Dios no debe afectar nuestra libertad, las acciones de los otros o del azar no han de influenciar las nuestras, pues esto estaría coartando nuestra libertad. Recordemos que el mal puede ser fortuito y que llega en forma de enfermedad, accidente, muerte, desastre natural o de pandemia; pero, para el existencialismo, la forma en que actuamos en estas situaciones extremas o de contingencia es lo que nos define, como lo expone Albert Camus a través de los personajes de su libro La peste (1947).

Albert Camus
Albert Camus

6. La vida no tiene sentido ni significado

Para muchas personas, hacer algo significativo con sus vidas es indispensable; pero, ¿qué quiere decir esto? Según los existencialistas, solamente cada persona puede darle sentido a su propia vida pues, incluso si Dios existe, no ha predestinado nada para ti y, al contrario, te ha hecho enteramente libre de elegir cada detalle de tu vida. Buscar el sentido de la vida a gran escala es una aventura infructífera; en cambio, hallar significado en nuestro  quehacer diario, por más monótono e intrascendente que nos parezca, es la verdadera tarea filosófica que llena el vacío existencial.

7. Tu vida humana, bien vivida, es suficiente

Uno puede suponer que las grandes hazañas son las que dan sentido a nuestra existencia, pero es innegable que la mayoría de las personas viviremos vidas calladas que no tendrán trascendencia histórica. Al final, si algo es importante para nosotros, entonces es suficientemente importante para hacerlo. Tener la conciencia tranquila de que hemos hecho lo mejor posible con nuestra libertad nos brinda una existencia con significado.

8. Tu vida es significativa para otros

Ante el sinsentido de la vida, es fácil menospreciar nuestra existencia; sin embargo, hay que recordar que a nuestro alrededor hay testigos inmediatos de ella. Que nuestro devenir no tenga trascendencia o significado aparte del que nosotros mismos le otorguemos no nos excluye de las relaciones humanas, las cuales ponen a nuestro alrededor a personas que ven un sentido trascendente en nuestro mundano sendero a través de la rutina.

9. Haz que las vidas de otros sean significativas para ti

En este mismo sentido, las vidas ajenas deben tener significado para nosotros. Ser responsables de nosotros mismos, así como del resto de la humanidad, nos vincula con las personas en nuestro entorno inmediato. Permitir que nos importe la existencia de alguien más añade sentido a nuestra propia vida.

10. La existencia es tensión: disfrútala

Cuando confrontamos el vacío, podemos sentirnos tan desesperanzados como la primera vez que nos dimos cuenta del absurdo de la existencia; también podemos contentarnos con la inactividad de Dios, inclinarnos hacia el ateísmo o reclamar una señal divina como las que abundan en el Antiguo Testamento. Este vaivén entre la desesperación o la angustia y las ganas de vivir lo mejor posible cada día constituye una tensión ineludible y propia de la experiencia humana. Por ello, para seguir viviendo sin desesperar hace falta disfrutar el estremecimiento que esta tensión nos provoca. La capacidad de sentirla, a fin de cuentas, es tan sólo una prueba de que estamos vivos y de que no somos sonámbulos que actúan sin conciencia de su propia libertad infinita.

Cierre artículo

[1] Tomado del episodio 1 de Self Encounter: A Study in Existencialism (1962), un programa de televisión conducido por la propia filósofa estadounidense y disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=odkY384-q_k.

[2] Entendiéndose como “la especie humana” y no como “el género masculino”. [N. del E.]

[3] Bartleby es el protagonista de un cuento de Herman Melville, quien a cualquier petición u orden directa invariablemente contestaba: “Preferiría no hacerlo”. [N. del E.]

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