Desde tiempos remotos, el ser humano ha utilizado diversas sustancias para acceder a las más increíbles visiones y sensaciones, y a través de ellas ha entrado a mundos fuera del alcance de la imaginación. Tal es el caso de la dimetiltriptamina (DMT), llamada también “la molécula espiritual” o “la molécula de Dios”.
La DMT es un alucinógeno de estructura similar a la serotonina, un neurotransmisor encargado de regular varios procesos cognitivos y fisiológicos. Existe naturalmente en varias plantas, como las usadas por las tribus amazónicas para preparar la ayahuasca. También se cree que puede encontrarse en pequeñas cantidades en el cerebro humano, y que podría jugar un rol importante cuando soñamos, o en las experiencias cercanas a la muerte. Hay evidencia de que la DMT es producida endógenamente en el cerebro de las ratas, y se cree que esto es generalizable a todos los mamíferos.
Sus efectos alucinógenos son rápidos, e incluyen alucinaciones visuales, alteraciones en el estado de ánimo, y distorsión de nuestra percepción del espacio y del tiempo. Las tribus amazónicas la consumen bebida, en el ayahuasca, y es interesante notar que estas tribus saben bien que para preservar los efectos alucinógenos de las plantas es necesario combinarlas con alguna otra sustancia para evitar que la DMT se degrade en el estómago.
La ayahuasca ha sido usada como parte de prácticas medicinales desde hace muchos años, al grado que puede calificarse como una tradición milenaria. Algunas personas que han participado en estas prácticas aseguran haber encontrado respuestas a problemas que no habían podido resolver, haber contactado a sus antepasados o enfrentado sus miedos más profundos.
La duración de un “viaje” de DMT es mucho más corta que con otras sustancias; en promedio dura de diez a quince minutos, pero los efectos son mucho más intensos. Quienes la han consumido describen alucinaciones extremadamente complejas con una riqueza simbólica y espiritual notable, de ahí que la sustancia haya ganado sus peculiares motes; algunas personas incluso reportan haber hablado con Dios.
Terence Mckena —etnobotánico, escritor, filósofo y defensor de las plantas psicodélicas— comparte una de sus experiencias al ingerir DMT:
“Es extraño, como si mi cuerpo estuviera bajo los efectos de algún anestésico; el aire parece ser expulsado de la habitación, los colores saltan, cierro los ojos y estos colores comienzan a elevarse formando un mándala floral, al que llamo crisantemo. Gira lentamente. Luego de mirarlo quince segundos, me siento violentamente arrojado y atravieso una membrana; me encuentro del otro lado. Hay una celebración. Entidades me estaban esperando y dicen: ‘¡Maravilloso que estés aquí!, vienen tan raramente, ¡estamos encantados de verte!’ Y vienen a mí como pelotas de básquetbol hechas de joyas, saltan hacia dentro de mi cuerpo a una velocidad muy rápida. Crean objetos con su voz. Cantan estructuras de la nada. Dicen: ‘¡Hazlo, hazlo!’ Siento una burbuja dentro de mi cuerpo que se mueve hacia mi boca, descubro que puedo hacer formas con ella hablando una especie de lenguaje alienígena. Luego de un minuto, ellos se alejan diciendo: ‘¡Déjà vu, déjà Vu!’ Vuelvo a la realidad.”[1]
El psiquiatra Rick Strassman sugirió, en su libro DMT: The spirit molecule, que la DMT se encontraba en la glándula pineal. Esta hipótesis fue confirmada para el cerebro de las ratas; de ahí que, como señalamos antes, sea posible que se encuentre también en el cerebro humano.
Desde el siglo XVII, la glándula pineal ha sido objeto de especulación, especialmente en relación a sus supuestos poderes espirituales. Descartes creía que la glándula era “el asiento del alma”, Blavatsky la identificaba con el tercer ojo. Hoy, Strassman señala que la glándula se forma en el feto a los cuarenta y nueve días de gestación, el mismo tiempo que, según algunas escuelas budistas, un alma tarda en reencarnar.
Es interesante saber que la DMT puede ser producida por nuestro propio cuerpo y que podría tener un papel importante en estados alterados que no son inducidos por drogas, como en sueños lúcidos, experiencias cercanas a la muerte, grados avanzados de meditación, o en estados intensos de estrés.
¿Acaso la DMT nos permite acceder a una realidad que existe más allá del mundo físico? ¿Hay tal realidad o sólo es una alteración en la percepción causada por la sustancia en la química cerebral? Hay quienes creen que existen otros mundos accesibles solamente para otros estados de consciencia, pero para acceder a ellos se requiere de un trabajo previo, y de una preparación espiritual muy seria y ardua.
Sin olvidar que en México su consumo recreativo está prohibido por la Ley General de Salud, es en este contexto que los estudios sobre la DMT podrían, quizás algún día, darnos claves sobre qué es la consciencia y cómo se relaciona con nuestra espiritualidad; una parte esencial de nuestro ser humanos.
[1] Hemos construido esta cita tomando fragmentos de dos textos, uno de McKenna, y un reportaje de la revista Vice que incluye fragmentos de una descripción..