
Es muy probable que sepas qué es la psicología: el estudio, tratado, disciplina académica y ciencia que aborda la conducta y los procesos mentales de personas y de grupos humanos, y que tiene propósitos tanto de investigación como de enseñanza y laborales. En esta disciplina existen diversos enfoques que analizan la conducta humana y que pueden coincidir, influirse, contradecirse o ser incompatibles entre ellos. Por ejemplo, algunas teorías usan el método científico como una herramienta para el análisis de los comportamientos — muestra de ello es el conductismo, que mide objetivamente conductas observables—, mientras que otros enfoques, como el humanismo, consideran que este método no es adecuado para analizar la complejidad de los seres humanos.
Paralelamente a estas disciplinas de estudio, hay otros discursos psicológicos que recogen un conjunto de conceptos cotidianos y que nos ayudan a entender la conducta de ciertas personas sin haber estudiado psicología formalmente. A éstos se les llama “psicología popular”, la cual surge de las experiencias humanas que se convierten en conciencia colectiva y casi universal. Dentro de ella, existen arquetipos generales que sirven para que las personas puedan catalogar a otras, a partir de ciertos comportamientos que se vuelven constantes. A continuación, tres ejemplos:
Síndrome de Campanita
También conocido como síndrome de Campanilla o Tinkerbell, se aplica a ciertos casos de mujeres brillantes que cuentan con un trabajo en el que destacan y son reconocidas por su nivel de responsabilidad, además de que se superan a sí mismas continuamente. Pero también tienen un lado menos luminoso: su vida personal no es tan exitosa como se pensaría, e incluso puede llegar a ser desastrosa o casi nula en cuestión de relaciones amorosas —aunque en apariencia esto no les afecta en lo absoluto.
“Campanita” es una mujer independiente, con proyectos a futuro y una aparente buena autoestima, pero a menudo es egoísta, neurótica y celosa. En su mente, los hombres raramente están a su altura; lo anterior puede provocar que, aunque tenga varios pretendientes e incluso salga con algunos de ellos, en el fondo le tenga miedo al compromiso. Esta mujer cautiva a los hombres que la pretenden y les hace creer que podrían tener una vida juntos, pero es raro que se enamore, pues para ella el amor es un signo de debilidad. Por ello, controla sus emociones y reprime sus sentimientos, haciendo que aquel hombre que le guste tenga que hacer hasta lo imposible para conseguir su amor.
Las “Campanitas” no se sienten amadas ni valoradas por el mundo; no entienden la vida como es y, generalmente, viven en un estado de enojo y frustración constante. Por si esto no fuera suficiente, dichas mujeres no se sienten —o sintieron— queridas por sus padres y albergan frustración por la educación que les brindaron, lo cual hace que traten de llenar estos vacíos con los hombres que aspiran a ser sus parejas. Algunas de ellas han estado en pedestales donde se ha reconocido su grandeza —que, en ocasiones, no es tanta—; pero, debajo de esas actitudes de triunfo y éxito social, hay una mujer con un gran miedo a amar y ser lastimada.
Complejo de Caperucita Roja
Ahora hablemos de otro ejemplo que, por ciertas características conductuales, también tiene el nombre de un personaje de cuentos infantiles: aquel de la pequeña niña que se interna en el bosque para visitar a su abuelita y que se encuentra con el temible Lobo Feroz. ¿Cuál era su nombre? Nadie lo sabe. Lo que importa es el sobrenombre que se ha quedado en el inconsciente colectivo por generaciones: Caperucita Roja.
¿Y cuáles son las características de este personaje que dan forma al complejo del que aquí platicamos? Podríamos empezar por algo muy sencillo: ayudar a los demás es bueno; el problema radica cuando se hace en demasía, sin importar el tiempo o esfuerzo invertidos para que la otra persona esté bien. Cuando la actitud de servicio de una persona es excesiva, se dice que sufre el Complejo de Caperucita, bajo el cual se esconde una autoestima muy baja. Pensemos en la pequeña niña que, con tal de ayudar a su abuelita, es capaz de cruzar el bosque y correr el riesgo de encontrarse de frente con el Lobo Feroz, porque —claro— lo importante era cuidar a su abuelita.
Las personas que tienen este complejo actúan como la pequeña Caperucita, anteponiendo los intereses y necesidades de los demás a los propios. La base de este padecimiento es, como ya dijimos, una autoestima baja, la cual genera una necesidad patológica de desear resolver las dificultades de los otros para agradarles y así sentirse queridos. El problema se presenta cuando no se obtiene la aprobación de los demás ni la satisfacción por ayudar a otros —muchas veces, porque no pidieron ayuda—; entonces, no importará el esfuerzo que se haga por ser “la Caperucita”: lo único que sucederá es que la autoestima se verá cada vez más afectada y rara vez recibirán un agradecimiento honesto por su generosidad.
Síndrome de Peter Pan
Dejamos al final uno de los ejemplos más interesantes y que se presenta particularmente entre hombres: el Síndrome de Peter Pan, un padecimiento que, aunque no se considera una enfermedad psicológica como tal, es un problema muy extendido en esta sociedad posindustrial y consumista.
Los Peter Pan modernos se caracterizan por estar mentalmente atados a su infancia: a aquellos tiempos en los que todo era más fácil y no había tantas responsabilidades. Algunas de sus características son: ver la juventud como la mejor etapa de la vida y negar la madurez; tener miedo a la soledad, inseguridad y baja autoestima; manifestar un egocentrismo que los hace creer que pueden merecer todo, mantener bajos niveles de responsabilidad y de compromiso, además de poca tolerancia a la frustración. Otros síntomas que pueden presentar estos hombres que no quieren crecer son: ansiedad, angustia y depresión.
Este síndrome suele hacer que las personas terminen en una situación de vacío y con una vida no realizada, con parejas no adecuadas a sus requerimientos reales y con una necesidad de permanecer en el lugar donde pasaron su infancia o época de crecimiento. Esta deformación de la personalidad puede relacionarse con patologías psiquiátricas específicas y tener síntomas de delirio paranoide o de neurosis histéricas u obsesivas. Un ejemplo de este padecimiento era Michael Jackson, quien comenzó a trabajar desde los cinco años y fue explotado por su padre; Jackson presentaba rasgos de inmadurez, narcisismo y dependencia: algunas personas incluso lo describían como “un niño en el cuerpo de un hombre mayor”.
