El complejo de Jonás

El complejo de Jonás
Milena Solot Rubio

Milena Solot Rubio

Inspiración

A quienes padecen el complejo de Jonás [1]  les aterra la posibilidad de tener una vida extraordinaria, alejada del lugar conocido —aunque algunos de ellos reconozcan sus propios talentos y deseen ponerlos en práctica. Su situación es comparable a la de quien obtiene placer en buscar un tesoro y encontrarlo, pero al final decide regresar sin llevarse una sola moneda de oro.

Estos seres acomplejados tienen miedo de despertar envidia, de parecer arrogantes y ser rechazados, y tienden a rodearse de personas que libran una lucha interna parecida o que son incapaces de reconocer sus propios talentos. Prefieren, entonces, dejarse ganar, alejarse de lo extraordinario y llevar una vida simple en la que puedan fundirse con el resto de la gente.

A veces, los afectados por este complejo sienten un dulce deseo de desaparecer y de llamar lo menos posible la atención. Son perseguidos por su propia sombra agrandada, y temen que ésta los aplaste. Les resulta más fácil pasar desapercibidos, casi olvidados por los otros, quizá sólo aplaudidos por un puñado de logros mediocres. En la etapa escolar, les parece más sencillo ser los niños que no tienen curiosidad por el mundo, que no preguntan ni indagan, a ser los alumnos a los que el resto intenta oprimir o aplacar para hacerlos ordinarios, comunes.

Algunos de ellos obtienen placer en proponerse nuevos e insuperables retos; sin embargo, al verlos casi realizados, optan por alejarse. Éste es el caso de quien sueña dormido y despierto con ser el primer bailarín de la compañía de danza, hasta que un día lo invitan a desempeñarse como tal; el sujeto en cuestión ha trabajado durante años para lograr una ejecución perfecta, pero el día de la presentación comete graves errores que terminan por lastimar gravemente la puesta en escena. Un auténtico boicot personal.

El complejo de Jonás también se manifiesta en aquellos empeñados en descubrir en ellos mismos nuevos talentos que, empero, nunca llevan hasta sus últimas consecuencias. Alguien, por ejemplo, decide convertirse en ciclista: compra el equipo necesario, entrena cada mañana, empieza a mejorar sus tiempos y, al poco tiempo, abandona el deporte por algún otro en el que tampoco logra mucho éxito. Esto mismo puede ocurrir en la esfera laboral o académica, cuando las personas gastan los años en empleos para los que están sobrecalificadas o en programas educativos poco desafiantes.

Hay quienes viven con tanto miedo a su propia grandeza y, al mismo tiempo, con tanto deseo de llevar su talento al clímax, que al ver una meta alcanzada, ellos mismos se boicotean. Y es que a veces parece difícil explotar los propios talentos: después de escuchar hasta el cansancio a familiares y amigos decir que la vida es una eterna lucha, que toda empresa conlleva infinitas complicaciones, resulta casi imposible creer que uno es capaz de ser grande.

Aunado a lo anterior, cabe mencionar al infalible ‟efecto botella”, que ocurre cuando una persona jala a otra al fondo de la botella mientras intenta salir. En términos menos metafóricos, se asume que el éxito o la grandeza de X representa el fracaso de Y, lo cual se traduce en culpa y conformidad con el estado actual de las cosas. Así, el afectado por el mismo mal que el Jonás bíblico es perseguido y aterrorizado por el monstruo de su propia grandeza, y para acallar la voz de esta quimera se hace preguntas como las siguientes: ¿es posible la vida paradisíaca?, ¿por qué creamos imágenes idealizadas de nosotros mismos?, ¿qué tan útil resulta soñar despierto y hasta qué punto somos ilusos?

Quienes padecen este complejo son conscientes de la dimensión de sus talentos y suelen trabajar muy duro pero, irónicamente, con frecuencia deciden ignorar su potencial y brincar del otro lado. Fracasar en las ligas menores.

Éste podrías ser tú

Has ensayado tu discurso repetidas veces frente a los múltiples espejos que rodean tu vida. Te apasiona el tema y por eso lo has estudiado día y noche; ahora es momento de exponer los resultados ante estas miles de cabezas, enfiladas como hormigas en las butacas del auditorio. El corazón palpita en todo tu cuerpo; tus piernas, de pronto, se debilitan, y tu boca —elocuente durante las decenas de ocasiones en que ensayaste tu discurso en casa— es ahora una telaraña fangosa de la que no brota nada.

Te detienes, piensas de nuevo: ¿realmente deseas todo esto?, ¿el éxito y los aplausos?, ¿por qué te interesa obtenerlos? Es cuestión de honor —te dices—, pero también se trata de encontrar los límites de tus posibilidades para romperlos. Es poder. Estás ahí, a unos pasos de que tu vida mejore; estás a punto de lograrlo y, sin embargo, titubeas, pues un persistente zumbido ataca tu oreja mientras la garganta se contrae: todo se colapsa. Pero eres capaz, te repites. Todo el conocimiento está en ti, insistes. Das un paso para enfrentar los innumerables pares de ojillos brillantes. Abres la boca para vociferar la primera gran oración de tu ponencia. Abres la boca. La abres…

Cierre artículo

[1] Nombrado así por el libro bíblico de Jonás, el cual describe lo sucedido a este profeta, a quien Dios encomienda que haga llegar su mensaje a la ciudad de Nínive; Jonás, al no creerse capaz de cumplir la empresa, decide huir.

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