Si un día se perdiera todo el desarrollo científico en el que se basa la medicina de nuestros tiempos, y las nuevas generaciones tuvieran que empezar de cero a estudiar desde las culturas clásicas, tarde o temprano se toparían con la Teoría de los cuatro humores, un legado de las culturas más antiguas —la babilónica o tal vez la egipcia— que fue plenamente desarrollado por Hipócrates y que siguió vigente en Occidente hasta mediados del siglo XIX, cuando fue desbancado por los postulados de la investigación médica.
Una teoría de la antigüedad
En realidad, la teoría es muy sencilla: en el cuerpo humano circulan cuatro fluidos o humores, y de su perfecto balance depende el bienestar y, por supuesto, el —nunca mejor dicho— buen humor. Por la misma razón, la deficiencia o exceso de alguno de ellos, provocado por la absorción o inhalación de vapores, es lo que provoca las enfermedades y, aparentemente, cualquier otra afección.
Los cuatros humores de la medicina hipocrática son: la bilis negra —del griego µέλαινα χολή, melaina chole—, la bilis amarilla —de χολή, chole—, la flema —φλέγμα, phlegma—y la sangre —de αἷμα, haima. También se les conoce como cambium, porque “cambio de humor” es algo redundante, etimológicamente al menos.
Cada humor corresponde a uno de los cuatro temperamentos fundamentales, a una estación del año, a uno de los cuatro elementos y a un órgano en particular. Por ejemplo, la sangre corresponde a la primavera, al aire y al corazón; sus cualidades son el calor y la humedad, y corresponde al temperamento sanguíneo: valiente, esperanzado, juguetón y despreocupado.
En cambio, la bilis amarilla es del verano, del fuego y del hígado; corresponde al calor y a lo seco, y al temperamento colérico: ambicioso, emprendedor, líder, incansable y especialmente irritable. Por su parte, la bilis negra es del otoño, de la tierra y del bazo; es fría y seca y su temperamento es melancólico: desanimado, callado, analítico y serio. Finalmente, la flema es del invierno, del agua y del cerebro; corresponde al frío, a la humedad y al temperamento flemático: calmado, pensativo, paciente y pacífico.
Sabiendo esto, es fácil entender porque el estereotipo de los ingleses es el ser flemáticos, con su inveterada tendencia a minimizar lo que sienten con expresiones como “It’s not too bad” —no es tan malo— cuando algo les fascina. Como un piloto de British Airways, durante un accidentado vuelo de Kuala Lumpur a Perth en 1982, en el que anunció: “Damas y caballeros, les habla el capitán. Tenemos un ligero problema: los cuatro motores han dejado de funcionar. Estamos haciendo lo mejor posible para echarlos a andar. Espero que no se preocupen demasiado”.
En la cultura popular
Pero antes de que te pongas a dilucidar quiénes constituirían un perfecto ejemplo de los temperamentos colérico, melancólico o sanguíneo, sería bueno que echaras una mirada a diversas obras literarias y de entretenimiento que se han valido de esta clasificación para dotar de personalidades contrastantes a diversos personajes con sólo unos trazos, por decir, de los miembros de un equipo de héroes. Un ejemplo muy actual es el de las Tortuga Ninja: Leonardo es el líder, Donatello construye artefactos, Rafael es rudo pero “buena onda” y Miguel Ángel es el alma de la fiesta. ¿Ya notaste las correspondencias?
Por otro lado, son varias las obras artísticas inspiradas en esta teoría: un ballet de George Ballanchine de 1946, la novela Thérèse Raquin de Émile Zola, la Sinfonía # 2, Op. 16 del danés Carl Nielsen, o algunas obras teatrales de Ben Jonson —con su Comedia de los humores—, entre otras, se inspiraron directamente en esta teoría y algunas incluso la llevan en el título.
Es difícil hablar de la Teoría de los cuatro humores sin dar cuenta de una cura que, basándose en lo dicho por aquélla, fue aplicada a un número inconmensurable de seres humanos durante un par de milenios: la sangría. Lo triste del caso es que, con excepción de algún ocasional cuadro de hipertensión, la sangría no servía para nada a la salud de los enfermos y, muy por lo contrario, seguramente los debilitaba aún más.
Para curar ciertos males, el legendario Hipócrates recomendaba modificaciones en la dieta, pero como él mismo aseguró que la menstruación servía para purgar el cuerpo femenino de malos humores, sus sucesores pensaron que practicar incisiones serviría para que el exceso de algún humor fluyera fuera del cuerpo, y así lograr la curación. Antes de escandalizarnos, hay que tener en cuenta que la circulación sanguínea no fue descubierta sino hasta el siglo XVI por el español Miguel Servet, y que fue aceptada paulatinamente y con grandes reticencias: antes se creía que la sangre era creada para ser usada una vez, después de la cual su acumulación era dañina.
Muchos y muy complicados eran los cálculos realizados para determinar la cantidad de líquido que debía ser drenado del cuerpo, ya sea por herida, vómito o evacuación forzada. Por ejemplo, se tomaba en cuenta si era sangre venosa o arterial y la distancia a los órganos afectados por cada padecimiento, entre otras minucias. Por decir, la sangre del brazo derecho curaba las dolencias del hígado, mientras que la del brazo izquierdo, las del bazo. Lo más alarmante es que, entre mayor era la aflicción, más cantidad de sangre era la que debía ser expulsada, de modo que una fiebre requería de una hemorragia considerable.
Al leer el presente artículo, se podría pensar que este punto de vista ha sido superado, y que ya no concebimos la personalidad como algo fácilmente clasificable dependiendo de su correspondencia a uno de cuatro elementos, humores, temperaturas o grados de humedad. Sin embargo, figuras prominentes de la psicología moderna tomaron como modelo una estructura similar al tratar de proponer una taxonomía de los distintos temperamentos. Pavlov, por ejemplo, contrastó los factores de “pasividad” —activa o pasiva— y “respuesta” —moderada o extrema— para proponer cuatro temperamentos caninos, que también eran aplicables a los humanos: melancólico —débil e inhibido—, colérico —fuerte y excitable—, sanguíneo —vivaz— y flemático —calmado e imperturbable.
Alfred Adler —contrastando actividad e interés social— y Erich Fromm —asimilación contra socialización— propusieron clasificaciones similares. Existen aún más propuestas que combinan dos tipos básicos, generando así nuevos temperamentos; por ejemplo, colérico más melancólico da racional. Cualesquiera que sean las clasificaciones que se propongan, algo es seguro: el ser humano, díscolo e impredecible, siempre será algo más que el cajón en que lo quieran encasillar.