En general, la gente cree que ser maduro consiste en hablar sin ninguna entonación particular o de actuar sin mostrar emoción o sentimiento algunos. Pero la madurez emocional no se trata de parecer autómatas, sino de gestionar nuestras reacciones aun cuando nos inunda la emoción. En contraste, la desregulación emocional se refiere a reacciones desproporcionadas a los estímulos, las cuales parecen estar fuera del control de la persona. Los ejemplos más comunes y cotidianos de esto son los ataques de ira y los colapsos —meltdowns, en inglés.
Así, podemos afirmar que la madurez emocional significa haber alcanzado un cierto nivel de autoconciencia en la relación con las propias emociones, en la capacidad para manejar sentimientos intensos y en la autorreflexión, así como en la comprensión y la empatía por otras personas. Para saber si eres una persona emocionalmente madura, te invito a que respondas las siguientes preguntas:
¿Eres consciente de tus propios sentimientos y emociones?
El primer paso para ser inteligentes, emocionalmente hablando, es reconocer los sentimientos que se experimentan para, después, ser capaces de manejarlos de forma apropiada y segura; pero adquirir consciencia de tus emociones puede ser más difícil de lo que parece, en especial si te criaste en una familia que invalidó tus sentimientos o, peor aún, te hizo sentir vergüenza por ellos. Entonces, para lograr la madurez emocional primero es preciso darte cuenta de cómo te sientes.
¿Asumes plena responsabilidad por tus sentimientos, reacciones y tu vida?
Una característica inequívoca de la madurez emocional es reconocer que tus emociones son tuyas y que nadie más tiene la responsabilidad de cambiarlas o manejarlas. Esto implica asumir que ninguna persona posee el poder de “hacerte sentir” nada: los demás son responsables de su comportamiento, pero no de la respuesta emocional que tienes ante él. Del mismo modo, si tienes esta madurez confías en que tus sentimientos son válidos y que forman parte de un sistema que los lleva a una dirección saludable para ti; por tanto, sabes también que no es necesario asumir la carga de tratar de complacer a los demás al cambiar tus decisiones o la forma en que sientes.
¿Manejas bien la decepción y el estrés?
Ante las dificultades, los problemas y contratiempos, todos podemos experimentar estrés, decepción o impotencia; pero la gestión de estas emociones lleva a una persona madura a desarrollar técnicas y ejercicios de autocuidado: se da tiempo para relajarse y para meditar las decisiones que deben tomar, así como para reconocer su estado y tratar de hacerse cargo de su agobio.
¿Construyes relaciones saludables?
Al tener la habilidad de reconocer y gestionar tus emociones, y de respetar tus propias necesidades, puedes hacer lo mismo para tu entorno: respetas las necesidades y los sentimientos de los demás —siempre y cuando no deriven en ataques u ofensas, en cuyo caso, puedes poner límites claros sin que sean ofensivos—, lo que hace que tus relaciones sean comprometidas, recíprocas y libres.
¿Delimitas tu responsabilidad emocional?
Ser responsable de tus acciones te coloca en tu justo lugar y te permite no culparte o asumir las consecuencias por aquello que no es tu responsabilidad. Desde luego, no se trata de invalidar las experiencias de otras personas, sino simplemente de no salir de tu esfera de control ni tratar de “hacerle la tarea” a los demás. Algo similar ocurre cuando te vuelves consciente de las expectativas que te formas de otra persona: al hacerlo, trata de no controlarla y de enfocarte en ti mismo. Lo que puedes controlar sucede de tu piel hacia adentro, y de ningún modo se lo puedes achacar a alguien más.
¿Aceptas la realidad tal y como es?
Una persona emocionalmente madura es sabia y ha dejado de luchar contra las cosas que no puede cambiar, y redirige su energía hacia donde realmente puede marcar la diferencia. Igualmente, no pierde el tiempo tratando de cambiar a otras personas —un hábito que conduce a dinámicas codependientes—, sino que acepta que los demás seguirán su propio camino. También sabe que no aceptar la realidad genera sufrimiento; por eso, no lucha contra realidades que son inamovibles, sino que trata de adaptarse a ellas o de aprovecharlas, al ser flexible y acpetar los cambios que son inevitables.
En conclusión, la madurez emocional es un proceso continuo, alimentado por nuestras experiencias de vida, el autoconocimiento y nuestra capacidad de autorreflexión y de desarrollo personal. Parte de ella es tener la humildad de reconocer que siempre tendrás espacio para aprender más sobre ti mismo, tus sentimientos y cómo te relacionas con los demás.