Eso que llamamos ‘karma’, ¿realmente existe?

Eso que llamamos 'karma', ¿realmente existe?
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Si has puesto atención a la letra de la canción “Karma Police” de Radiohead, con su estribillo “this is what you’ll get when you mess with us”,[1] quizá tengas la idea de que el karma es una especie de policía que se encarga de poner en su lugar a la gente que nos lastima o una fuerza superior que cobra venganzas por nosotros. No me considero experto en el tema, pero no creo que sea exactamente de esa forma, así que tratemos de desentrañar el significado, el origen y, sobre todo, las explicaciones prácticas de eso que llamamos karma.

Atendiendo a sus raíces etimológicas, veremos que karma es una palabra que deriva de la lengua sánscrita hablada en la antigua India y proviene del vocablo kamma, que lo mismo se traduce como ‘hecho, acción o acto ejecutado’ que como ‘objetivo o intención’ del mismo. No hay que confundirla con el kriya, que se refiere a la actividad y al esfuerzo en sí mismos, pues el karma es el propósito y la consecuencia de tales acciones. Para ilustrar la diferencia, pensemos en un jogger matutino: al trotar en su circuito estará ejerciendo el kriya, mientras que su karma será mayor salud cardiovascular y músculo-esquelética, un mejor ánimo por las endorfinas liberadas y, tal vez, un cuerpo más esbelto.

En muchas doctrinas espirituales se piensa que la intención y la acción generan prácticamente el mismo efecto, de modo que las buenas acciones e intenciones generan “buen karma” al igual que los actos guiados por la cizaña, la envidia, la ira o la codicia generan “mal karma”. Volviendo al corredor, si su motivación no es la salud y el disfrute del momento, sino la vanidad y el deseo de ser mejor que los demás, de seguro terminará lesionándose, frustrado y permanentemente insatisfecho con su propia imagen. Ya veremos por qué.

El karma es un concepto y una enseñanza fundamental en el hinduismo, el budismo, el jainismo y el espiritismo, y se ha asimilado en muchas doctrinas new age y de la medicina alternativa popularizadas en décadas recientes, aunque muchas veces éstas se alejan de la concepción original de “ley cósmica o universal de retribución” o de “causa y efecto”. ¿Cómo podemos entenderla y aplicarla, entonces, en estos tiempos posmodernos? Insisto: no me considero un maestro, pero me gustaría aportar una perspectiva ligeramente apoyada en las ciencias y en la vida práctica. Para ello, hay que detenermos un poco a reflexionar en el significado de la acción y la intención desde la óptica de la psicología, incorporando conceptos como el inconsciente y las microdecisiones.

Desde mi experiencia y mis conocimientos, yo creo que el karma constituye las consecuencias materiales y energéticas resultantes de la suma matemática de nuestros actos, pensamientos y deseos, los cuales se manifiestan en la sucesión de hechos concretos, repercusiones internas —salud física y mental o las emociones— e interacciones sociales de nuestra vida y, en general, en todo el panorama personal, social y trascendente que algunos llaman “destino”.

En nuestra cultura judeocristiana, con un dios omnipotente y omnipresente que premia nuestras buenas acciones e intenciones y castiga nuestros pecados de “pensamiento, palabra, obra y omisión”, tenemos la tendencia a concebir el karma como una autoridad divina o una balanza que juzga los asuntos humanos y, a partir de lo que ve con su omnisciente ojo en el cielo, otorga dones o impone sanciones. Sin ánimo de ofender y con el respeto debido, me parece que quienes creen en eso están confundiendo un poco la gimnasia con la magnesia.

Al familiarizarse con el concepto del inconsciente, resulta fácil entender que muchas de nuestras acciones no son deliberadas y obedecen a pulsiones profundas y primarias que se reflejan en cientos de microdecisiones que tomamos al día, las cuales tienen efectos que normalmente no prevemos: el corredor del segundo ejemplo, que busca ser aceptado y querido porque no se ama ni se acepta a sí mismo, someterá a su cuerpo a un estrés excesivo y estará dominado por pensamientos de rechazo a su propia apariencia; esto generará karma negativo por la mala intención de origen y sus consecuencias probables serán una lesión, una enfermedad o la sensación de “no ser suficiente”.

Quienes se guían por el narcisismo o el egocentrismo y toman ventaja, abusan, se aprovechan, se expresan mal o se burlan de los demás, quizá tengan pequeñas victorias a corto plazo; pero es muy posible que más adelante una de las personas afectadas por estas malas acciones “se las cobre”, que la mala reputación que construyeron les bloquee el paso o que este curso de acciones les hagan cometer errores que los llevarán al fracaso: eso es un ejemplo práctico del “karma en acción”.

Consecuencias por malas acciones: 'karma' en acción

Entonces, más que una ley compensatoria de naturaleza divina, hablamos de un simple principio de causa y consecuencia: si soy buena persona, le deseo el bien a todo el mundo de forma sincera y trato de ayudar sin perjudicarme a mí mismo, acumularé “buen karma” que tarde o temprano se reflejará en cosas buenas que sucederán sin que las busque: una carambola causada por los innumerables choques de nuestras bolas de billar en la mesa del universo.

Algo proporcional pasará si nuestros tiros son perjudiciales por naturaleza: a menudo esta mala intención se revertirá contra nosotros de formas imprevistas, como cuando en la cinta Constantine (2005) el arcángel Gabriel le dice al protagonista, que culpa a Dios de su cáncer terminal: “Vas a morir joven porque fumaste treinta cigarrillos al día desde los quince años… e irás al Infierno por la vida que llevaste”.

De ahí viene, creo, la sabiduría implícita en el adagio “Haz el bien sin mirar a quien”, pues las buenas acciones son como semillas lanzadas al aire y que a la larga caen en terreno fértil donde germinan y dan frutos; en contraste, quien guarda sus semillas para sí mismo al final del día sólo tendrá semillas podridas y perderá la oportunidad de cosechar una parte de la riqueza que ofrece el mundo.

Así las cosas, una última pregunta sería: ¿cómo se distinguen las buenas intenciones y acciones de las malas? Y la respuesta es simple de enunciar, pero complicada de explicar y entender: con sabiduría. Y no me refiero a los conocimientos teóricos, filosóficos, científicos o financieros, sino al instante precioso cuando uno recibe y asimila una lección trascendente que permite entender una milimétrica fracción del entramado de sucesos del universo y esto tiene repercusiones en nuestra conducta para el resto de nuestras vidas.

Cierre artículo

[1] Algo así como “eso es lo que te pasa si te metes con nosotros”.

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