Farinelli, los ‘castrati’ y la mutilación masculina en nombre del arte

Farinelli, los 'castrati' y la mutilación masculina en nombre del arte
Mad hi-Hatter

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Viajemos a la Roma renacentista. En el año 1555, el cardenal Gian Petro Carafa es elegido Papa y elige el nombre de Paulo IV; siglos después, este Sumo Pontífice sería llamado “el Papa reformador” por los cambios estructurales que llevó a cabo en el Vaticano y por su férrea persecución de la herejía: de hecho, a él le debemos el infame Index Librorum Prohibitorum o lista de libros prohibidos por heréticos, inmorales o perniciosos, uno de los instrumentos de censura de la Iglesia Católica. Pero la reforma que nos interesa ahora es la bula papal de 1555 en la que prohibió a las mujeres cantar durante la misa en las iglesias.

Desde ese momento, para alcanzar los registros femeninos de la música sacra se utilizaron niños cantores; el problema era que, al alcanzar la pubertad, los cantori pasaban por el natural cambio de voz y perdían sus facultades musicales. Esto, aunado a la pobreza de muchas familias, alentó las mutilaciones genitales masculinas o castraciones, supuestamente realizadas “en el nombre del arte”, las cuales garantizaban el sustento del joven y de su familia. Según una especialista de la Universidad de Colima, unos cuatro mil niños de entre ocho y doce años eran mutilados anualmente y se les llamaba castrati, plural del italiano castrato.

Toda vez que se hicieran de un patrón o mecenas, estos castrati recibían una esmerada educación musical en escuelas especializadas, donde aprendían interpretación, práctica de trinos, ejercicio de adornos melódicos, teoría musical, contrapunto, clases frente al espejo para evitar movimientos corporales o muecas innecesarios, copiado de dictados, interpretación de instrumentos, composición y lectura de obras literarias.

Así, en el siglo XVI, surgió en Italia una sociedad de artistas llamada la Camereta Florentian, que sostenía que los dramas griegos debían ser cantados, lo que dio pie al surgimiento de la ópera italiana en el siglo XVII, donde las voces agudas simbolizaban la heroicidad y la virtud, mientras que las voces graves se destinaban a los villanos. Entonces, algunos castrati se convirtieron en superestrellas de su época al interpretar los roles estelares o femeninos de las óperas, lo que derivaba en jugosos salarios y la adoración del público.

Sin duda, el castrato más famoso de la historia fue el italiano Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi, mejor conocido por el seudónimo de Farinelli (1705-1782). Su padre era maestro di capella de la Catedral de Andria y su padrino, nadie menos que el Duque de Andría,[1] Maurizio Carafa, emparentado con el ya mencionado Julio IV. A los cuatro años, Carlo se mudó con su familia a Nápoles, donde su hermano Riccardo entró al conservatorio y él, que ya era un afamado niño cantor, empezó a tomar clases de canto con el maestro más prestigioso de la ciudad: Nicola Porpora. Todo iba bien para la familia Broschi hasta que, en 1717, el patricarca falleció repentinamente, dejando a la familia en el desamparo; tal vicisitud precipitó la decisión de convertir a Carlo en castrato.

Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi, "Farinelli"

El origen de su mote o seudónimo, contrario a lo que se ve en la cinta biográfica Farinelli, il castrato (1994), dirigida por Gérard Corbiau, obedece al apellido de los hermanos Farina, dos acaudalados abogados napolitanos que financiaron los estudios de il ragazzo —o “el muchacho”—, como era conocido el cantante. Cuenta una leyenda que, durante su debut en Roma en 1722, al ejecutar un aria con una trompeta como acompañamiento, Farinelli entró en un duelo con el instrumento, superándolo tanto en rango como en técnica y ornamentación.

Todo esto contribuyó a su meteórico ascenso y su vida transcurrió cantando para reyes, príncipes, Papas y emperadores por toda Europa. Finalmente, en 1737 arribó a la corte del rey Felipe V de España a solicitud de la reina, quien creía que la voz de Farinelli podría curar al monarca de su depresión crónica; así, el castrato deleitaba todas las noches a la corte española y, aunque no sabemos si logró curar al rey Felipe, sí consiguió continuar en su puesto y conservar su abultado salario tras el ascenso al trono del heredero, Fernando VI, quien era músico y estaba casado con María Bárbara de Portugal, una consumada clavicordista.

Pero nada es para siempre: tras a muerte del rey Fernando y del ascenso de su medio hermano, Carlos III, que no era afecto a la ópera, Farinelli fue relevado de sus funciones, aunque con el goce de su sueldo íntegro. Solo y deprimido, el gran Farinelli se retiró a vivir a Boloña, donde murió en 1782 a la edad de 77 años. Un siglo después, en 1878, el papa León XIII prohibió la contratación de castrati en la iglesia, con la excepción de los que trabajaban en la Capilla Sixtina; el último de ellos, Alessandro Moreschi —el único castrato del que existen grabaciones—, se retiró en 1913 y murió en 1992. Con él, vio su fin una práctica en la que la exquista belleza de la música y la barbarie se daban la mano…

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[1] A diferencia de la escritura de la ciudad italiana, el Duque de Andría es un título nobiliario español hereditario que proviene de los días cuando España gobernaba Nápoles y sus provincias.

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