La fotografía y el cine, ambas expresiones artísticas, tienen sus orígenes en la ciencia. La primera surge de la unión de dos principios científicos que permiten la fijación de una imagen sobre una superficie: uno físico —la cámara oscura— y uno químico —la reacción de los haluros de plata con la luz. Los padres de la fotografía, Louis Daguerre y Nicéphore Niépce, eran científicos —físico e inventor, respectivamente— y de seguro nunca pensaron en las aplicaciones artísticas que tendría su invención.
Los orígenes
Cuando los hermanos Auguste Marie Louis Nicolas y Louis Jean Lumière realizaron ciertas variaciones a los principios de la fotografía y lograron fijar una imagen en movimiento, jamás creyeron que su invento sería más que un mero entretenimiento de feria. Por esa razón, en sus inicios el cinematógrafo tuvo dos usos: uno científico-realista, creado por los hermanos Lumière, que filmaban escenas en el campo y las ciudades —los primeros “documentales sociológicos”—; y otro fantástico-inventivo, impulsado por el mago Georges Méliès, quien vio el aparato como una herramienta para contar historias fantásticas.
Aunque el uso más difundido del cinematógrafo se halla en el arte y el entretenimiento, arte y ciencia no se han separado del todo: la ciencia participa en el trasfondo de la acción, no sólo como medio que permite filmar, proyectar y crear efectos, sino como un tema constante que convive con la ficción: de ahí surge la ciencia ficción como género. La ciencia genera preguntas, a veces más de las que puede contestar, y el cine formula respuestas e hipótesis y, a la vez, genera nuevas preguntas.
La ficción retoma los avances científicos como motivos narrativos y propone futuros probables que muchas veces inspiran el avance de la tecnología. Algo así como cuando Da Vinci dibujó máquinas voladoras —seguramente inspiradas en cuentos chinos— que, siglos más tarde, fueron usadas por Julio Verne en sus historias, y luego estas narraciones influyeron a los inventores para desarrollar los primeros aviones en el siglo XIX. Y esa misma idea, materializada en helicópteros, avionetas y cohetes, se convirtió en objeto de culto en la fotografía y el cine de los siglos XX y XXI.
Ciencia y cine: una relación compleja
La relación es compleja, pero clara: cine y ciencia están unidos. Y eso nos obliga a redefinir los prejuicios que se tienen en torno al pensamiento científico como algo duro, frío y cuadrado, y también a aceptar el papel de la ciencia y la tecnología en las artes del cine y la fotografía. Necesitamos de la ciencia para creer en la magia. Vemos la ilusión pero detrás siempre hay una maquinaria, una deus ex machina que significa lo contrario: no la reacción química de elementos, sino el poder cósmico de un personaje. La ciencia no diluye la ilusión, la posibilita.
Volviendo a Méliès, él era un mago y en la edición del cine halló sus mejores trucos: logró convencernos de que las cosas o las personas podían aparecer y desaparecer, de que detrás de una neblina de humo mágico se escondía el Diablo, y de que los viajes al fondo del mar y al espacio exterior eran posibles. Su corto más conocido, Le Voyage dans la Lune(1902), es la película primordial de la ciencia ficción. Nutriéndose de literatura fantástica y de ficción científica —De la Tierra a la Luna, de Julio Verne y Los primeros hombres en la Luna, de H. G. Wells—, Méliès creó la primera muestra visual de lo que sería este género, inaugurando de tal modo el viaje interminable de la ciencia ficción en el cine, no sólo como tema sino como herramienta que posibilita lo artístico: la ciencia nos brindó el cine sonoro en 1927 con The Jazz Singer; en 1939, el color en The Wizard of Oz y, con West Side Story (1961), el Cinemascope; después, los efectos visuales hicieron posibles filmes de culto como Star Wars (1977) y, al final del camino, las técnicas informáticas posibilitaron el cine de animación, como la pionera Tron(1982), y más tarde Toy Story (1995) y Final Fantasy (2001).
Las leyes del absurdo
Incluso para representar lo absurdo, lo inverosímil y lo imposible nos valemos de la ciencia. Para entender de qué hablo, citemos Fisiquotidianía, la física de la vida cotidiana de Cayetano Gutiérrez Pérez, un libro en el que se recogen las inexactitudes científicas más frecuentes en el cine. Entre los errores más comunes se encuentran:
- Animales desproporcionados: Según la ley cuadrado-cúbica de Galileo, que tiene en cuenta la fuerza de gravedad terrestre, los seres vivos no pueden tener tamaños desproporcionados; es decir, una hormiga gigante no podría sostener su peso con sus patas, por mucho que se hayan estirado, así como un elefante enano se arrastraría y no podría caminar debido a su peso. Así que todos los que temen algo similar a King Kong —en cualquiera de sus versiones— o Ants! (1977) pueden dormir tranquilos.
- Sonido en el espacio exterior: Es el lugar más silencioso; no hay aire, por lo que el sonido no se transmite, así que las películas con escenas fuera de las naves espaciales deberían ser mudas y no tener a Strauss de fondo.
- Explosiones en el espacio: No hay oxígeno, por lo tanto, no hay combustión; es imposible que haya llamas o fuego, así que la explosión de la Estrella de la Muerte en Star Wars es de lo más inexacto, científicamente hablando.
- Mutaciones genéticas: Se puede alterar el ADN de un organismo, pero no una vez que éste ha sido constituido o formado; además, los genes no tienen memoria del modo en el que se plantea en Alien: Resurrection (1997), donde el clon de Ripley comienza a recordar cosas que vivió la original.
Curiosidad e inventiva
Muchos cinéfilos dirán, con razón, que el cine no está obligado a ser exacto ni a apegarse a las leyes de la física porque, antes que cualquier cosa, busca entretener. Entonces, la ciencia no debe exigirle nada al cine, y tampoco la historia o la literatura, al menos no en los resultados, ya que todas son herramientas que pueden ser útiles y, al mismo tiempo, desechadas sin pudor.
Las tramas en el cine responden a un lenguaje propio, y en muchos casos debe sacrificar verdades y crear quimeras a partir de ellas. Lo mágico del asunto es que estas creaciones alimentan nuestra imaginación a través de preguntas —¿es posible hacer eso?—, de experimentos ficticios en robótica, inteligencia artificial o ciencias genómicas, o de preguntas filosóficas que nacen del cine. El entretenimiento esconde, de modo inconsciente, una forma auténtica de conocimiento. Y el cine de ciencia ficción siempre va más allá, hacia la utopía o la distopía, la mayoría de las veces como pretextos o escenarios de una crítica social o una reflexión en torno a la naturaleza humana. La ciencia ficción es una especie de punto de partida y no sólo sueña con lo imposible: lo hace posible.
Cuando dije que la ciencia es parte de esa gran ficción, me refería a un conjunto de ciencias, disciplinas y quimeras que intentan cohesionar y unificar el universo, pero que se entrelazan de formas inesperadas. Por ejemplo, la ciencia nunca pensó en convertirse en entretenimiento, y el cine nunca pensó en convertirse en un medio que ayudara a explicar nuestra realidad a través de lo surrealista, lo abstracto y lo absurdo.