
El carácter es superior al intelecto.
Ralph Waldo Emerson
No es la primera vez que sucede: incluso mucho antes de la era digital, las máquinas ya habían ganado la fama de que desplazarían a los obreros humanos… y las Revoluciones Industriales confirmaron estos miedos. En nuestros días, muchas personas se dividen entre el asombro y el terror por las capacidades que demuestran las diversas inteligencias artificiales disponibles para el público y que, según algunos, amenazan con sustituir a quienes nos ganamos la vida con trabajos creativos. ¿Será cierto esto?
Antes de meter las narices en la relación entre la creatividad humana y la IA, conviene primero entender qué es cada una. La creatividad es la capacidad humana de generar ideas nuevas a partir de elementos conocidos, y darles vida a través de un proceso de expresión y transformación. Implica no sólo la capacidad de imaginar algo nuevo, sino también —y sobre todo— la capacidad de tomar esa idea y convertirla en algo tan real y tangible como un poema, una película, un libro, un edificio o un proceso tecnológico.
La creatividad de nuestra especie es una galaxia compuesta por infinidad de estrellas: experiencias, emociones, inquietudes, inseguridades y perspectivas individuales y colectivas, así como equipajes culturales, formaciones sociales y familiares, y los contextos históricos en los que, como especie, hemos vivido. Esta pulsión se alimenta de la exploración de lo nuevo y de la necesidad de transformar nuestro entorno, de expresarnos y de dar un sentido a nuestras vidas.

Podemos afirmar con certeza que la creatividad humana es única porque está enraizada en las experiencias y emociones de cada persona, lo cual aporta una profundidad y un carácter difícilmente reproducible por una máquina. Se trata, pues, de un aspecto fundamental que nos hace humanos y nos distingue de la materia existente y del resto de los seres vivos que conocemos.
Por su parte, la inteligencia artificial es un sofisticado desarrollo informático programado para realizar tareas específicas como el análisis de datos, el reconocimiento de imágenes o ciertas labores creativas en determinadas áreas; por ejemplo, se puede ocupar para crear reproducciones visuales, generar textos o componer nueva música. Pero aunque es capaz de producir resultados que nos parecen creativos, no es sustancialmente creativa en el mismo sentido que un ser humano, pues está limitada por la programación que recibe y no es capaz de establecer conexiones entre ideas dispares o de detectar patrones en la información del mismo modo que un ser humano; además, carece de intuición —un aspecto primordial de la creatividad— y es incapaz de comprender e interpretar los contextos y significados de los datos que analiza, lo cual puede conducir a resultados irrelevantes, imprecisos o equivocados. Las máquinas son buenas con los datos y el razonamiento lineal, pero aún no con el pensamiento lateral.
La falta de creatividad de la IA radica en el criterio del cálculo: cada uno de sus avances se logra empleando algoritmos cuidadosamente limitados para conseguir fines muy específicos. En el fondo, estos algoritmos consisten simplemente en el manejo de las variables y de los datos disponibles, y en su asociación de una manera aparentemente significativa. Esto no significa que comprendan, pero tampoco que la inteligencia informática nunca vaya a superar la potencia intelectual del cerebro humano—si no es que, de alguna forma, ya lo hizo.

Ahora, los bots y robots entran en escena. Sin duda, el escenario profesional mutará drásticamente en el futuro inmediato y las implicaciones de esta reorganización están cuarteando mentes: una conclusión ordinaria es que, por la superioridad de las máquinas, la humanidad está condenada y muy pronto todos seremos aniquilados o sustituidos por ellas. Esta sensación gradual de fatalidad, que ya parece habitual, se basa principalmente en la suposición de que las máquinas serán capaces de ejecutar todo lo que hacemos los humanos. Y ahí está el error: hasta ahora, ninguna forma de IA ha alcanzado la consciencia, la capacidad de improvisar o de sentir emociones.

Nuestro cerebro, aunque imperfecto y analógico, es capaz de generar ideas y de conceptualizar en formas creativas que ninguna máquina ha podido imitar; además, es increíblemente adaptable: puede percibir estímulos nuevos, utilizar la comprensión conceptual para determinar de inmediato qué representan, elegir su significado y cambiar de opinión. Una idea, al final, no es más que una asociación de conceptos enlazados de una forma nueva por la detonación sincronizada de un grupo de neuronas.
Las ideas más poderosas son las que mejor vinculan las emociones. Añadir empatía al proceso de creación garantiza que la creatividad humana continúe siendo primordial. El toque humano y la experiencia vivencial son los ingredientes más importantes en cualquier proceso creativo en el que elijamos añadir la IA. Ocupémosla para mejorar el mundo, no para destruirlo. El cuestionamiento, la creación y la innovación son parte fundamental de nuestra naturaleza, y eso es lo que nos hace humanos.
El pensamiento espontáneo y creativo y el deseo de desafiar al mundo que nos rodea es —y seguirá siendo— el resguardo de la mente humana. Mientras existan seres humanos, existirá la necesidad de resolver problemas mediante ideas brillantes y de innovar. El pensamiento es la moneda del futuro…
