En estricto sentido, prolífico es una palabra que se usa para designar a una persona que es muy fecunda y tiene muchos hijos; sin embargo, si se trata de artistas —en especial de músicos y escritores— el término se refiere a uno que produce en abundancia, ya sea libros, películas, pinturas o composiciones musicales. Y en este rubro, quizá te preguntes quién ha sido el compositor más productivo y que ha dejado un legado musical más copioso en la historia.
Si, tras formular la pregunta, los músicos más famosos de la historia estuvieran de pie en un escenario, seguramente muchas miradas se enfocarían en el genio de Salzburgo, Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), quien a menudo es citado entre los compositores de música culta más prolíficos. Y no es para menos: el catálogo de su trabajo, elaborado por el musicólogo Ludwig Ritter von Köchel, enlista 626 obras entre sonatas, conciertos, misas, óperas, sinfonías y música de cámara.
No obstante, esa cifra está lejos de ponerlo en el primer sitio. Otros pensarían en el “padre de la música”, Johann Sebastian Bach (1685-1750), quien además de haber concebido cerca de mil obras —cantatas, motetes, oratorios, conciertos, fugas, misas y otras— fue un hombre prolífico en toda la extensión de la palabra, pues con sus dos esposas tuvo la friolera de veinte hijos, algunos de los cuales también destacaron como músicos. Y sí, es un corpus musical muy notable, pero aún está lejos de ser el más extenso de la historia.
Pues bien, el músico más prolífico de todos los tiempos —o, al menos, uno de los más fecundos— a juzgar por la cantidad de obras fidedignas que sobreviven y han sido adjudicadas a su autoría, es el alemán Georg Phillip Telemann (1681-1767), quien destacó como compositor en el periodo barroco y con frecuencia era puesto a la altura de sus compatriotas Bach —de quien fue amigo y “compadre”, ya que apadrinó a su hijo Carl Philipp Emanuel— y George Frideric Handel, quien se naturalizó inglés en 1727.
Telemann nació el 24 de marzo de 1681 en Magdeburgo, Alemania, en el seno de una familia luterana; fue autodidacta y un niño prodigio que empezó a componer a los diez años, muy a pesar de la oposición de sus padres. Estudió leyes en la Universidad de Leipzig, pero al poco tiempo se decantó por la música. Fue kapellmeister en Leipzig y ocupó otros puestos hasta que se estableció en Hamburgo, donde fue director musical de las cinco iglesias más importantes de la ciudad. Pero vamos a los números: de acuerdo con diversas fuentes, Telemann compuso cerca de tres mil obras, de las cuales se ha perdido la mitad y de ésta, la mayor parte no ha sido interpretada desde el siglo XVIII. Aun así, es impactante.
Tan sólo de 1708 a 1750, Telemann compuso 1043 cantatas sacras para los años litúrgicos de la iglesia luterana, seiscientas suites orquestales —también llamadas overtures durante el Barroco—, obras didácticas para la enseñanza del órgano —entre ellas, quinientos himnos— y decenas de sonatas y conciertos.
De forma similar a lo que sucede con el Catálogo de obras de Bach —cuyas siglas en alemán, BWV, es un prefijo que antecede al número de obra— la vasta obra de Telemann está catalogada con la abreviatura TWV. Un dato extra es que fue uno de los primeros compositores en emprender batallas legales por los derechos exclusivos de publicación de sus obras, o sea que además fue un pionero de la propiedad intelectual musical.
Para cerrar este artículo e invitarte a dar una probada al prolífico Telemann, este humilde sombrerero te recomienda escuchar su Tafelmusik (1733) o “música de mesa”, una colección de composiciones instrumentales idóneas para acompañar una cena romántica —entre dos amantes adinerados, pues en su tiempo la partitura costaba una fortuna—, así como la Wassermusik o “música acuática”, una suite orquestal en diez partes con motivos mitológicos, compuesta para el centenario del Almirantazgo de Hamburgo.