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Margarita Carrasco Zanella

Margarita Carrasco Zanella

Inspiración

El siguiente cuento de terror fue elegido ganador del concurso convocado en el taller de Bicaalú “Cuentos que sí dan miedo”, impartido por nuestro amigo y colaborador Bernardo Monroy. Esperamos que te asuste tanto como a nosotros…

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Al oprimir el botón izquierdo del mouse, las piernas amarillas empiezan a caminar a lo largo de un pasillo que conduce hacia el departamento número 45. Un clic más y el picaporte cede de inmediato. En la estancia, el mouse se desliza poco a poco para acompañar a una mujer rubia que se deja caer sobre un sillón y recarga una humeante taza en sus labios insinuados con trazos púrpura. Ella hojea un libro de literatura fantástica impreso en caracteres fosforescentes y se detiene en el título “Escalofriante” del escritor inglés Thomas Bailey Aldrich, que dice: “Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta”. La rubia deja el libro en el sillón, se levanta y abre la puerta del departamento. Aparece allí otra rubia, idéntica a ella, que en tono grave le dice que el mundo ha desaparecido y que en él no queda nadie más que ella. La rubia que tranquilamente leía, extrañada, eleva las cejas; la otra, también. La primera rubia se rasca la cabeza y la segunda, también. Aquélla abre los ojos y emite un grito sin fondo. La recién llegada abre la boca y se ahoga en una carcajada.

...se levanta y abre la puerta del departamento.

El grito de terror resonaba en los oídos del navegante de la página web que había seguido a la mujer digital desde que entró al departamento número 45, pero la carcajada de la otra lo irritó tanto que se aferró con fuerza al mouse hasta casi hacerlo estallar. Respiró hondo y se tomó su habitual tiempo de reflexión. Ya sosegado decidió que, con mucha calma, le explicaría a la primera rubia que no tenía por qué temer, que todo era sólo una historia de ficción; pero, intempestivamente, unos fuertes golpes en la puerta interrumpieron sus intenciones. Una vez más, respiró hondo y dudó entre salvar a la rubia o abrir la puerta. Por fin, eligió la segunda opción y, al abrir, se encontró con un hombre idéntico a él, el cual sin preámbulos le informó que la galaxia se había desintegrado y que él era el único sobreviviente en ella. La atmósfera se cargó de silencio. El navegante de la página web miró fijamente al otro, y éste también a él. Luego, chasqueó la lengua; el hombre frente a él, también. El navegante de la página web ya no pudo respirar hondo: cayó inconsciente a los pies del otro.

La inconsciencia del navegante de la página web sigue conmoviendo al escritor que, entre los delirios de la fiebre ocasionada por una gripe particularmente virulenta, sentado ante la computadora imagina a las dos rubias, al otro hombre y al navegante de la página web, a quien teme rozar con el cursor por miedo a descubrir que él mismo, con sus dedos locos corriendo sobre el teclado, pudo haberlo matado. Ansía verlo despierto para aclararle que sólo es un personaje, producto de una tarde de fiebre, pero lo interrumpe el eco de unos pasos que se arrastran sobre el pasillo. Apenas respira al escuchar los golpes en la puerta. A diferencia de la primera rubia y del navegante de la página web, el escritor no abre y permanece quieto, observando su rostro reflejado en la pantalla de la computadora, mientras los golpes amenazan con derrumbar el edificio.

Y ahora, la narradora de este cuento es quien está preocupada porque, entre tanto estruendo, el escritor que mira fijamente la pantalla web no la escucha. Desde hace rato intenta explicarle que él, las dos rubias, el navegante de la página web y el hombre idéntico a éste obedecen a un impulso personal de escribir estos hechos, los cuales prefiere no seguir tecleando por temor a oír que golpean a su puerta y, sobre todo, por el pavor de que alguien le revele que ella también es un personaje de una historia de ficción…

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