Los animales como detonantes creativos

Los animales como detonantes creativos
Fabio Cupul Magaña

Fabio Cupul Magaña

Los humanos contamos con la dicha de compartir este mundo y la vida con los animales. A lo largo de miles de años, estos seres vivos han sido nuestra casi inagotable fuente de sustento alimentario, de pieles para cubrir la desnudez y de sustancias con virtudes medicinales para remediar enfermedades, sin olvidar que algunos, como es el caso de perros y gatos, nos han acompañado en nuestro proceso civilizatorio hasta considerarlos parte del clan familiar.

Todos los grupos culturales en este mundo han tenido la sensatez de observar meticulosamente el comportamiento y las adaptaciones que manifiestan los animales para afrontar y salir venturosos de los desafíos impuestos por el entorno donde viven. Así, con este nuevo conocimiento adquirido, los seres humanos pueden alimentar su cerebro y potenciar su creatividad para hacer frente, con una óptica distinta, a los desafíos que la vida impone.

Una forma en que los primeros humanos resolvieron la adquisición de las cualidades animales para sortear las vicisitudes de lo cotidiano, fue con la fusión espiritual, que lograron con la intermediación de máscaras, bailes y sustancias psicoactivas, así como de pieles o partes corporales del animal en cuestión. Ya en la forma de un nuevo ser imaginario, el llamado teriántropo —mitad humano, mitad animal— podía, además de entrar en contacto con lo divino o visualizar el porvenir, conocer de primera mano las costumbres del animal mimetizado. La información adquirida se utilizaría para afinar las estrategias de caza, agudizar los sentidos o entender con claridad los mensajes sutiles de la naturaleza.

"...la fusión espiritual, que lograron con la intermediación de máscaras, bailes y sustancias psicoactivas..."

Por otra parte, en el arte de la guerra el conocimiento sobre la letalidad de ciertos animales venenosos, como las serpientes, se utilizó con mucha imaginación en la concepción de las primeras armas biológicas destinadas a infligir dolor y miseria al enemigo. Se sabe que en la batalla naval de Eurimedonte, en la actual Turquía, que tuvo lugar en el año 184 a.C., el famoso general cartaginés Aníbal lanzó vasijas de cerámica llenas de serpientes venenosas a los barcos del rey Eumenes de Pérgamo, y que éstas sembraron el caos y el desasosiego entre su tripulación.

Los dos párrafos anteriores dan fe de cómo la mente humana busca inspiración en la naturaleza: en este caso, en la fauna. Esta inspiración se nutre de lo que percibimos con los sentidos —sobre todo con la vista— y que con frecuencia seduce al cerebro a través de imágenes febriles de animales, salpicadas con fantásticos ornamentos o comportamientos sobrenaturales. Muchas de estas creaciones humanas imaginarias han perdurado en el tiempo gracias a que se resguardaron en catálogos llamados bestiarios.

Animales fabulosos

Los bestiarios más célebres datan del Medievo y exhiben colecciones de relatos, descripciones e imágenes de animales, reales o imaginarios, que combinan detalles de historia natural con cautivantes crónicas inverosímiles. En ellos, los animales eran ataviados con toda la gama de sentimientos mundanos de nuestra estirpe, desde los más nobles hasta los más viles. Así, el camello se presentaba como ejemplo de templanza, por su capacidad de tolerar largos periodos sin beber agua; por el contario, dada su fealdad y capacidad de provocar repulsión, el sapo era el recinto idóneo del pecado, la lujuria y la herejía. En los bestiarios, el rey de los animales fabulosos —como lo decía el escritor y naturalista alemán Herbert Wendt (1914-1979)— era el unicornio o monoceros; a este animal, mencionado desde la Biblia, se le atribuían muchos prodigios: reducido a polvo, su cuerno servía de medicamento contra las más diversas enfermedades y, en especial, como desintoxicante. Se decía que cualquier bebida emponzoñada empezaba a bullir en el acto en cuanto se le añadían unas cuantas limaduras del legendario apéndice, las cuales también eran consideradas un remedio infalible contra la impotencia y la esterilidad.

"En los bestiarios, el rey de los animales fabulosos (...) era el unicornio o monoceros..."

En bestiarios contemporáneos, como el realizado por el gran Juan José Arreola (1918-2001), los animales son descritos bella e impecablemente; como lo relata el escritor José Emilio Pacheco (1939-2014), Arreola le dictó el Bestiario como si estuviera leyendo un texto invisible. En esta obra, Arreola hizo gala de su gran creatividad al destacar aspectos de la morfología y el comportamiento de los animales que nunca antes había advertido naturalista alguno. Así, en El Hipopótamo, nos señala “Buey neumático, sueña que pace otra vez las praderas sumergidas en el remanso, o que sus toneladas flotan plácidas entre nenúfares…”.

Versos inspirados en animales

Además de la prosa, la poesía no ha sido ajena a los miembros del reino animal como detonantes creativos. En “Liliput”, el poeta mexicano José Juan Tablada (1871-1945) nos dice: “Hormigas sobre un / grillo, inerte. Recuerdo / de Guliver en Liliput”. La escritora mexicana Coral Bracho (1951) cita en “Mariposa”: “Como una moneda girando / bajo el hilo del sol / cruza la mariposa encendida / ante la flor de albahaca”. Por su parte, la poetisa argentina María Elena Walsh (1930-2011) apunta que “Un hipopótamo tan chiquito / que parezca de lejos un mosquito, / que se pueda hacer upa / y mirarlo con lupa, / debe ser un hipopotamito”.

"...materiales y artilugios adherentes (...) emulando la capacidad pegajosa de las patas de los gecos..."

No cabe duda que los animales inspiran todas nuestras facetas humanas, tanto así que en el campo de la innovación inspirada en la naturaleza, o  biomimetismo, se trabaja en el desarrollo de materiales y artilugios adherentes a casi cualquier tipo de superficie, emulando la capacidad pegajosa de las patas de los gecos. Estos pequeños reptiles, que vemos desplazarse sin problema por techos o paredes inclinadas, deben esta capacidad a que sus patas presentan microestructuras en forma de espátula que se adhieren a las más pequeñas irregularidades de una superficie, así como a la actuación de las fuerzas de Van der Waals o de atracción a nivel molecular.

Al jefe Seattle (ca. 1786-1866) de la tribu nativa americana Duwamish alguien le preguntó alguna vez qué es el hombre sin los animales, a lo que él respondió: “Si desaparecieran todos los animales, la soledad espiritual mataría a los seres humanos, porque lo que ocurre a ellas también le ocurre a los humanos. Todo está ligado”.

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