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Los cuentos de hadas en el arte

Los cuentos de hadas en el arte
Carla María Durán Ugalde

Carla María Durán Ugalde

Inspiración

Las historias de duendes, brujas, príncipes y princesas han proliferado en la tradición oral y se han transmitido incesantemente a través de generaciones en prácticamente todos lados. Así, una buena cantidad de estos relatos han roto las barreras del folklore popular para convertirse en literatura al ser recopilados en antologías y, desde ahí, han sido transformados en referentes para otros cuentos y novelas contemporáneas. Pero, además de la literatura, estas entrañables narraciones han inspirado a muchas otras artes.

Desde que se comenzaron a publicar compilaciones infantiles, los cuentos de hadas se han acompañado, casi siempre, de ilustraciones. Tal es el caso, por ejemplo, del trabajo realizado por John Dickson Batten (1860-1932) en Europa’s Fairy Book —publicado en 1916—, o de los intrincados grabados de Gustave Doré (1832-1883) para los cuentos de Charles Perrault. La maestría de Batten y Doré hace que sus trabajos tengan una vida aparte del texto; sin embargo, las ilustraciones para libros no son las únicas manifestaciones pictóricas pobladas de princesas encantadas.

Grabado de Gustave Doré

Grabado de Gustave Doré.

En 1840 un grupo de artistas británicos, que estaba en busca de nuevas fuentes de inspiración, volteó la mirada hacia el arte y las historias medievales. Impulsados por la nostalgia del romanticismo, fundaron una nueva escuela a la que llamaron prerrafaelita. Su principal objetivo era dejar de lado las poses pretenciosas que veían en el arte renacentista y remitirse a una época anterior a la de Rafael Sanzio. De este modo, las principales fuentes de inspiración prerrafaelita fueron la mitología y los cuentos populares repletos de magia, caballeros y reinos lejanos.

Las pinturas prerrafaelitas representaban mayormente a personajes típicos de los cuentos de hadas. Henry Meynell Rheam (1859-1920) nos presenta a una hechicera oscura en su cuadro The SorceressLa hechicera, de 1898—, pero también da lugar a las fuerzas del bien en sus cuadros The Fairy Queen y The Fairy WoodsLa reina hada y El bosque de las hadas, ambos de 1903. Por otro lado, en el cuadro A Visit to the Witch Una visita a la bruja—, de Edward Frederick Brewtnall (1846-1902), su autor imagina a un par de doncellas acercándose a una anciana que ha puesto al fuego un caldero de contenido misterioso.

Henry Meynell Rheam, 'El bosque de las hadas'

Henry Meynell Rheam, El bosque de las hadas.

Edward Frederick Brewtnall, 'Una visita a la bruja'

Edward Frederick Brewtnall, Una visita a la bruja.

John Everett Millais, 'Caperucita Roja'

John Everett Millais, Caperucita Roja.

Otro motivo utilizado por Brewtnall fue el del conocido encuentro de la princesa y el sapo. En el lienzo de Brewtnall, la princesa está frente a una fuente y mira con desprecio hacia el suelo donde, en una esquina y apenas visible, está el desdichado anfibio. Así resumió Brewtnall la emotividad del hecho. Otra obra en la que los encantos femeninos chocan con lo grotesco es The Beauty and the Beast La bella y la bestia—, pintado en 1904 por Batten; en este cuadro, Bella cierra los ojos ante la bestia antropomorfa que se oculta bajo un árbol del jardín.

Edward Frederick Brewtnall, 'La princesa y el príncipe sapo'

Edward Frederick Brewtnall, La princesa y el príncipe sapo.

Entre las princesas pintadas por Batten también está Blanca Nieves. En una pintura de 1897, la encontramos dormida sobre las camas de los enanos; inspirándose en el cuento de los hermanos Grimm, su autor llamó al cuadro Snowdrop and the Seven Little Men Gota de nieve y los siete hombrecitos. Este relato también inspiró a Rheam, que en su cuadro Once Upon a TimeÉrase una vez, de 1908— nos presenta a una Blanca Nieves perdida en el bosque que divisa a los enanos en la oscuridad.

John Dickinson Batten, 'Gota de nieve y los siete hombrecitos'

John Dickinson Batten, Gota de nieve y los siete hombrecitos.

Es curioso señalar, por otro lado, que mientras la Blanca Nieves de Batten aparece dormida, en otro cuadro del mismo autor, titulado Sleeping Beauty: the Princess Picks her FingerLa bella durmiente: la princesa se pincha el dedo, de 1895—, la Bella Durmiente es retratada justo antes de caer en su larguísimo sueño. Desde luego, la historia de la princesa encantada que espera un beso para por fin poder despertar fue la principal musa de muchas otras obras prerrafaelitas. Rheam, Brewntnall y John Collier (1850-1934) pintaron escenas en las que el príncipe encuentra a la princesa —la cual usualmente viste algún color que contrasta con la gama cromática del cuadro en cuestión. Edward Burne Jones (1833-1898), por su parte, realizó toda una serie de cuadros dedicados a la historia de la princesa Rosa Aurora. The Legend of Briar RoseLa leyenda del rosal silvestre, pintada entre 1885 y 1890— se compone de cuatro lienzos mayores con diez paneles de conexión; en ellos se muestra el palacio invadido de espinas, la corte cayendo rendida ante el sueño, la princesa postrada en una cama rodeada de sirvientes que también duermen, y el príncipe adentrándose en el bosque.

Edward Burne Jones, cuadro de la serie 'La leyenda del rosal silvestre'

Edward Burne Jones, cuadro de la serie La leyenda del rosal silvestre.

Y aunque casi todas las princesas destacan por la fineza de sus ropas, también están las que visten jirones. Así, en una pintura de 1863, Burne Jones presenta a una Cenicienta que nos mira directamente, vestida con un viejo vestido verde y una sola zapatilla. De manera muy distinta, en un cuadro de 1899, Valentine Cameron Prinsep (1838-1904) pone ante nuestros ojos a una Cenicienta que parece esconderse detrás de una pared. Millais, por su parte, retrata a una niña que sostiene una escoba quizá más alta que ella: una Cencienta a la que quedan varios años de arduas labores antes de conocer al príncipe.

Edward Burne Jones, 'Cenicienta'

Edward Burne Jones, Cenicienta.

Puesto que los prerrafaelitas preferían poses naturales, sus pinturas, si bien inspiradas en cuentos de hadas, dan siempre la sensación de estar interrumpiendo un momento real. Y quizá, de esta forma, la brevísima vida de un personaje de cuento de hadas se extiende indefinidamente en el óleo. Es una cualidad notable de los cuentos de hadas en el arte —trátese de pinturas prerrafaelitas o de ilustraciones de libro— volverse eternos al estar detenidos en la narración. Así, el espectador interrumpe para siempre el sueño de la Bella Durmiente antes de que se cumplan los cien años y llegue el príncipe a despertarla, camina con Caperucita antes de que el lobo la encuentre, barre los pisos con Cenicienta descalza, y conoce a la bruja que soltará algún maleficio y al hada que puede erradicarlo mucho antes de que cualquiera de las dos ponga su magia a trabajar.

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