Meditar analógicamente o las ventajas de tomar fotos a la antigua

Meditar analógicamente o las ventajas de tomar fotos a la antigua

FOTO: Fernando N. Acevedo O.

Fernando N. Acevedo

Fernando N. Acevedo

Creatividad

Parece un paisaje montañoso, cumbres que emergen entre un grupo de nubes que pasan, como acariciando sus costados. En realidad se trata de rocas que sobresalen del agua de un tranquilo río italiano. Hablo de una fotografía que tomé a principios de siglo, en la que apliqué ciertos recursos que aprendí por cuenta propia. Bastó tener el equipo adecuado —una cámara réflex de 35 mm con un telefoto de mediano alcance, un rollo a color ISO 100 y un pequeño tripié—, algunos conocimientos fotográficos —por ejemplo, saber que es posible manipular la apertura del diafragma y el tiempo de obturación, y que si este último va a ser prolongado, todo aquello que pase frente a la lente va a salir barrido— y mucha paciencia para acomodar el cuerpo a la orilla del río en un hueco entre piedras y arena, apuntar hacia las rocas, enfocar, encontrar el momento adecuado para evitar capturar cualquier otra cosa que el agua arrastrara, y disparar dejando abierto el obturador durante cinco segundos, intentando mantener firme la cámara para evitar que la toma saliera movida. Logré el resultado después de treinta minutos de incómoda espera, pero no lo supe hasta que, una semana después, pude llevar a revelar mi rollo a uno de esos lugares donde el proceso tomaba una hora como máximo.

Hoy casi todo es digital, ya no hay paciencia para las cosas que llevan tiempo. Hablo de rituales olvidados, como seleccionar la pluma que mejor se adecue a la forma de nuestra mano y utilizarla para plasmar en papel nuestras ideas, o de abrir la tapa de una cámara fotográfica, introducir la película, cerrarla y esperar el momento adecuado para enfocar y capturar una imagen irrepetible. Respecto a esto último, la tecnología de las cámaras digitales ofrece ventajas innegables, pues ya no es necesario preocuparse por cosas como la correcta colocación del rollo dentro de la cámara, la configuración según las condiciones de luz del momento, o el enfoque adecuado del sujeto que vamos a fotografiar: el rollo ya no se utiliza y lo demás puede ser, en el mejor de los casos, automático. Además, la ventaja más importante —al menos como argumento de venta de cámaras y demás dispositivos que las emulan— parece ser que ya no hay que esperar a que la película sea revelada, pues ahora las tomas son visibles de inmediato. Luego de ver el resultado, si la fotografía quedó mal, simplemente puede borrarse e intentarlo de nuevo, o también es posible retocarla digitalmente con algún programa de edición de imágenes. La fotografía analógica, en cambio, implica varios pasos: desde comprar la película fotográfica hasta encontrar el lugar para revelarla e imprimirla, además de lo obvio: contar con una cámara réflex.

¿Por qué tomar fotos a la antigua?

Sigo creyendo en esta práctica en creciente desuso por una simple razón: los minutos u horas invertidos en obtener buenas fotos —aunque sólo sea una en un rollo de treinta y seis exposiciones— y, si se poseen los medios y los conocimientos, en revelarlas, imprimirlas y ampliarlas, constituyen un tiempo de calidad. Durante el proceso, se agudiza la creatividad y despierta la imaginación pero, sobre todo, se aprende a observar y a discernir entre lo que consideramos valioso y aquello que podemos desechar porque no satisface nuestras propias expectativas. Y debido a la concentración y al ensimismamiento que implica la experiencia, se puede, incluso, meditar.

Así que a quienes tengan una cámara analógica guardada en un cajón, les recomiendo que la saquen del olvido. Aún existen negocios y escuelas —una buena búsqueda en internet les ofrecerá opciones— en los que se puede adquirir el equipo, tomar cursos para aprovechar al máximo las opciones del mismo, comprar químicos y papel fotográfico, y aprender técnicas de revelado, impresión, ampliación y revirado —proceso mediante el cual se convierte una fotografía en blanco y negro a una en color sepia, por ejemplo. Algunos de estos lugares incluso ofrecen viajes grupales donde los estudiantes pueden visitar distintos escenarios y ambientes —el centro de alguna ciudad, un barrio pintoresco, algún museo o un bosque— para inspirarse y adquirir o mejorar sus habilidades en el arte fotográfico.

Ansel Adams, 'Montañas Tetons y el río Snake', 1942

Ansel Adams, Montañas Tetons y el río Snake, 1942.

Pero no sólo eso, también en términos de calidad es posible hablar de ventajas del formato analógico sobre el digital. Primero hay que decir que una cámara analógica de formato medio es capaz de competir con la resolución de una digital, pues puede llegar a producir imágenes con un equivalente de hasta 400 megapixeles. Por otro lado, cabe mencionar que las fotografías de larga exposición quedan mejor en película, ya que la cámara digital debe operarse en condiciones de temperatura muy específicas para no provocar el llamado “ruido térmico”, un efecto no deseado producido por el uso prolongado de la circuitería de imagen del aparato. Sin embargo, seamos justos: mientras que quizá nuestro equipo analógico nos dure para toda la vida y el digital tengamos que cambiarlo cada tres o cinco años, lo que gastaremos en película y revelado —sin contar que decidamos emprender nosotros mismos todo el proceso, a lo que habremos de sumar el costo de varios aditamentos— podría significar una inversión considerable.

En mi defensa diré que no sé cómo obtener una fotografía como la de mis rocas utilizando una cámara digital y sin la ayuda de programas de retoque. Tuve que invertir tiempo y esfuerzo para lograrla, pero tenerla en papel en su momento no me costó más de dos pesos mexicanos. Además, la satisfacción sin duda es mucho mayor que si hubiera utilizado algún truco digital.

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