
Desde hace años se ha popularizado una escuela de meditación llamada mindfulness, cuya premisa es el enfoque de la atención plena en el momento presente para eliminar distracciones mentales como la rumiación del pasado o la preocupación por el futuro. Derivada de esta fama, una serie titulada Mindfulness para asesinos pone en la mesa la idea de que los beneficios de esta técnica pueden usarse para fines poco éticos… como matar. ¿De dónde viene el dichoso mindfulness y qué tan cierto es lo que propone el show televisivo basado en la novela de Karsten Dusse?[1]

Empecemos por el principio. La meditación, en palabras muy simples, es un entrenamiento mental desarrollado hace miles de años por el Buda histórico, cuyo propósito es —como ya se dijo— focalizar la mente y la atención hacia el aquí y el ahora o el momento presente, pues normalmente éstas se encuentran distraídas anticipando el futuro o lamentando el pasado.
Esto lo dicen incluso los memes sobre espiritualidad, pero el asunto no termina ahí. En esencia, la finalidad última del cultivo de esa atención plena es la iluminación: una sabiduría o capacidad de ver la realidad tal cual es, sin filtros, interpretaciones ni distorsiones causadas por nuestra propia mente y por el egocentrismo. Por eso, además de meditar, quienes se internan en esta ruta espiritual complementan su práctica con enseñanzas y lecturas que les permiten llegar —o, al menos, aspirar— a una claridad que permita el cese del sufrimiento, tanto en ellos mismos como en todos los demás seres. Toma nota de esto.
Ahora, de acuerdo con las enseñanzas budistas existen dos cualidades mentales que se logran mediante la meditación y que en sánscrito se llaman sámata y vipassana. Sámata se traduce como “tranquilidad de la mente” o “calma mental” y se enfoca en el desarrollo de la serenidad y la concentración a través de la atención consciente en un solo punto, por ejemplo la respiración; por su parte, vipassana —“visión clara” o “ver las cosas como son”— consiste en un entendimiento introspectivo que revela la imperfección de la existencia, lo cual permite aceptarla sin aferrarnos a ella.
Con estos antecedentes en mente, volvamos al mindfulness. A finales de la década de 1960, el maestro zen Philip Kapleau acudió al prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) para hablar de la meditación budista. Sus palabras calaron hondo en un estudiante llamado Jon Kabat-Zinn, quien se convirtió en su discípulo; más adelante, Kabat-Zinn estudió en la Insight Meditation Society fundada por Sharon Salzberg, Jack Kornfield y Joseph Goldstein.

En 1979, el mismo Zabat-Kinn fundó una clínica de reducción del estrés en la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachusetts, donde adaptó técnicas de la meditación zen, el hatha yoga y la meditación vipassana para desarrollar un programa de relajación que se convertiría en el programa de ocho semanas titulado Mindfulness-Based Stress Reduction (MBSR); en otras palabras, inventó la meditación que hoy conocemos como mindfulness.
Un detalle importante es que Kabat-Zinn eliminó de su programa los objetivos de la iluminación propios de los sistemas religiosos y espirituales en que se basó su MBSR, así como cualquier conexión entre el mindfulness y el budismo; en lugar de eso, colocó a la MBSR dentro un contexto estrictamente científico. Su meta, entonces, sólo era reducir el estrés, cultivar la atención y permitir la autorregulación emocional, eliminado la rumiación y la angustia.
Con todos esos maravillosos beneficios, ¿qué podría salir mal? Y lo cierto es que mucho: despojado de su brújula moral, que lo orienta hacia la iluminación, el altruismo y el “cese del sufrimiento de todos los seres”, el mindfulness puede literalmente convertirse en un auxiliar para especuladores en la bolsa, francotiradores y, sí, asesinos.
Un artículo del Ejército de los Estados Unidos revela cómo desde 2015 el mindfulness es utilizado tanto para tratar el estrés postraumático de los veteranos de guerra como para preparar psicológicamente a los soldados en activo para dominar el estrés antes de entrar en combate y para mantenerlos enfocados bajo situaciones de alto riesgo. En el mismo sentido, un artículo de Time describe cómo la práctica se ha tornado en un producto de consumo que ayuda a los atribulados inversionistas de Wall Street a mantener la calma en medio de la turbulencia del mercado y así tomar decisiones de alto riesgo que maximicen sus ganancias: algo que el autor califica como “McMindfulness”.

Si has visto suficientes películas de ciencia ficción sabrás que, al menos en la literatura y el cine, la primera ley de la robótica es no dañar a un ser humano; y de seguro también has visto lo que sucede cuando un robot o una IA desobedecen esta instrucción. Algo similar sucede con el mindfulness, pues algo que en origen se orienta al beneficio de quien lo practica y de todas las personas, si cancelas la instrucción del altruismo —como lo hizo Kabat-Zinn— puedes incluso convertirlo en un arma. Y como sin sabiduría somos seres imperfectos, egoístas, con miedos y vanidades, es muy probable que demos preminencia al beneficio personal y lo pongamos al servicio de la codicia y de los apegos materiales.
Alguna vez un amigo, que le era infiel a su pareja, me confesó que empleaba la meditación zen para enfocarse en el presente y eludir el remordimiento de lo que había hecho la noche anterior. Entonces no se trata de que tu práctica “te haga sentir bien”, pues esta sensación de bienestar puede ser engañosa; la idea es lograr un entendimiento menos egocéntrico de la realidad, por lo que la atención plena no es un fin en sí mismo, sino el primer paso de un largo camino.
Y tú, que practicas mindfulness o cualquier otra clase de meditación, ¿qué intención le das a tu práctica? ¿La de tu propio beneficio o la del bienestar de todos los seres que te rodean?

[1] Murder Mindfully en inglés, publicada en enero de 2024; también ha sido traducida como Tu niño interior quiere matar y El asesino zen.