Monte Kailash: la montaña que nadie ha podido conquistar

Monte Kailash: la montaña que nadie ha podido conquistar
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Lugares increíbles

Dentro del hinduismo, el Trimurti es una trinidad similar a la cristiana pero que reemplaza las tres personas de un solo dios con tres dioses: Brahma, el creador; Vishnú, el preservador y Shiva, el destructor que arrasa con todo para que Brahma vuelva a crear en un ciclo sin fin. Shiva tiene su residencia en la Tierra, donde vive con su esposa Parvati y sus hijos, Ganesh —el de la cara de elefante— y Kartikeya; dicho sitio sagrado es conocido como Kailasha y, según los creyentes, se halla en la cima del Monte Kailash, una montaña tan remota y escarpada que nadie ha podido alcanzar su cima.

A la vista, el Monte Kailash es majestuoso y se impone en el horizonte de los Himalayas. Aunque su altura de 6,638 msnm[1] es considerablemente menor a la de otros montes de esta cordillera —como el célebre Everest, el más alto del mundo con sus 8,848 msnm, o el K2 con 8,611 msnm—, a la fecha no existe registro de una persona, local o extranjera, que haya llegado a su cima.

De hecho, actualmente el gobierno chino ha prohibido por completo los ascensos, en virtud de que se trata de un sitio sagrado para cuatro religiones: el hinduismo, el jainismo, el budismo —donde se le conoce como Monte Meru— y la religión Bon, que lo considera el axis mundi o el sitio donde convergen el plano terrenal y el divino. Basta con echarle un vistazo para entender el inconmensurable respeto y la ceremoniosidad que existe en torno a él.

Ilustración Hindu del Monte Kailash

Según testimonios de montañistas expertos, la razón de que el Kailash siga siendo inconquistable es que sus cuatro caras, que forman una especie de pirámide en su porción superior, son sumamente empinadas y están cubiertas de hielo de forma permanente, por lo que se tornan muy resbaladizas e imposibilitan el ascenso. Además, su forma obliga a superar formaciones rocosas afiladas y expuestas, así como algunos taludes casi verticales; por si todo esto fuera poco, la región donde se encuentra tiene un clima impredecible y extremo, con temperaturas bajo cero, fuertes vientos y tormentas de nieve repentinas.

A pesar de todo, sí que ha habido intentos de llegar a su cima. En 1926, el británico Hugh Ruttledge exploró la zona, estudió el monte y fue el primero en estimar su altura, acompañado de un sherpa; animado por éste intentó un ascenso, pero una tormenta de nieve lo hizo claudicar. Diez años después, el austriaco Herbert Tichy visitó la zona y le preguntó al gobernante local si era factible subir, a lo que éste contestó que “sólo un hombre libre de pecado podría conquistar el Kailash, pues no tendría que escalar las escarpadas paredes de hielo para hacerlo: simplemente se convertiría en un pájaro y volaría hasta la cima”.

El último ascenso tuvo lugar a mediados de la década de 1980, cuando el italiano Reinhold Messner —que ya había conquistado el Everest dos veces—tuvo que renunciar a mitad de la prueba. En 2001, un equipo español solicitó permiso para subir al monte; sin embargo, para entonces el gobierno chino ya había prohibido de manera definitiva los ascensos a esta montaña sagrada.

Vista del lado sur del monte Kailash desde Barkha

Rodeado de un halo de misterio y inaccesibilidad, el Monte Kailash es un sitio de peregrinación para los fieles de las cuatro religiones mencionadas. Los hinduistas realizan la llamada Yatra, que consiste en rodear la montaña, pues cualquier intento de subir a ella es considerado una falta de respeto al dios Shiva; esta ruta, cuya significación e importancia podría compararse con la del Camino de Santiago en Europa, tiene un milenio de antigüedad y, como las visitas a la Meca para los musulmanes, debe realizarse al menos una vez en la vida.

En resumen, el Monte Kailash es una expresión de la Naturaleza que despierta la fascinación que, como especie, nos provocan las alturas; y, también, es un recordatorio de que aunque nos sintamos los reyes de la creación, aún existen sitios vedados para nosotros donde sólo los dioses —si es que existen— pueden posar sus pies y mirar el mundo desde arriba…

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[1] Metros sobre el nivel del mar.

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