En la búsqueda de lo espiritual, uno puede encontrar las más diversas disciplinas y corrientes de pensamiento; por eso es bueno conocerlas, analizarlas y después tomar de cada una lo que nos ayude en nuestro crecimiento. En este sentido, si bien existen escuelas ancestrales, durante el siglo pasado también se desarrollaron corrientes alternativas con base en creencias de aquí y de allá.
Después de todo un camino recorrido —yoga, meditación, mindfulness, deeksha, reiki, sanación, etcétera—, y de todo lo leído, estudiado, aprendido y aplicado, quienes estamos en la búsqueda a menudo no sabemos lo que buscamos, pero sí sabemos que necesitamos respuestas. Y aquí entra una nueva doctrina —que, por cierto, no es tan novedosa en realidad—, la cual podemos incluir en nuestra caja de herramientas espirituales para estar mejor y ser más felices.
En este punto, cabe mencionar que ahora la búsqueda espiritual se centra en la felicidad, en la paz y la tranquilidad, en aceptar la realidad tal como es y en tomar lo mejor de ella sin intentar ser perfectos todo el tiempo. Y de todo eso se trata el movimiento Rajneesh, fundado por un personaje llamado Osho.
Y, ¿quién fue Osho? Un hombre nacido la India en 1931 con el nombre de Bhagwan Shree Rajneesh, el cual encabezó el movimiento espiritual llamado Rajneesh y fundó un resort internacional de meditación con su nombre. Pero, más allá de sus datos biográficos —y de las interminables frases motivacionales suyas que se publican todos los días en redes sociales—, ¿qué ideales compartió a lo largo de su vida? ¿Qué lo hizo un personaje polémico, tanto que fue deportado de los Estados Unidos y una veintena de países le negaron la entrada?
En resumen, las enseñanzas de Osho se centran en la importancia de los hábitos, las acciones y las actitudes positivas del ser humano, tales como la meditación, la conciencia, el amor, la celebración, la valentía, la creatividad, la risa y el sentido del humor. Osho sostenía que los sistemas de creencias vigentes, las tradiciones religiosas y la socialización reprimen todos esos valores en la gente, que no puede expresarse con libertad y, por eso mismo, no logra la felicidad.
Osho creía en la meditación, no como práctica, sino como un estado permanente de conciencia que nos permite “despertar” de las creencias y reacciones aprendidas mecánicamente. Una de sus “terapias para la meditación” más conocidas es la Rosa Mística, una técnica que, a grandes rasgos, consiste en un viaje hacia el interior de uno mismo. Otra meditación consiste en girar y girar por horas, hasta que te conviertas en una incesante “espiral de energía”.
No obstante, definir el trabajo de Osho resulta difícil, en parte porque con mucha frecuencia él mismo no se tomaba demasiado en serio y cambiaba el sentido de sus ideas. De hecho, él siempre dijo que lo suyo, más que una filosofía, era un juego, y sus discursos siempre estaban salpicados de humor y bromas, pues a Osho le gustaban la paradoja y la contradicción. Además, su comportamiento no siempre correspondía a la imagen que tenemos en occidente de un individuo “iluminado” como alguien despojado de los intereses materiales.
Aunque no se puede negar que existió un lado siniestro en la filosofía de Osho —se hablaba de su lujoso estilo de vida, de un intento de envenenamiento masivo en el que se involucró y de alegatos de abuso sexual—, y se afirma que lo que creó fue un tipo de secta, no deseo enfocar este texto en la parte negativa de la historia, sino en lo bueno y positivo, y en lo que nos puede ser de utilidad.
A mi entender, después de leer varios artículos y textos suyos, lo que me parece más interesante de la filosofía de Osho es su idea del “no pensar”. El líder espiritual sostenía que la mente y la verdad nunca van juntas; que la mente te juega rudo, te pone trampas; y que, cuando piensas, le estás poniendo etiquetas y límites a las cosas. Por eso proponía esta “ausencia del ego y de la mente”.
Este concepto puede ser difícil de entender, pero es similar a lo que se propone en la meditación. Un maestro zen, muy querido para mí, definió esta escuela de meditación de una forma muy sencilla: “Siéntate y cállate”; del mismo modo, sostenía que “si algo tiene que hacerse, se hace y ya”, sin pensar, sin filosofar y sin mente. Para quienes exigimos una explicación racional, clara y entendible sobre todo, es difícil comprender este concepto de la no-mente.
Rajneesh, en tono de broma, también propuso un nuevo decálogo: algunos de sus mandamientos son “Nunca obedezcas las órdenes de nadie, a menos que la orden también provenga de ti mismo”, “No existe más Dios que la vida misma”, “La verdad está dentro de ti: no la busques afuera” y “Muere a cada momento, para que puedas ser una persona nueva a cada momento”.
Osho trascendió este plano en 1990, a la edad de 58 años, en su natal India. Su epitafio reza: “Osho nunca nació. Nunca murió. Solo visitó este planeta Tierra entre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990”. Sin importar lo que uno piense del personaje, una vez que entendemos la trascendencia del espíritu y que la muerte como tal no existe, esta idea es verdaderamente hermosa.
Como remate, quisiera citar lo que Osho respondió a la pregunta de qué pasaría cuando él ya no estuviera: “Si hay algo de verdad en lo que he dicho, sobrevivirá. La gente interesada en mi trabajo llevará la antorcha, sin imponer nada a nadie… Me gustaría que no olvidaran el amor […] la celebración, el regocijo y tener la mirada inocente de un niño… Conózcanse a sí mismos, el camino está adentro”.