
Llegó el último trimestre del año y te pregunto: ¿tú también sientes que “parece que fue ayer” cuando estábamos preparándonos para el Día de Muertos, Navidad y Año Nuevo… el año pasado? Si es tu caso, al parecer no somos los únicos, aunque recuerdo que cuando era niño los días nos parecían semanas, las semanas se sentían como meses y los meses, como años. ¿A qué se deberá que, en la infancia, el tiempo parece transcurrir más lentamente?
La percepción del tiempo es un fenómeno fascinante y muy subjetivo, pues puede variar según la edad, las circunstancias y las emociones del momento. En este artículo exploraremos investigaciones recientes que demuestran que los niños perciben el tiempo de forma muy distinta a los adultos. Si quieres saber cómo, acompáñanos en este recorrido en el ámbito de la percepción temporal.

El tiempo, ¿una construcción psicológica?
Aunque los científicos saben que en ciertas condiciones el tiempo es relativo, en la vida diaria asumimos que transcurre de forma constante. A pesar de esto, la percepción temporal es subjetiva, depende de las circunstancias y del estado mental y emocional de cada persona; por eso, treinta minutos pueden parecernos eternos si nos encontramos sentados en la silla del dentista, pero pasan volando si nos estamos divirtiendo en una fiesta. Así, concluimos que el tiempo no sólo es un aspecto físico medible: también es una construcción mental.
Una de las principales funciones del cerebro es interpretar las señales eléctricas que le envían los sentidos, lo que entre otras cosas nos permite ver, oír, oler y saborear. Estas funciones definen nuestra forma de percibir el mundo e implican muchos más filtros de los que puedes imaginar.
Pongamos un ejemplo: en un concierto, cuando un músico pulsa una cuerda, captamos primero su imagen en el escenario y, poco después, el sonido de la nota, ya que la luz viaja más rápido que el sonido; pero, a pesar de que tus ojos y oídos envían señales a distintas velocidades, cuando ambas llegan al cerebro éste las integra, sincronizando el sonido y la imagen del músico. Así se genera una experiencia que parece instantánea pero, de hecho, cada uno de nosotros vive un poco en el pasado, ya que todo lo que sucede en el universo es registrado por nuestra percepción fracciones de segundo después —o, en el caso de la luz de las estrellas, años o siglos más tarde, pero esa es otra historia.
Volviendo al concierto, ¿te has preguntado por qué mucha gente recuerda con mayor claridad el coro o el estribillo de una canción? Una explicación es que éste se destaca entre los versos y, en él, todos los instrumentos suelen unirse en una explosión sonora que capta nuestra atención a nivel emocional. Como resultado, el cerebro recuerda más vívidamente esta parte, de modo que la riqueza informativa y emocional del estribillo se convierte en un ancla memorable en nuestra experiencia.
Esa intensidad emocional y la abundancia de información pueden llevarnos a sentir que el evento ha durado más tiempo. Curiosamente, este mismo fenómeno explica por qué, a medida que envejecemos, sentimos que los años pasan cada vez más rápido: aparentemente, como las nuevas experiencias son menos frecuentes, nuestro cerebro capta menos información, las ocasiones son menos memorables y los años se desvanecen a un ritmo vertiginoso…
De niños, todo es nuevo y diferente
Una de las claves para entender por qué los niños sienten que el tiempo transcurre más lentamente radica en la cantidad de nuevas experiencias. A lo largo de su desarrollo, los niños exploran constantemente el mundo y cada nuevo descubrimiento —un lugar, un juego, una persona o una emoción— requiere que su cerebro procese información de forma activa y eficiente.

Según el neurocientífico estadounidense David Eagleman —a quien apodan “el Carl Sagan de la neurociencia”— este procesamiento intensivo de información genera recuerdos más vívidos y provoca que esos momentos parezcan más prolongados: para un niño, un día lleno de aventuras, juegos y aprendizaje se siente como una eternidad.
“Cuando eres un niño, todo es nuevo para ti. Estás descubriendo las reglas del mundo y escribiendo muchos recuerdos; por lo tanto, cuando miras hacia atrás al final de un año, tienes muchas memorias de lo que has aprendido. Pero cuando eres mucho mayor [y haces lo mismo], probablemente habrás estado haciendo lo mismo que los años anteriores, de modo que pareciera que el año ‘se fue volando’”, sostiene Eagleman en un video publicado por la BBC.
Ser como niños otra vez
Investigaciones como la de Eagleman sugieren que la infancia es la etapa de la vida en que el tiempo se experimenta de forma más rica, intensa y amplia. La sucesión de nuevas experiencias, la falta de rutina y la intensidad emocional contribuyen a esta percepción más sosegada, mientras que los adultos estamos atrapados en rutinas y experiencias repetitivas que a menudo realizamos en automático y sin ser plenamente conscientes de ellas, por lo que sentimos que el tiempo se compacta y pasa muy rápidamente.
Para contrarrestar esta percepción, un consejo valioso es incorporar de forma deliberada nuevas experiencias en la vida diaria. Esto no significa que cometas locuras o que hagas cambios drásticos, sino que te des pequeñas oportunidades para explorar lo desconocido. Puedes, por ejemplo, establecer un “día de aventuras” semanal o mensual en el que intentarás algo nuevo: visitar un museo desconocido para ti, adoptar un pasatiempo o practicar un deporte insólito.

La clave está en la novedad: cada una de estas experiencias activa tu cerebro como cuando eras niño, fomentando la creación de recuerdos ricos y significativos. Además, puedes involucrarte en actividades que estimulen tu creatividad, como talleres de arte, clases de cocina o sesiones de lectura. Al dedicar tiempo a aprender y experimentar, creas nuevos recuerdos y transformas tu rutina en un mosaico de momentos inolvidables.
A medida que explores estas novedades, descubrirás que cada noche al irte a la cama tendrás un sinfín de recuerdos que revivir. Así, la vida dejará de pasar como un suspiro y se transformará en un viaje lleno de momentos significativos. Al final, la meta es llenar tu día de experiencias únicas que te permitan mirar hacia atrás y sentir que has vivido plenamente. En definitiva, la clave para vivir más intensamente radica en la apertura a lo nuevo. ¿Quieres intentarlo?
