¿Por qué dejamos de explorar música nueva cuando somos adultos?

¿Por qué dejamos de explorar música nueva cuando somos adultos?
Mad hi-Hatter

Mad hi-Hatter

Mente y espíritu

A muchos nos pasa: cuando somos jóvenes, estamos ávidos de conocer música nueva, géneros frescos, artistas y bandas desconocidos, y todo eso nos genera un gran placer y una gama de emociones positivas, a menudo vinculadas con las experiencias vitales de aquellos días; pero, al hacernos adultos, es como si nuestro gusto musical se estancara y perdiéramos interés en la música más reciente, por lo que dejamos de explorar estilos nuevos con los que emocionalmente ya no conectamos y nos quedamos escuchando a los mismos intérpretes de siempre.

En lo personal, a pesar de que este humilde sombrerero se define a sí mismo como un melómano empedernido más allá de toda redención —y de que una parte importante de mi tiempo la dedico a la escucha y la investigación de compositores, intérpretes y géneros que no conozco—, con cierta frecuencia me sorprendo acudiendo a los mismos álbumes de siempre en mi biblioteca digital, poniendo los vinilos que poseo desde niño y acompañando mis días con la misma música que me acompañó en la niñez y la juventud. Al principio creí que era una simple terquedad de mi parte o un signo de la edad; pero, para mi fortuna, diversos científicos han investigado este fenómeno y han dado con sus causas, así como con métodos para “revertir” ese anegamiento en el gusto musical.

Disfrutar la música

Pero vamos por partes: un artículo del portal especializado en neurociencia Neuroscience News nos aclara que “lo que creemos que es ‘nuestro gusto musical’ es simplemente una reacción generada por la dopamina, derivada de patrones que nuestro cerebro reconoce y que crean la expectativa de placer, basada en el recuerdo de placeres anteriores”. Estas reacciones empiezan a generarse incluso antes de nacer, cuando uno alcanza a escuchar música en el vientre materno, y la sensación de “gusto” se establece en esos primeros años de vida a partir de las experiencias gratas y de la música del entorno.

Así, mi gusto por el classic rock —por ejemplo— tendría su origen en mi infancia temprana, pues era la música que escuchaba la tía materna que me cuidaba mientras mamá trabajaba, así que es probable que mi cerebro asocie “In-A-Gadda-da-Vida” de Iron Butterfly con la amorosa y protectora presencia de quien yo cariñosamente llamaba “mi nana”: una canción de cuna con guitarras eléctricas y un larguísimo solo de batería.

Al pasar de la infancia a la adolescencia, la música cumple con una función ideológica y de maduración psicosocial: de jóvenes, a menudo asumimos nuestros gustos musicales como marca de identidad y como un medio para navegar en círculos sociales afines, y con la misma frecuencia sucede que al ingresar a la vida adulta hemos definido una personalidad propia que va más allá de si nos gustaba el grunge, Timbiriche, las cumbias o La Maldita Vecindad, y nos insertamos en grupos sociales en los que las propuestas musicales ya no tienen tanta importancia como antes.

Otros fenómenos que tienen lugar a medida que pasa el tiempo —o que el tiempo pasa sobre nosotros— son: que, con las obligaciones adultas, uno tiene menos tiempo libre, menos energía y atención disponibles para explorar nueva música; que nuestra agudeza y tolerancia auditivas disminuyen, sobre todo ante volúmenes altos y sonidos agudos; y, también, que con cada vez menos frecuencia nos sentamos a escuchar y preferimos simplemente oír música mientras nos ejercitamos, trabajamos, comemos o estamos en una reunión.

Todo esto genera que, a medida que envejecemos, experimentemos cada vez menos asociaciones emocionales gratas y positivas con composiciones de factura reciente, y de modo instintivo regresemos a nuestras “rolas” de toda la vida para hallar consuelo o entusiasmo ante las arideces que experimentamos. Si eso pasa durante una década o dos, llega el momento en que la música “de los jóvenes” nos resulta completamente ajena e incomprensible, decimos algo así como “ya no hacen música como la de antes” y dejamos de tener curiosidad por probar matices o sabores musicales propios de la década actual.

La 'playlist' en el celular

¿Estamos, entonces, condenados a que nuestro gusto musical se calcifique y a que nada de lo nuevo nos conmueva o emocione? De ningún modo. Algunos consejos expertos para que la curiosidad y la exploración musicales nunca se agoten incluyen: cultivar distintos modos de escucha, como formal —conciertos—, enfocado —en solitario— y casual —en reuniones o como fondo—; investigar un poco acerca de géneros o artistas afines a los que siempre escuchas, aceptar recomendaciones de amigos, deshacerte de creencias rígidas como ”Me aburre la música clásica”, ser paciente y persistente, y explorar música nueva para ti, aunque no sea reciente.

Y yo, desde mi experiencia, añadiría una sugerencia más, que estoy tratando de poner en práctica: para generar vínculos emocionales con música que no conoces, hay que abrirse a vivencias nuevas y dejar que las melodías y los acordes hallen su sitio en cada momento, en cada día y en cada época de tu vida. Y no te aferres: tu canción de amor adolescente, tu álbum favorito y la banda que te hizo despertar al mundo siempre estarán ahí para que las revisites, al igual que tus recuerdos; pero hoy tienes la oportunidad de escribir el nuevo capítulo en la novela de tu vida, ¿y qué mejor manera de iniciar que formando un soundtrack que refleje la persona que eres hoy, y no la que eras hace veinte años?…

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog