¿Por qué la música nos hace llorar?

¿Por qué la música nos hace llorar?
Francisco Masse

Francisco Masse

Inspiración

A todos nos ha sucedido: es un día, una tarde o una noche normales, estás realizando tus actividades mientras al fondo se escucha la radio o una playlist de Spotify y, sin previo aviso, suena “esa” canción. Puede ser la que le gustaba a tu abuelo, la que te recuerda a tu mamá o la que tú y tu ex pareja conocían como “nuestra canción”. Y entonces, casi contra tu voluntad en tu garganta se forma un nudo, sientes una opresión el pecho, las lágrimas se agolpan… y empiezas a llorar.

¿Qué es lo que causa que una canción, que muchas veces ni siquiera tiene letra o es melancólica, cause un impacto emocional semejante? ¿Será acaso que las vibraciones de los acordes afectan nuestros estados de ánimo? ¿Es el poder de la melodía o, más bien, son los recuerdos y las asociaciones que uno le imprime a la música lo que provoca que acabemos sollozando a media canción?

Recuerdos y llanto

Como sucede a menudo, la ciencia tiene algo que decir. En general, los médicos han descubierto que cuando uno escucha música —una que nos guste— se activa el sistema parasimpático y los sistemas de recompensa, y nuestro cerebro libera dopamina, una sustancia que genera una sensación de placer. Luego, entonces, ¿cómo es que uno termina hecho un mar de lágrimas?

Escuchar música libera dopamina

Al parecer, en mucho intervienen nuestros estados anímicos del momento y la intención —si es que existe— con que escuchamos la música. En un estudio publicado en Frontiers in Human Neuroscience, investigadores finlandeses determinaron que en general las personas escuchamos música por una de estas siete motivaciones: entretenimiento, recuerdo/nostalgia, sensaciones fuertes, trabajo mental, solaz,[1] distracción y descarga.

Los científicos descubrieron que las tres últimas eran formas en que la gente emplea la música como una herramienta para hacer frente, procesar o “regular” sus emociones negativas: solaz es cuando estás triste y la música te hace sentir comprendido y menos solo; distracción, cuando escuchas algo para cambiar tu estado de ánimo o distraerte de él; descarga, cuando eliges música que enfatiza tu estado de ánimo para facilitar algún modo de liberación emocional.

Esto último quiere decir, por poner un ejemplo práctico, que cuando las tristes cuerdas del adagio de Albinoni hacen que saques el pañuelo es porque la música empató con una emoción de tristeza que estaba ahí desde el principio, aunque a veces la hayas tenido reprimida, te quieras evadir o distraer de ella, o ni siquiera la tengas muy claramente identificada.

Cuando la música empata con la tristeza

Esto explica por qué lo hombres que sufren del mal de amores prefieren las canciones de José José: no es que la música alivie en algo su dolor; por el contrario, lo exacerba, los hace sentir peor… pero, a la larga —o eso quiero pensar—, estos exabruptos de liberación emocional son parte del proceso de duelo ante una pérdida y ayudan a sobreponerse a ella.

Otro interesante estudio tuvo lugar en Japón, donde un grupo de científicos decidieron averiguar por qué la música triste genera emociones placenteras. Éste apareció en Frontiers in Psychology y hace una distinción entre la “emoción sentida” y la “emoción percibida”, y afirma que aunque podemos percibir la tristeza en una pieza musical, esto no necesariamente genera un sentimiento equivalente y, por el contrario, puede generar emociones de placer.

Esto último me recuerda lo que alguna vez escuché sobre la melancolía, que es un sentimiento ambivalente pues, al mismo tiempo, sientes placer al recordar el pasado y dolor porque lo has perdido y sabes que no volverá jamás. De un modo semejante, quizás al tocar con música ciertas heridas del alma revivamos el dolor que nos causen, pero también sentimos cierto placer al liberar un poco de la emoción contenida en ellas, drenándola en forma de lágrimas.

En algo coinciden los científicos que estudian este fenómeno: aún nos faltan explicaciones. Habrá que esperar a que conozcamos más cómo interviene la percepción de notas en la configuración de nuestros estados anímicos; mientras eso sucede, seguiremos acudiendo a José Alfredo o a Juan Gabriel —o a Adèle o a Amy Winehouse, quién sabe— para “echarle sal a la llaga” y con ellos liberar algo de la opresión que a todos, a veces, parece querer asfixiarnos…

Cierre artículo

[1] El Diccionario de la Lengua Española lo define como “consuelo, placer, esparcimiento, alivio de los trabajos”.

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