Dicen por ahí que Nezahualcóyotl, el rey poeta de Texcoco que aparecía en los viejos billetes de cien pesos, amaba el canto del cenzontle y lo llamaba “pájaro de cuatrocientas voces”. Y aunque expertos en cultura prehispánica han cuestionado la autoría de dicho verso, nadie pondría en duda que éste resume una emoción que nos ha acompañado desde los albores de la especie humana: el amor y el gusto por el canto de las aves. ¿Qué tiene de especial el trinar de los pájaros, que nos brinda una sensación de sosiego, tranquilidad y paz interna?
Quienes hemos vivido desde siempre en entornos urbanos tenemos un menor contacto con los sonidos de la naturaleza, tales como el murmullo del viento, el susurro de un riachuelo, los chirridos de los grillos y otros insectos y, desde luego, con el trino, gorjeo o canto de pájaros y aves que, incluso desde la madrugada, anuncian el amanecer y parecen arrancar sus motores con los primeros rayos de sol. Por eso, cuando salimos al campo, al bosque o a alguna selva, resulta muy placentero y gratificante prestar oídos a esa especie de sinfonía natural.
Algo que quizá no sepas es que esos trinos y gorjeos, más allá de ser materia de inspiración para poetas, tienen un efecto sedante y pueden ser terapéuticos en el tratamiento de trastornos como la depresión, la ansiedad y la paranoia, y que el secreto de ello está en nuestro pasado evolutivo. O, al menos, esos fueron los hallazgos de un grupo de investigadores del Instituto Max Planck y del Hospital Universitario Hamburgo-Eppendorf, en Alemania.
En un estudio que involucró a 295 participantes, éstos fueron sometidos durante seis minutos a ruidos de tráfico urbano moderado e intenso, así como a cantos de pájaros individuales y a gorjeos de una diversidad de aves; antes y después de dicha exposición, se midieron los niveles de depresión, ansiedad y paranoia. El resultado fue claro: el ruido del tráfico se asoció con un aumento significativo de los tres estados aflictivos, el cual era proporcional a la intensidad del mismo; en cambio, con el canto de las aves disminuyeron la ansiedad y la paranoia, y cuando el gorjeo era diverso, también se reducía el nivel de depresión.
Para explicar dicho fenómeno, los neurocientíficos tienen dos hipótesis: la teoría de la restauración de la atención (ART), que afirma que los estímulos de fuentes naturales restauran la función cognitiva al reducir las demandas de atención, y la teoría de la reducción del estrés (TRS), la cual postula que los paisajes con vegetación y los sonidos naturales ayudan a reducir los pensamientos negativos porque, de forma instintiva, los asociamos con condiciones que favorecen nuestra supervivencia y, por lo tanto, resultan benéficos para el estado de ánimo y el rendimiento cognitivo, además de que disminuyen el nivel de estrés.
Pero lo más sorprendente es que una mayor diversidad de especies de aves potencia dichos efectos, quizá porque es un indicativo de la vitalidad y la integridad de los espacios naturales. De hecho, se ha observado que los habitantes de distintas regiones con una amplia diversidad de aves reportan una mayor satisfacción con la vida, en niveles que incluso superan al bienestar emocional que produciría un aumento del 10% en los ingresos.
Desde luego, no se trata de comprar aves para encerrarlas en jaulas y escucharlas en casa, ni tampoco de escuchar música new age que incluye “sonidos de la naturaleza”, con la esperanza de aliviar los síntomas del estrés, la ansiedad o la depresión. Por el contrario, estos hallazgos son una invitación a reconectarse con la naturaleza de vez en cuando y, de ese modo, brindarle un remanso sonoro natural al cavernícola ansioso que todos llevamos dentro.