El arte ritual es una corriente de sanación que busca reconectar el acto de la creación con su dimensión ancestral sagrada, para ayudar al artista o creador a procesar y dar sentido a sus propias experiencias. El autor Victor Brossah —pintor, practicante del arte ritual y uno de sus mayores entusiastas— asegura que fue a través de este método que logró superar su depresión y construir la vida que deseaba. En esta práctica, el arte se convierte en nuestra conexión primordial con el acto mismo de la creación divina y, por ello, debe de ser tratado como algo ritual. Así, a través de este acto sagrado somos capaces de tocar y hasta manipular los aspectos más recónditos de nuestro ser: los recuerdos más dolorosos, las experiencias más transformadoras y las heridas que aún están abiertas. Entonces, la creación artística se torna en un acto mágico con el que nos deshacemos de todo ese lastre para abrir lugar a algo nuevo y, de ese modo, alcanzar nuestra propia sanación. Pero, ¿cómo se puede convertir el arte en un ritual?
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Primero, debemos cambiar por completo nuestras ideas preconcebidas en torno al arte, restándole importancia al resultado final —es decir, a la obra en sí— y enfocándonos más el proceso. Y es que muchas personas no se atreven a producir arte porque no confían en lograr el resultado que desean y piensan que, si no “les sale bien” a la primera, no vale la pena intentarlo. Pero es justo en el proceso donde radica la creación, el acto sagrado en sí, y es ahí donde debemos enfocarnos para reencontrar nuestra capacidad artística y sanadora; sólo si revaloramos este proceso podremos abandonarnos al impulso creador y desatar plenamente su capacidad transformadora. Una vez que aceptamos que la magia está en el proceso, y no en el resultado, podremos crear sin ataduras y respondiendo sólo al deseo de crear.
Pensemos que, incluso antes de las pinturas rupestres de Lascaux, el ser humano ya sentía el apetito y la necesidad de crear arte; nosotros mismos, en nuestra infancia, apenas necesitábamos una excusa para expresarnos con crayolas, movernos al ritmo que pide nuestro cuerpo o tararear melodías inventadas por nosotros. El impulso de crear está dentro de cada uno de nosotros y debemos atenderlo. ¿Qué deseas crear? ¿Quieres dibujar, pintar, esculpir, tejer, bordar, componer o escribir? Pues atiende a ese deseo, escucha lo que realmente quieres traer a la existencia y hazlo con la seguridad de que lo que hagas estará bien.
Mientras estemos creando, hay que hacer a un lado al crítico interior y tener la seguridad de que, si ha llegado a nosotros el llamado a crear algo, es porque somos capaces de hacerlo. Si logramos enfocarnos en el proceso será mucho más fácil comenzar a crear, pues toda nuestra energía estará volcada en esa acción sin sentir el asedio o la sombra del resultado; de cualquier forma, no es extraño que en pleno acto creativo aparezcan en la mente los ecos de las voces que nos han criticado o incluso nuestra propia voz crítica; también es posible que empecemos a compararnos con otros o que pongamos nuestra atención en los errores o en la carencia de una técnica depurada. Cuando eso suceda, hay que esforzarse en ignorar esos pensamientos nocivos y dejar que el proceso fluya, aunque sintamos que “lo estamos haciendo mal”, que el resultado no es digno de exhibirse en un museo o que seguramente cualquiera podría hacerlo mejor. Piensa que la obra es importante porque nos lleva a través de un proceso de sanación, porque trae al mundo algo que antes no existía y porque de esa forma es como podemos llevar a cabo un pequeño milagro al que hay que ver con buenos ojos.
Ahora bien, ¿a qué sí debemos prestar atención durante el proceso creativo? Pues a aquello que nos impulsó a traer al mundo nuestra pequeña gran creación, a lo que hay detrás de toda obra de arte, a su sentido, a ese “algo” que quiere expresar: eso es lo que hay que desentrañar. Escuchar y ver realmente qué hay detrás del impulso creador es vital y permite darnos cuenta de cómo la creación misma nos ayuda a transformarlo; hallar esa conexión y ese sentido es lo que realmente nos ayuda a sanar. No hay que menospreciar lo que sentimos o las emociones que aparecen al hacer arte, pero tampoco debemos ignorar los pensamientos luminosos que indican por qué lo hacemos y por dónde hay que continuar.
Al final, aunque el enfoque principal haya sido el proceso, conviene mirar el resultado final. ¿Cómo es tu obra? ¿Qué sientes al mirarla? Es importante sentarte un momento a contemplarla, entenderla y sentir orgullo de esa creación que has aportado al mundo. Por último, como parte esencial de la obra, estás tú: después del proceso de creación en el que conectaste con lo divino, ¿qué aspectos tuyos han sido transformados? ¿Cuál es la relación entre tu yo anterior, tu obra y tu yo actual? Así como el proceso transformó ciertos materiales para dar vida a una nueva obra, a través del ritual en el que das lugar y sentido a tu historia y a tus emociones, también tú has sido transformado… y para bien.
Darle lugar a la creación en el día a día es un buen inicio para incorporar el arte ritual en nuestras vidas y ser transformados por ese proceso. No es necesario dedicarle mucho tiempo: unos cuantos minutos por la noche dibujando en una libreta o escribiendo en un cuaderno bastan para experimentar lo que el arte ritual puede darnos a cambio y dejar de pensar en él como un esfuerzo o un sacrificio. Además, no es preciso detenernos en un momento específico a crear arte para otorgar este sentido ritual: cuando una acción cotidiana se convierte en rutina es tediosa y aplastante, pero si prestamos atención a nuestros recorridos diarios o las cosas que hacemos todos los días, y empezamos a realizarlas meditativamente, estamos otorgándoles el grado de ritual. La rutina de preparar una taza de café por la mañana puede dejar de ser un momento sin importancia para convertirse en un momento de reencuentro con nosotros mismos y con nuestra capacidad creadora.
En resumen, el arte ritual se abre como una vía para dar espacio a aquellos episodios de tu vida de los que no te has atrevido a hablar o a los que aún no tienen solución. Es una forma de dar un sitio a tu capacidad artística humana y de encontrar en ella caminos para contactar con tu aspecto divino y contestar preguntas existenciales como: “Quién soy?” y “¿Para qué estoy aquí?”; también es una forma de volver la mirada a todo eso que haces de forma automática y sin detenerte a apreciar la belleza del proceso, de lo ritual. Incorporar esta forma de estar presente en lo que haces es una manera de reconectar contigo mismo y de hallar respuestas donde antes creías que sólo había preguntas.