Cuando nos internamos en el terreno de la espiritualidad, es común encontrarse con ideas y conceptos que, aun cuando se emplean con frecuencia en el lenguaje cotidiano, son malinterpretados o se desconoce su significado. Así sucede con la mística; por eso, hoy exploraremos su definición, algunas vías para acceder a ella y cómo podemos usarla en la vida diaria para nuestro beneficio espiritual.
Comenzaré explicando de donde proviene la palabra mística. Este vocablo tiene su origen etimológico en el verbo griego myein, que significa ‘cerrado’ o ‘encerrar’, y también en la palabra griega mystikós, que podríamos traducir como ‘arcano, misterioso’. La mística es, atendiendo a estos orígenes, aquello que está encerrado u oculto a la vista.
Pero, yendo más allá, la mística hace referencia a un tipo de experiencia en la que se llega a un grado máximo de unión del alma humana con la divinidad, durante la existencia terrenal. Para muchas religiones, tanto monoteístas como politeístas, la experiencia mística se obtiene solamente con un nivel muy alto de sabiduría y es un estado de difícil alcance al que muy pocas personas han podido acceder en la historia de la humanidad.
Debido al arduo trabajo espiritual necesario para alcanzarlo, en ciertas religiones el estado místico se relaciona con la santidad. En el cristianismo, por ejemplo, las experiencias místicas de los santos suelen asociarse con éxtasis, milagros y sucesos físicos sobrenaturales atribuidos a la intervención divina. Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz son los dos místicos cristianos por excelencia.
Desde ese punto de vista, tener una experiencia mística sería prácticamente imposible hoy en día, pues para lograrlo sería necesario vivir apartados del mundo material y con jornadas diarias de oraciones, meditaciones, ayunos o sacrificios que darían lugar a la mencionada relación directa con lo divino.
Sin embargo, por mi propia experiencia y práctica diaria, creo que la mística existe en nuestra sociedad actual delante de nuestros ojos y que podemos hallarla en casi todo lo que existe. Algunos de los caminos para experimentarla son prácticas como la oración, la meditación y el yoga —ahora tan difundidas—; a través del aprendizaje de técnicas como el reiki, así como de otros ejercicios de sanación y autosanación mental, física y emocional.
Desde luego que para acceder a algún tipo de experiencia mística se debe tener la voluntad de incursionar en este tipo de prácticas y de ser disciplinados en su ejercicio. No obstante, en mi trabajo como terapeuta siempre sugiero llevar a cabo la actividad que se elija sin apego a los resultados, para dejar fluir y manifestarse la expresión de lo espiritual en la vida diaria.
La mística es el camino que busca y encuentra lo divino en todo lo que existe, y aspira a penetrar en el misterio que rodea a lo desconocido. Para quienes emprendemos este viaje, su propósito es darnos conocimiento propio y libertad como seres vivientes con cuerpo, mente, alma y espíritu.
Este mundo globalizado y de acelerado avance tecnológico, donde la ciencia y el materialismo parecieran tener la verdad definitiva, a menudo se cuestiona o desestima cualquier creencia espiritual. Pero incluso ahora que internet y otras plataformas brindan acceso a herramientas de información y conocimiento, la mística no es menos importante si la exploramos con la mente abierta y con la voluntad de cultivar cualidades humanas.
Desde luego que, si se desea tener un encuentro con la mística, no se puede partir de cero: primero habría que estudiar la sabiduría espiritual que nuestros antepasados nos heredaron. Esto no significa que debamos hacer lo que ellos hicieron, pensar como ellos o vivir de manera idéntica a la suya; más bien, se trata de que, desde nuestras posibilidades, cultivemos las prácticas que nos acerquen a esa dimensión oculta y a la expresión de lo divino dentro de nosotros mismos.
Lo anterior implicaría una transformación de actitud y abrir nuestros sentidos al encuentro con nuestro ser interior en la dimensión mística que deseemos manifestar. En lo personal, por experiencias místicas que he tenido y sin dependencia de las creencias o la religión, creo que siempre vale la pena promover un empático y sincero interés por nuestro proceso evolutivo interior… y, también, por el de los demás.