
Los pensadores originales encuentran su propósito en la creatividad y las ideas que terminan por transformar al mundo, pero ¿cómo llegan a diferenciarse de la homogénea mayoría?, ¿qué características tienen en común? y ¿es posible imitar su ejemplo para convertirnos también en motores de ingenio y cambio?
Al evocar el término “pensador original”, en mi mente aparecen inventores revolucionarios como Nikola Tesla, el diseñador y arquitecto Richard Buckminster Fuller, o el celebérrimo Steve Jobs, al igual que activistas de la talla de Mahatma Gandhi o Martin Luther King. Aunque, como los artistas también cambian al mundo con sus obras, sería injusto excluirlos de dicha categoría. ¿Podríamos concebir a la humanidad tal cual la conocemos sin las tragedias de Shakespeare, las pinceladas de Leonardo da Vinci o la música de Mozart? Los artistas remueven mentes y emociones con obras que reflejan su mundo interior, pero también los sueños, las pesadillas y las esperanzas de millones de personas. Invitan a la reflexión, al rompimiento con lo establecido, a las transformaciones profundas… Así, Jane Austen es una pensadora original, lo mismo que Hildegarda von Bingen, Henri Matisse, Víctor Hugo y Beethoven. Todos ellos sacrificaron horas de sueño o diversión para legar al mundo algo más que un puñado de huesos. Convirtieron sus ideas, traumas, fantasías y anhelos en arte, música y literatura que sobrevivirán mientras los humanos sigamos existiendo.

Sacrificio y entrega
Una primera característica de los pensadores originales es la tenacidad. A pesar del escepticismo de la mayoría, los hermanos Wright trabajaron durante trece años para crear el primer avión con motor de la historia; Mahatma Gandhi tardó cinco décadas en lograr la liberación de la India, y Miguel Ángel pasó casi un lustro colgado en un andamio para pintar la máxima obra de arte del Renacimiento: la Capilla Sixtina. Evidentemente, perseverancia, paciencia y una buena dosis de obstinación son necesarios si deseamos brillar y trascender. Para rematar este argumento, vale la pena mencionar a Stephen King, un pensador original moderno que ha escrito alrededor de 80 libros, varios de los cuales se han convertido en clásicos contemporáneos. El rey del horror acostumbra no despegar las manos del teclado hasta cumplir su cuota diaria de dos mil palabras, sin importar “si es su cumpleaños o el día del Juicio Final”, según dice. Escritores que leen estas líneas, ¿serían capaces de adoptar dicho reto? Y quienes no escriben, pero desean dejar su impronta en el mundo, ¿qué estarían dispuestos a sacrificar con tal de conseguirlo?

Sin miedo al fracaso
Los pensadores originales saben que el fracaso forma parte del proceso de la trascendencia. Según el psicólogo organizacional Adam Grant —quien se ha dedicado al estudio de los personajes que nos ocupan en este artículo—, entre más ideas enviemos al mundo, mayores probabilidades tendremos de triunfar. ¿Cuántas piezas regulares escribieron Mozart y Bach antes de crear sus obras maestras? ¡Centenas! Grant asegura que la vasta producción de ambos compositores fue un factor determinante en su éxito.
No es lo mismo comprar un boleto de lotería que cincuenta: si deseamos que nuestro legado se escriba con tinta dorada e indeleble, no sólo necesitamos tocar infinitas puertas, sino también ser tan prolíficos como nos sea posible. Un ejemplo inspirador es el de Isaac Asimov, quien escribió la increíble cantidad de 428 libros, pero es recordado principalmente por su saga Fundación, la colección de cuentos Yo Robot, y el relato “El hombre bicentenario”. Resulta evidente que se requieren muchas ideas para gestar unas cuantas que resulten magníficas.

Mejor mañana…
Los pensadores originales son incansables; sin embargo, suelen procrastinar un poco. Grant explica que la postergación puede ser el mejor detonante de la creatividad. El carbón necesita ser sometido a una cantidad importante de presión para transformarse en un diamante, y lo mismo ocurre con las ideas. A veces, el miedo a fracasar o la proximidad de una fecha de entrega nos obligan a pensar fuera de la caja y a imaginar soluciones únicas. Tal fue el caso de Martin Luther King Junior: la noche previa a su famoso discurso, decidió reescribirlo y en el último minuto, alimentado por el apoyo y el anhelo de igualdad que brillaba en los ojos de los miles de asistentes, abandonó su guion y pronunció la frase que lo inmortalizaría: “Yo tengo un sueño…”. Del mismo modo, se dice que Mozart escribió la música para Don Giovanni la noche antes del estreno o, incluso, ¡apenas unas horas antes de que se descorriera el telón! Así que la próxima vez que el estrés por una fecha de entrega los paralice, recuerden estos ejemplos y permitan que la presión convierta sus ideas en joyas.
Nadar a contracorriente
¿Cómo era el arte pictórico antes del surgimiento del impresionismo? Simétrico, minuciosamente calculado, fiel a los cánones de belleza grecolatinos. Los cuadros representaban temas mitológicos, históricos y religiosos; se pintaban en el interior de un estudio y cumplían con los preceptos de la Academia de Bellas Artes. Cuando los impresionistas salieron al mundo con sus caballetes bajo el brazo para capturar la forma en que la luz acaricia la realidad, comenzaron un movimiento que transformaría la historia del arte; a pesar de las burlas y las críticas, artistas como Paul Cézanne, Camile Pissarro y Edouard Manet se mantuvieron firmes en su ideal de romper con lo establecido para revolucionar las técnicas, los temas y los colores del arte. Galileo Galilei, Nicolás Copérnico, Sor Juana Inés de la Cruz, Charles Darwin, Rosa Parks y Nelson Mandela compartían este espíritu; sabían que era necesario derribar el paradigma dominante para construir uno mejor. Los pensadores originales cuestionan los modelos establecidos, se atreven a alzar la voz cuando algo les parece injusto o arcaico, se alían con personas afines a sus ideales y no se rinden a pesar de los obstáculos o las habladurías. Lo común es querer encajar en los moldes, pero las personas que cambian la historia “se desencajan” y siguen su propia ruta.

Admiración e influencia
Por último, cabe decir que los pensadores originales son el resultado de otros visionarios. ¿Qué hubiera sido de Aristóteles sin Platón, de Friedrich Nietzsche sin Arthur Schopenhauer, o de Miguel Ángel sin Donatello? La creatividad y la inspiración se nutren del trabajo de quienes nos precedieron; ya sea para superarlos, contradecirlos, honrarlos o complementar su obra, los pensadores originales aprenden de quienes admiran y utilizan dicho combustible para desarrollar algo único.
¿Qué personajes revolucionarios los hacen sentir motivados y creativos? Sin importar cuál sea su respuesta, aférrense a su ejemplo y consideren que, tal vez, lo único que los aleje de una grandeza equiparable sea el miedo al fracaso, la pereza y el deseo de pertenecer a una mayoría que quizás esté equivocada…
