
La posibilidad de que exista vida después de la muerte es nula para la mayor parte de la comunidad científica. No obstante, resulta difícil ignorar la evidencia que parece demostrar lo contrario.
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Desde la infancia, mis creencias sobre la vida después de la muerte han oscilado como un péndulo: de la oscuridad —donde la muerte parece un final inapelable—, pasando por las sombras de la duda, hasta alcanzar un punto luminoso desde el cual me parece intuir la existencia de un Más Allá, para de nuevo terminar en la negrura inicial. Sin embargo, al enfrentarme a la pérdida de una de las personas que más he amado, tuve la determinación de clarificar mi postura al respecto, por lo cual me sumergí en el mundo de la muerte, que resultó ser más asombroso de lo que hubiera podido imaginar.
Al ahondar en los libros, los documentales y los artículos que fui encontrando, me di cuenta de que hay una reticencia por parte de la comunidad científica a hablar sobre el tema.Y esto se debe a varias razones: por un lado, la mayoría de sus miembros tiende a considerar que la investigación resulta ociosa porque, en su opinión, la pregunta que algunos buscamos responder ya tiene una respuesta: “No existe la vida después de la muerte porque la ciencia contemporánea está basada en la afirmación de que toda la realidad es material o física” —este argumento, por cierto, es contrario al espíritu científico que, en lugar de llegar a conclusiones a priori, debe fundamentarse en la evidencia—; la segunda razón está relacionada con la primera: si los científicos ya saben que no existe la vida después de la muerte, ¿cuál es el sentido de destinar tiempo, dinero y esfuerzo a su investigación? Por último, cabe mencionar que el tesoro más preciado de una persona de ciencia no siempre es el conocimiento, sino su reputación, y que el simple deseo de adentrarse en el “deshonroso” ámbito de la parapsicología podría traducirse en un suicidio profesional.
Así las cosas, son pocos los que se han atrevido —o han podido— realizar investigaciones relacionadas con la posible inmortalidad de la conciencia humana, pero sus hallazgos tienen un valor tal que podrían darle una voltereta al actual paradigma científico. A continuación, te presento algunos ejemplos:
1. El experimento Scole
En 1993, en la villa inglesa de Scole, comenzó uno de los episodios más fértiles de la historia parapsicológica. Desde el sótano de su casa, los médiums Alan y Diana Bennet orquestaban sesiones en las que decían tener un tipo de comunicación poco común con los espíritus. Supuestamente, éstos llegaban a materializarse de cuerpo entero, luces de colores —con masa y que respondían inteligentemente a los estímulos— revoloteaban por el lugar, y voces de ultratumba mantenían conversaciones con los asistentes. Ante tales declaraciones, un grupo de profesionales de diversas disciplinas se propuso desmentir a los médiums; entre ellos se encontraban investigadores de la Society for Psychical Research de Londres —que, desde 1882, ha puesto en evidencia a infinidad de charlatanes—, científicos como el biólogo Rupert Sheldrake o el matemático Ivor Grattan-Guinness, e incluso un mago profesional. El equipo de escépticos inspeccionaba la habitación y se aseguraba de que todos dejaran sus pertenencias fuera de la misma antes de comenzar la sesión; además, cada uno de los presentes debía portar una pulsera fosforescente de velcro —la cual produciría un sonido distintivo si alguien intentaba quitársela— para detectar cualquier movimiento en la oscuridad que, presuntamente, los espíritus demandaban para poder manifestarse.

A pesar de estas medidas, los fenómenos paranormales continuaron sucediendo: las luces de colores rebotaban en las paredes y se posaban en las palmas abiertas de los asistentes, que podían cerrar sus puños para contenerlas y luego liberarlas como si de luciérnagas se tratara; las voces —con personalidades y acentos propios— contestaban las preguntas incluso antes de que los investigadores las formularan; y, lo más impactante, en los carretes de película fotográfica que éstos colocaban en sus bolsillos —los rollos eran firmados y guardados con llave en pequeñas cajas— aparecían burbujas psicodélicas, composiciones abstractas, mensajes escritos en diferentes idiomas, rostros y paisajes que parecían formar parte de los recuerdos de los espíritus: imágenes que se producían en una oscuridad absoluta y sin la necesidad de usar una cámara.

Después de cinco años de investigación, el grupo que supervisaba a los Bennet concluyó que la posibilidad de fraude era nula y que los fenómenos en el sótano de Scole no podían ser explicados por el actual paradigma científico ni por los trucos propios del ilusionismo. [1]
2. Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)
Todos hemos oído hablar de ellas: se trata de experiencias acontecidas durante un estado de inconsciencia, cuando las personas se encuentran al borde de la muerte, que suelen incluir una serie de elementos comunes, como la sensación de desprenderse del cuerpo, el reencuentro con seres queridos difuntos, la visión de un túnel y la entrada a otro mundo, entre otros. Los escépticos consideran que tales episodios son simples alucinaciones o los atribuyen al consumo de medicamentos o a determinados procesos neurobiológicos; sin embargo, investigaciones formales de las ECM, como el estudio AWARE —Awareness during Resuscitation— encabezado por el doctor Sam Parnia, demuestran que la complejidad del fenómeno supera por mucho a estas explicaciones simplistas. De entrada, cabe preguntarse un par de cosas: ¿por qué los individuos que tienen dichas experiencias describen escenas similares, si las alucinaciones son procesos que responden a las particularidades de cada psique?, y ¿cómo es posible que se produzcan visiones claras, estructuradas y lúcidas en cerebros moribundos o que no funcionan óptimamente? Por otra parte, resulta insensato ignorar los casos documentados de personas que son capaces de describir lo que sucedía a su alrededor mientras estaban clínicamente muertas o en estado inconsciente: uno de los pacientes que formó parte del estudio AWARE, por ejemplo, relató haberse desprendido de su cuerpo y flotado hasta alcanzar el techo de la habitación, desde donde pudo ver su cuerpo inerte flanqueado por una enfermera y un hombre con una bata azul y un gorro del mismo color —”Era un tipo bastante fornido y estaba calvo; supe esto por la forma en que traía puesto el gorro”—, mientras escuchaba una voz que gritaba: “¡Resuciten al paciente!, ¡resuciten al paciente!”, todo lo cual fue corroborado por el personal médico. [2]

Otro aspecto intrigante de este fenómeno consiste en las “sanaciones milagrosas” ocurridas tras una ECM. Uno de los casos más asombrosos es el de Anita Moorjani, una mujer singapurense con cáncer terminal a quien, según los médicos, le quedaban algunas horas de vida y que, después de haber tenido una ECM, se curó completamente de su enfermedad. [3]
3. Niños que recuerdan vidas pasadas
La reencarnación es un tema que ofende, quizá como ningún otro, a las mentes escépticas; no obstante, la evidencia de cualquier fenómeno —sin importar lo extravagante o escandaloso que éste pueda resultar— merece ser tomada en consideración. Por ello, es importante darle una oportunidad al trabajo realizado por el bioquímico y psiquiatra canadiense Ian Stevenson quien, durante un lustro, viajó por Europa, África, India y el continente americano con el objetivo de documentar casos de niños que tuvieran recuerdos detallados de vidas anteriores. Para su estudio, entrevistó a miles de niños y encontró las siguientes constantes: entre los tres y los cuatro años de edad, éstos comenzaban a decir cosas como “En realidad no pertenezco aquí, pertenezco a otra casa”, “Mi hermana se llama… y el nombre de mi hermano es…” o “En mi otra vida me mataron de tal o cual forma”; los niños, por otro lado, afirmaban haber vivido en lugares que nunca habían visitado, pero que eran cercanos a su locación actual, y también que habían muerto de una manera violenta. Algunos de ellos incluso presentaban extrañas marcas o defectos de nacimiento que concordaban con el registro post mortem del individuo que Stevenson había identificado como la personalidad de la vida anterior —así, por ejemplo, un niño que tenía una marca de nacimiento en el cuello correspondía con un hombre que había sido asesinado de un tiro en la garganta. El investigador canadiense concluyó que tres mil de estos casos apoyaban la posibilidad de la reencarnación, pues los niños no sólo habían descrito con detalle lugares que jamás habían visto, sino también a personas —junto con su respectiva constelación de familiares e historia de vida— que habían muerto años antes de que ellos nacieran.

4. La teoría del biocentrismo
En 2009, el médico estadounidense Robert Lanza —quien participó en los primeros experimentos de clonación y es considerado uno de los científicos más relevantes de nuestros tiempos— removió las creencias de muchos con la publicación de su libro Biocentrismo: cómo la vida y la conciencia son claves para entender la verdadera naturaleza del universo. En esta obra, su autor presenta un modelo de realidad que desafía al materialismo con la siguiente estocada: “La conciencia crea al universo material, y no al revés”. Pero, ¿cuáles son sus argumentos para hacer una afirmación como ésa? Empapado en las últimas teorías de la astrofísica y la mecánica cuántica, Lanza sostiene que el universo mismo, junto con sus leyes, fuerzas y constantes, está minuciosamente afinado para la existencia de la vida, por lo cual parece que —a diferencia de lo que sugiere el actual paradigma científico— la inteligencia es anterior a la materia y, por lo tanto, la primera crea a la segunda.

En el modelo propuesto por el biocentrismo, la muerte no tiene cabida. El cuerpo —lejos de ser el generador de la inteligencia— funciona como un receptor que “capta” a una determinada conciencia, del mismo modo en que una antena recibe señales satelitales. Al momento de la muerte, la conciencia —entendida como información cuántica que reside en los microtúbulos de las células cerebrales— se libera y distribuye por el universo, o quizá viaje a otros universos…
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En nuestra sociedad occidental, la visión materialista de la realidad es un sinónimo de inteligencia, de pensamiento lógico o correcto. Sin embargo, las ideas aquí presentadas invitan a mirar en otras direcciones y a cuestionar algunas hipótesis que la ciencia nos ha presentado como verdades.
Respecto a mí, puedo decir que el péndulo de mis creencias ha dejado de balancearse. Ahora te invito, lector, a explorar el mundo de la muerte y la conciencia, para de ese modo adquirir una postura más informada acerca de un tema que, en mi opinión, será el epicentro de la próxima gran revolución científica.

[1] A través de este link puedes ver el documental The Afterlife Investigations, que habla sobre el experimento Scole.
[2] v. Bicaalú 72, mayo 2016, “Experiencias cercanas a la muerte —un fenómeno que cambia vidas—”; pp. 20-23.
[3] Anita relata su ECM y todo lo que aprendió de ella —incluido el secreto de su curación— en su libro Morir para ser yo, publicado en 2012.