Para quienes viven conectados a la “internetósfera”, la historia contemporánea parece transcurrir de trending topic en trending topic. Así, en el otoño de 2022 hubo dos de estos tópicos muy citados y referidos por los internautas, los cuales usaremos como ejemplo para entender qué es ese sesgo cognitivo llamado sesgo de confirmación, por qué es tan engañoso y cómo a diario vemos sus efectos en las redes sociales y en la vida cotidiana.
El primer caso que viene a cuento rescatar es el del llamado “PfizerGate”: a mediados de octubre de 2022, circuló con fuerza el tuit de un político conservador del Parlamento Europeo, el cual afirmaba que, durante una audiencia acerca de la pandemia por Covid-19, “una directora de Pfizer había admitido que su vacuna jamás había sido probada para prevenir la transmisión del virus”. Como consecuencia, numerosas personas que desde el principio habían desconfiado de la vacunación e incluso promovido posteos e ideas antivacunas, salieron a vociferar digitalmente que se “había sabido la verdad” y que ellos tenían razón.
El segundo caso tiene que ver con la política nacional y con un libro de publicación reciente, cuyo seductor y pejagoso título sugiere que el títular del Ejecutivo de este país financió su campaña con dinero en efectivo. Y de nuevo: quienes sentían una aversión desmedida por dicho político desde antes de la aparición del texto, lo dieron por bueno incluso sin haberlo leído, haciendo suyo eso de “no tengo pruebas, pero tampoco dudas”; por su parte, los seguidores desestimaron lo que en él se afirma a priori, sin pensar siquiera si merecía ser investigado.
Todos esos casos, y muchos más, son ejemplos del llamado sesgo de confirmación, el cual es definido en la Enciclopedia Britannica como “la tendencia a procesar información buscando o interpretando sólo aquellos datos que son consistentes con nuestras propias creencias previas”; añade que “este enfoque sesgado de la toma de decisiones es en gran parte involuntario y, a menudo, hace que se ignore información inconsistente”. Las creencias previas pueden incluir las expectativas en una situación determinada y las predicciones sobre un resultado particular.
Volviendo a los dos casos del principio, en el primero es imparcial afirmar que una porción importante de la población de México y del mundo desconfía de las vacunas que farmacéuticas como AstraZeneca o Pfizer desarrollaron para disminuir la transmisión del virus y la gravedad de la enfermedad respiratoria que se desarrolla si se presenta el contagio, y que es probable que esa misma gente —mucha de la cual cree también en las llamadas “teorías de conspiración” que aluden a exterminios masivos e inserciones de chips— oyó una declaración sacada de contexto y dio por cierta sólo la interpretación que encajó con su creencia en que la vacunación masiva fue un acto de control o de manipulación de la especie humana, orquestado por una élite mundial. Para cuando la empresa y los fact-checkers precisaron la información y vimos que se trató de una interpretación errónea, la “predicción” ya había sido confirmada.
El segundo caso, quizá por más cercano, puede resultar más claro. Ante la figura de quien gobierna al país desde Palacio Nacional, es muy frecuente que la opinión pública se agrupe en torno a dos polos: los que lo odian, sin importar lo que haga o deje de hacer; y los que lo aman, sin importar lo que haga o deje de hacer. Y frente a la aparición de supuestos hechos que, de ser ciertos, empañarían su imagen pública, a menudo los primeros no se preguntan si hay pruebas ni si son suficientes como para afirmar lo que se afirma, y los segundos dicen que ni siquiera vale la pena investigar, pues se trata de golpeteo político. Es decir: cada quien cree solamente en aquello que le conviene y confirma sus ideas.
Esta clase de desviaciones del pensamiento lógico se definen como “sesgos cognitivos”, un concepto que fue introducido en 1972 por los psicólogos israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversy, y que consiste en “una interpretación errónea sistemática de la información disponible que ejerce influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios y tomar decisiones”.
El sesgo de confirmación ha sido usado ampliamente en la política por quienes manipulan la opinión pública mediante eslóganes incendiarios y estadísticas interpretadas a modo: son muy recordados los “alternative facts” o “hechos alternativos” de la administración Trump, así como los “otros datos” con los que quien despacha en Palacio Nacional justifica cualquier incongruencia con los datos y las estadísticas proporcionados por las dependencias que él dirige.
¿Qué puede hacernos tan ciegos a los hechos? ¿Por qué incluso las personas más inteligentes pueden caer en uno de estos sesgos? En un artículo de la revista The New Yorker, Elizabeth Colbert refiere que los científicos Hugo Mercier y Dan Sperber dieron con una tesis que sugiere que nuestra razón no es tan confiable después de todo, y es que evolutivamente estamos más programados para encajar en el grupo social al que pertenecemos que para razonar.
Esa es la razón por la que podemos dar más crédito a nuestro sacerdote o guía espiritual que profesa nuestras mismas creencias que a un científico especializado en un área de conocimiento de la cual entendemos muy poco. Así, muchas veces no son los hechos medibles los que nos hacen tomar partido por una causa política o social, sino la sensación de pertenencia y de afinidad con el grupo que las enarbola, pues sus ideas —incluyendo el rechazo a quienes tienen distintas creencias, prácticas, valores o cultura— son similares a las nuestras.
Pero no sólo los políticos se aprovechan de estos “puntos ciegos” en nuestro razonamiento: dicen que los algoritmos de nuestras redes sociales también están programados para mostrarnos sólo aquello que es afín a nuestra visión del mundo, con el objetivo de engancharnos aún más a esa adictiva experiencia de habitar un mundo artificial en el que la gente piensa como uno.
Por último, una de las formas más nocivas del sesgo de confirmación es aquella en la que uno valida sólo la información que confirma creencias previas sobre uno mismo, pues aunque el hecho general sea que somos personas talentosas o que hacemos bien nuestro trabajo, pondremos un sesgado énfasis en la gravedad de los errores y los intentos fallidos, para así confirmar nuestra idea previa de que no somos buenos o no somos suficientes, y esto nos disuada de soñar, de volver a intentar, de insistir y de aprovechar las oportunidades.
Entonces, quizá lo más sabio sería preguntarnos a cada tanto en qué basamos nuestras creencias más profundas, y si estaríamos dispuestos a cambiarlas si nos mostraran evidencia incontrovertible que las echara por tierra. Si somos honestos, de antemano sabremos que hay terrenos en los que la razón, la cifra precisa y el hecho comprobado nada pueden hacer ante la fe, la lealtad a un grupo, la búsqueda de aceptación o la patológica necesidad de tener siempre la razón. O quizás esa sea sólo otra creencia previa que vale la pena poner en tela de juicio.