Vivimos en la era de la atención fragmentada, de las tareas múltiples, de la prisa, de la inmediatez. En nuestras horas hábiles, a menudo nos posamos frente a una computadora y vivimos a través de internet: estamos “en línea”. Curiosamente, en nuestro tiempo de esparcimiento sucede algo similar: sin un rumbo fijo o un propósito claro, ociosamente sacamos el smartphone de la bolsa o el bolsillo y navegamos, comentamos, damos Like. Y algo que con frecuencia aparece ante nuestras distraídas narices es la noticia.
O mejor dicho, las noticias. Muchas, en andanada, una tras otra. Aturdidos como estamos por el exceso de información —muchas veces falsa—, y ávidos de inmediatez —como dije ya—, queremos saber siempre más, estar ahí, ver la imagen un segundo después de que ocurrió el hecho o incluso la transmisión en vivo justo en el momento del suceso.
Ante esa dinámica, los medios se disputan eso que, en el argot periodístico, se llama “ganar la nota”; es decir, ser el primero que hace pública la noticia y, en consecuencia, obtiene más televidentes, más clics, más lectores. Nuestros teléfonos vibran con alertas, avisándonos que “algo” acaba de suceder. El tráfico y el rating mandan, y cada día existen más medios informativos y, con ellos, se genera una presión mayor por ser el primero, el más veloz, el que da la primicia.
Facebook, Twitter, Instagram, la radio y la televisión se disputan nuestra fragmentada atención con encabezados espectaculares y la repetición de la misma noticia, una y otra vez. El mismo linchamiento, la misma explosión, el mismo sujeto apuñalando al mismo perro, diez, veinte, treinta veces o las que sean necesarias hasta que nos hierva la sangre y finalmente nos enganchemos con la noticia.
Al ejercer el periodismo, en especial en una plataforma digital, uno siente que está en una carrera perpetua por alcanzar la zanahoria que cuelga frente a nuestras narices y que, a cada paso que damos, parece alejarse otro tanto de nosotros. Y es que, ante un hecho determinado, un ciudadano cualquiera con su teléfono puede ejercer sus cinco minutos de periodismo tomando una imagen o un video, subirlos a sus redes y, con un poco de suerte, esperar a que éstos se hagan “virales”: ahora todo el mundo lo sabe.
En ese momento, el periodista ya está detrás, ya llegó tarde, alguien más “ya trae la noticia”, de modo que el oficio del periodista y el consumo de noticias se convierten en una carrera sin tregua ni descanso por los rápidos de un mundo hiperinformado, sobreestimulado e “infoxicado”. Por eso fue que surgió el slow journalism.
¿Por qué un periodismo lento?
El slow journalism es un modo de ejercer la labor periodística sin las prisas y la rapidez que exige el mundo posmoderno. En ese sentido, forma parte del movimiento slow, que involucra desde la slow food —en contraste con la cultura de la fast food— o preparación de alimentos de modo tradicional y tomándose el tiempo para ello, hasta estilos de vida como el slow ageing, que acepta y procura un adecuado proceso de envejecimiento y se opone al rechazo de éste en la medicina y la industria cosmética.
El origen de este “periodismo lento” se puede rastrear hasta una columna del periodista Peter Laufer, publicada el 15 de enero de 2013 en el diario The Oregonian y titulada “Join the ‘Slow News’ Movement: It’s OK to Read Yesterday’s News Tomorrow”. En ese texto, Laufer afirmaba estar tratando de bajarse del “carrusel de las veinticuatro horas de noticias” por la sencilla razón de que, dice él, “la mayor parte de las noticias pueden esperar”.
Laufer equipara su movimiento con el de la slow food, y afirma basarse en las reglas estipuladas por Michael Pollan en su libro Food Rules. “Hay que comer para sobrevivir, y la información precisa puede ser otro requisito para nuestra supervivencia; sin embargo, nuestra búsqueda de información instantánea ha hecho que sea más difícil dar con la verdad y ver todo el contexto detrás de los eventos de última hora”, dice el autor.
La columna exhorta al lector a filtrar qué noticias vale la pena leer y a no convertirse en una víctima más de la andanada sin fin de asaltos mediáticos. “Estamos en peligro de perdernos la verdadera historia a causa del ruido”, dice Laufer. Necesitamos cuestionar qué noticias son importantes y por qué, ya que en estricto sentido no necesitamos saber todos los detalles, minuto a minuto, de una tragedia que pasó en el otro lado del mundo.
“Quiero que pongamos en tela de juicio el valor de las perpetuas noticias que se asemejan a la fast food de calorías vacías, que se procesan de modo que seamos adictos a ellas”, concluye Laufer, una frase por demás subversiva para alguien que ejerce profesionalmente el periodismo, ya que reprueba el núcleo mismo de la industria: mantener al mayor número de personas consumiendo el mayor número de noticias el mayor tiempo posible… para vender esa atención al mayor número posible de anunciantes, desde luego.
El movimiento se expande
La propuesta de Laufer, aunque incendiaria, ha servido de guía para que algunos periódicos ejerzan y distribuyan este tipo de periodismo cocinado a fuego lento y basado en el análisis y la perspectiva de un hecho en el tiempo, y no en la rapidez, la inmediatez, la repetición de boletines de prensa y de las gastadas notas de las agencias locales e internacionales, y en la tiranía de las breaking news o noticias de último momento.
Un ejemplo puede verse en http://www.slow-journalism.com, un sitio mantenido por The Slow Journalism Company, que edita la revista Delayed Gratification —que se traduce como “gratificación retrasada”, aludiendo a la adrenalina y la emoción del adicto a la noticia—, una publicación trimestral que se ostenta como “la primera revista de periodismo lento en el mundo”.
Delayed Gratification revisita los hechos de los tres últimos meses “toda vez que el polvo que levantaron se ha asentado”, para ofrecer el análisis final de las historias que trascendieron, “pues las noticias ultrarrápidas y cíclicas de hoy en día están lejos de ser correctas; nos dicen en tiempo real que es lo que está sucediendo, pero rara vez explican qué significa o por qué es importante”, se lee en el sitio web de la revista.
Como dice el título, quizás el movimiento slow —incluyendo esta forma de dar y recibir noticias— sea un antídoto contra nuestra perenne prisa y nuestra necesidad irracional e imperiosa de estar siempre “bien informados”. Al menos a mí me queda claro que muchas cosas, como una comida nutritiva y sabrosa, resultan mejores cuando se hacen tomándose el tiempo necesario. Como este texto, quiero pensar, que también fue cocinado a fuego lento, sin prisas y releyendo noticias de ayer…