Dos óvalos rojos son los ojos de la figura de la Santa Muerte tatuada en el antebrazo del ex reo Javier Cruz, primer integrante de la Compañía de Teatro Penitenciario en Santa Martha Acatitla, fundada hace siete años.
“Le doy gracias a Dios por haber caído en la cárcel y no haber muerto con dos balazos en la cabeza”, afirma Cruz, mientras observa el ensayo teatral que sus ex compañeros llevan a cabo en el auditorio del penal. “No cualquiera cae en la cárcel. La cárcel es como una segunda oportunidad”, agrega.
Para Javier —alias ‟el Greñas”—, los dieciséis años que estuvo encarcelado fueron una grata experiencia. Una vez cumplida su condena, en 2012, regresó como integrante de la Compañía de Teatro Penitenciario. Asiste tres veces por semana a los ensayos, y el sábado a la función que se presenta al público en general.
“¿Es duro regresar al lugar donde permaneciste preso durante dieciséis años?”, le pregunto. “De que no me gusta entrar aquí, no me gusta. Pero vengo a devolver el aprendizaje que yo recibí”, responde apretando las manos y sin mirarme a los ojos.
Este proyecto de teatro profesional —que se desprende del área de impacto social del Foro Shakespeare en la Ciudad de México— se ha convertido en un verdadero ejemplo de reinserción social a través del arte. En los últimos cuatro años, seis actores han salido del reclusorio, y cuatro de ellos han hecho del arte dramático una forma de vida, pues siguen trabajando en la Compañía de Teatro Penitenciario.
Libertad penitenciaria
Las cárceles pueden ser fábricas de sufrimiento en las que los reos pierden su verdadera identidad. Sin embargo, el teatro y las artes escénicas les brindan herramientas para encontrarse consigo mismos:
“En las circunstancias en las que estamos es muy difícil encontrarte a ti mismo, platicar contigo y saber en realidad quién eres”, comenta Rafael Martínez Martínez, de treinta y siete años, quien formó parte de la primera generación de la compañía de teatro en Santa Martha.
Pero la libertad que estos actores viven en el escenario les brinda confianza, también un espacio de introspección para conectarse con su ser. Como dice Javier Cruz: “Hay más gente encerrada allá afuera que acá adentro”.
La reinserción teatral
El sonido enfático del tambor anuncia el inicio del calentamiento en el cuarto ensayo semanal. Los actores caminan dispersos en el amplio espacio del auditorio y hacen contacto visual mientras los golpes del tambor se multiplican, marcando el ritmo como latidos de corazón.
Una pequeña pelota suave rueda entre los reos. No deben dejarla caer. Cada vez que se escucha el sonido del tambor, la avientan al compañero con quien mantienen contacto visual. El ritmo se acelera; cuentan: uno, dos, tres, cuatro… la bola cae. Todos se recuestan en el suelo frío y hacen quince lagartijas como castigo por haber perdido la concentración. “Este es un trabajo de equipo”, les recuerda Juan Carlos Cuéllar, el profesor del taller de interpretación creativa, quien acude semanalmente al auditorio de Santa Martha Acatitla, donde se llevan a cabo los ensayos.
La clase se divide en dos: la parte teórica y la práctica; mientras él habla sobre las circunstancias que determinan a un personaje, los reos apuntan en sus cuadernos visiblemente maltratados. Para ejemplificar la teoría que dictó minutos antes, el profesor involucra al grupo en la recreación de una situación ficticia.
“Vamos a simular una escena. ¿Qué se les ocurre?”, pregunta al grupo conformado por trece hombres.
“Un robo”, responden dos al unísono entre risas.
“Oquéi”, analiza Cuéllar sin sorpresa y con voz aguda, “¿en dónde?”
“En Santa Fe no porque ahí las cámaras de seguridad sí sirven”, advierte uno de ellos con el pulgar en el aire.
“Ay, no me asusten”, bromea el joven maestro frente al grupo.
(Foto: Luis Rojo. Fuente de la Foto: chilango.com)
Aunque Cuéllar tiene experiencia de docencia con grupos marginales, como niños de la calle, nunca había encontrado arrojo comparable al que los reos ponen en cada ejercicio. La manera en que se entregan al escenario es excepcional.
Hasta el momento, dos mil espectadores han acudido a las funciones sabatinas de la obra Mago Dioz, que se presenta en la penitenciaría. La entrada tiene un costo de 250 pesos; además, a los actores se les obliga a acudir a los ensayos, a mantener un buen comportamiento y comprometerse con el proyecto. Por todo lo anterior, esta compañía de teatro es considerada como profesional.
Desde que empezó el proyecto, se han montado tres obras. La primera fue Ricardo III, de Shakespeare; la segunda estuvo inspirada en textos de Alejandro Jodorowsky; y la tercera es la que actualmente permanece en cartelera.
“Esta es una auténtica política pública de reinserción social”, apunta Carlos Balaguer, coordinador de proyectos de impacto social del Foro Shakespeare. “Este tipo de proyectos deben ser impulsados por una institución como política pública, y no por una asociación civil como la nuestra”.
Resulta difícil costear el montaje, razón por la cual ciertas marcas y empresas privadas patrocinan el proyecto. Aunque cabe mencionar que algunas de ellas han retirado su apoyo por considerar que invertir en una compañía teatral penitenciaria puede manchar su imagen.
‟Generalmente, el público asiste por morbo”, asegura Balaguer, ‟sin embargo, al vivir esta experiencia, los rostros se transforman al notar el trabajo actoral que hay detrás”. Entonces los reos ya no son personas ajenas a su realidad, sino actores profesionales que se entregan al teatro como medio de liberación.
La cárcel deshumaniza, pero el teatro devuelve la libertad e invita a la unión a través del arte.