Tres cuentos olvidados de los hermanos Grimm

Tres cuentos olvidados de los hermanos Grimm
Bicaalú (autor)

Bicaalú

Inspiración

En diciembre de 1812, uno de los libros más influyentes de la literatura alemana salió a la luz: Los cuentos de los hermanos Grimm. Aquella primera edición contenía ochenta y seis relatos que Jakob y Wilheim —los hoy célebres hermanos— recopilaron durante su peregrinar en la comarca de Kassel, Alemania. Interesados en preservar la sabiduría y el folklore germanos, entrevistaron a ancianas y labriegos quienes les revelaron historias que se habían transmitido de generación en generación durante cientos de años. Jakob, el científico, se encargó de recabar la información, y Wilheim, el poeta, elaboró los cuentos a partir de los datos que el otro le proporcionaba. Así quedaron consagradas las historias de esta comarca como el modelo perfecto de la literatura popular infantil.

Durante la época victoriana era común que los cuentos infantiles contuvieran escenas violentas. A los niños se les educaba mediante coerciones psicológicas y severos castigos que la literatura, con tramas didácticas y moralizantes, debía reforzar. Por ello no resulta extraño que al alejarnos de las edulcoradas versiones de Disney, descubramos que los cuentos para niños más famosos contienen pasajes crueles e incluso finales tristes. Además de los populares “Caperucita roja”, “La princesita Blancanieves” o “Pulgarcito”, existen decenas de cuentos mucho más sombríos y, sin duda, también más extraños.

A continuación, sin ningún orden particular, presentamos tres cuentos poco conocidos —o incluso olvidados— de los hermanos Grimm:

“El ratón, el pájaro y la salchicha”

"El ratón, el pájaro y la salchicha"

Un ratón, un pájaro y una salchicha —sí, una salchicha— deciden vivir juntos durante un tiempo. Al principio las cosas iban bien: el trabajo del pájaro consistía en volar al bosque todos los días y traer madera a la casa; el ratón, por su parte, debía sacar agua del pozo, encender el fuego y poner la mesa; la salchicha, por último, se encargaba de cocinar y, para asegurarse de que los alimentos se condimentaran correctamente, se revolcaba en ellos, por supuesto.

Un día, cierto amigo volador del pájaro comienza a llamarlo tonto y a burlarse porque éste hacía todo el trabajo duro, mientras el ratón y la salchicha se quedaban descansando. Azuzado por las mofas, al llegar a casa exige una división más justa de las tareas y propone realizar un sorteo. A la salchicha le toca recoger la leña, pero mucho antes de siquiera llegar al bosque, es devorada por un perro; el ratón queda como encargado de hacer la comida, sin embargo, al zambullirse en el puchero para intentar reblandecer las verduras como lo hacía la salchicha, se atasca y muere. El pájaro regresa a casa y no encuentra a nadie, por lo que se pone a llamar y buscar en todos los rincones. Revolotea tan desesperadamente que el fuego llega a las paredes y, al intentar sacar un cubo de agua del pozo para apagar el incendio, se enreda con la cuerda, cae en su interior y se ahoga.

La moraleja de esta historia parece ser: conoce tu lugar y confórmate con las tareas que te son asignadas… además de no irse a vivir con un embutido parlante.

“Hurleburlebutz”

"Hurleburlebutz"

Había una vez un rey que se perdió en el bosque mientras cazaba. Sus esperanzas de sobrevivir desfallecían, cuando un extraño hombrecillo de cabello blanco aparece ante él y le promete guiarlo hasta la salida si el monarca, a cambio, le entrega a su hija menor. Éste, obnubilado por el miedo, acepta el trato. El enano cumple con su promesa y acompaña al rey hasta su palacio, pero antes de despedirse le recuerda que volverá en ocho días para reclamar lo que le pertenece.

El rey, muy triste, les cuenta a las otras princesas lo ocurrido en el bosque. Ellas, en lugar de preocuparse, idean una estratagema para salvar a su pequeña hermana. El día pactado, secuestran a la hija de un pastor, la visten con finas ropas y la encierran en las habitaciones reales. “¡Si viene alguien a recogerte, ve con él!”, le piden. Al poco tiempo, llega al palacio un zorro que le dice a la campesina: “¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vámonos! ¡Al bosque!” Al llegar a un verde claro, el zorro le ordena a su prisionera que le quite los piojos; al obedecer ésta sin respingar, se da cuenta de que capturó a la chica equivocada, pues una princesa no estaría dispuesta a lidiar con semejantes alimañas. A la semana siguiente, las hermanas vuelven a tenderle una trampa al zorro, que pronto descubre el engaño y, falto de paciencia, amenaza con traer la desgracia al reino si en ocho días el rey no le entrega a su merecida esposa.

Finalmente, el monarca decide ceder a su hija al zorro, que se la lleva al bosque, donde le pide que le quite los piojos. La noble muchacha, ante la idea de tener que despiojar a un cuadrúpedo, se echa a llorar, por lo que el zorro se da cuenta de que esta vez tiene a la verdadera princesa y, entonces, se transforma en el hombrecillo de cabello blanco.

La pareja vive en una pequeña casa en el bosque durante una temporada. La princesa, de mala gana, hace lo que su marido le ordena; éste, en cambio, se desvive por ella. Un día, antes de marcharse, el hombrecillo le advierte: “Pronto llegarán tres palomas blancas, pasarán volando muy al ras del suelo. Coge la que esté en el medio y cuando la tengas córtale enseguida la cabeza, pero ten cuidado de no coger otra que no sea la del medio u ocurrirá una gran desgracia.” La princesa obedece y, al degollar a la paloma y tirar su cuerpo al suelo, ésta se convierte en un príncipe. Resulta que el enano de cabello blanco estaba bajo el hechizo de un hada malvada y sólo podía ser liberado si su esposa mataba a la paloma correcta. Desenlace que resulta extraño si tomamos en cuenta que en los cuentos infantiles de ahora los sapos suelen besarse y no se degüellan palomas.

“Cómo algunos niños jugaban a degollar”

"Cómo algunos niños jugaban a degollar"

Existen dos relatos relacionados entre sí y bautizados con un mismo título, “Cómo algunos niños jugaban a degollar”, que fue publicado en el volumen uno de la primera edición de Los cuentos de los hermanos Grimm. Cuesta comprenderlo, pero dichos cuentos eran para niños.

El primero habla de unos niños de entre cinco y seis años que jugaban en alguna parte de la ciudad de Franecker. Uno hacía de carnicero, otro de cocinero y uno más de cerdo. Luego designaron a una niña como segunda cocinera y a otra como su asistente, quien debía recolectar la sangre del cerdo en un tazón para luego preparar embutidos. El llamado “carnicero” embistió al “niño-cerdo” y lo degolló con  un cuchillo, mientras la niña con el tazón juntaba la sangre lo mejor que podía.

Un concejal que pasaba por ahí presenció el acto perverso y se llevó al “carnicero” para que compareciera ante un juez. Los miembros del jurado no sabían cómo actuar, pues después de todo aquello había sido un “juego de niños”. Un concejal recomendó que se le diera a escoger al pequeño criminal entre una lustrosa manzana y un chelín; si tomaba la manzana, sería puesto en libertad, de lo contrario, se le quitaría la vida. El niño eligió la manzana y fue liberado sin que se le impusiera ningún castigo. (No estamos seguros de si la moraleja es que los niños deben comer frutas y verduras.)

En el segundo relato, dos niños pequeños ven cómo su padre mata a un cerdo. Por la tarde, como parte de un juego, el niño mayor degüella a su hermanito. La madre se encontraba escaleras arriba, bañando a un tercer niño; al  escuchar los gritos, baja a toda prisa y, ante la escena, poseída por la rabia, saca el cuchillo de la garganta del pequeño y lo clava en el corazón del mayor. Cuando vuelve arriba para terminar de atender al que estaba en la bañera, lo encuentra ahogado. La madre entra en desesperación al ver a sus tres hijos muertos y termina por ahorcarse; el padre, al poco tiempo, muere también debido a la tristeza.

Estas escenas pueden parecernos violentas e inapropiadas para la delicada psique infantil, pero si las miramos a la luz del contexto, nos daremos cuenta de que fueron creadas como advertencia para aquellos niños que vivían en granjas y debían presenciar un constante sacrificio de animales. Al estar expuestos a este tipo de violencia en el mismo hogar, podrían sentirse tentados a reproducirla, quizá, con humanos.

Las narraciones presentadas aquí no deberían escandalizarnos si pensamos en la cantidad de niños que han disparado un arma para percibir mayor realismo cuando juegan a los soldados, o en el caso particular de México, a los narcos… ¿Es nuestro contexto menos violento que aquél donde vivieron los hermanos Grimm? ¿Los personajes y moralejas de estas historias podrían adaptarse a nuestra realidad? Sin duda, la extensa obra de Jakob y Wilheim reúne situaciones comunes no sólo en la vida de los germanos, sino de la humanidad, razón por la cual las generaciones futuras seguirán encontrando en sus cuentos feroces verdades.

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