
En esta primera mitad de la década del 2020, el confinamiento social debido a la pandemia por Covid derivó en al menos tres grandes cambios tecnológicos: el uso masivo de videollamadas, la explosión del e-commerce y de los servicios de delivery, y el surgimiento y la adopción generalizada de la inteligencia artificial (IA), en particular de los LLM —o large language models, en inglés— como ChatGPT. No obstante, un reciente estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts —MIT, por sus siglas en inglés— revela que el popular chatbot causa un notable deterioro en los cerebros y las capacidades cognitivas de sus usuarios.
Desde su salida al mercado en noviembre de 2022, ChatGPT ha tenido un exorbitante ritmo de crecimiento: tan sólo cinco días después su lanzamiento, el 30 de noviembre de 2022, alcanzó el millón de usuarios; para enero de 2023 ya había superado los 100 millones de usuarios, convirtiéndose en la aplicación dirigida a consumidores de más rápida expansión de la historia.
Pero todos sabemos —o eso quiero pensar— que no todo es miel sobre hojuelas. Esta inteligencia artificial (IA) es propensa a cometer errores y a proporcionar datos falsos, un fenómeno conocido en el argot técnico como AI hallucination; además, existen debates serios sobre su uso en escuelas o con fines académicos, y en torno a los derechos de propiedad intelectual de los trabajos en los que se basan las respuestas que brinda. Y a este turbio panorama se suma la confirmación de que, en efecto, ChatGPT afecta tu capacidad cerebral.

El estudio del MIT, que se titula “Tu cerebro en ChatGPT: acumulación de deuda cognitiva al usar un asistente de IA para la redacción de ensayos”, comparó el rendimiento de 54 usuarios divididos en tres grupos: unos sólo se valieron de su cerebro para escribir, otros que usaron un buscador convencional como Google y quienes usaron ChatGPT. El objetivo era explorar las consecuencias neuronales y conductuales del uso de estas herramientas.
Cada grupo completó tres sesiones bajo la misma condición; en una cuarta sesión, los usuarios de ChatGPT fueron reasignados al grupo de sólo-cerebro y viceversa. Mediante un electroencefalograma (EEG) se midió la carga cognitiva durante la redacción y, además, los textos fueron evaluados con la ayuda de profesores humanos y un juez de IA. De entrada, el EEG reveló diferencias significativas en la conectividad cerebral: los participantes de sólo-cerebro mostraron las redes más fuertes y distribuidas, los de buscadores tenían una interacción moderada y los usuarios de ChatGPT desplegaron la conectividad más débil. Esto sugiere que cuando las personas escriben sin ChatGPT —e, incluso, sin la ayuda de un motor de búsqueda— están ejerciendo la memoria y el pensamiento creativo de manera más rigurosa.

Curiosamente, el grupo que usó buscadores registró la mayor actividad en las cortezas occipital y visual, debido a su interacción con los estímulos visuales en pantalla: observaban, analizaban y filtraban el contenido; a pesar de que también veían pantallas, en el grupo ChatGPT no se observó este aumento, lo que indica que los usuarios no analizaban ni evaluaban el contenido visual. Por su parte, el grupo sólo-cerebro presentó la actividad más alta en las áreas cerebrales asociadas con la semántica, la creatividad y la autosupervisión ejecutiva.
Por último, el grupo sólo-cerebro pudo citar sus ensayos con precisión y reportó un mayor grado de propiedad sobre los mismos; en cambio, 83% del grupo ChatGPT tuvo dificultades para citar sus propios textos en la primera sesión y, en general, produjeron ensayos estadísticamente homogéneos dentro de cada tema; en otras palabras, dieron con más o menos el mismo contenido, lo que pone en duda la idea comúnmente aceptada de que “los LLM sirven como base” para que los usuarios adapten sus respuestas y las desarrollen por sí mismos, ya que muy pocos participantes se desviaron de la línea de pensamiento sugerida por el LLM.
¿Qué podemos concluir de todo esto? De forma sorpresiva, los autores del estudio no abogan por dejar de usar ChatGPT del todo y para siempre, sino por emplearlo de forma muy dosificada, pues cuando el grupo sólo-cerebro fue reasignado al uso de LLM exhibieron un aumento significativo en la conectividad cerebral en todas las bandas de frecuencia del EEG, mismo que no se observó entre el grupo que utilizó ChatGPT en tres sesiones consecutivas.
En otras palabras: si no quieres que tu cerebro “se oxide”, primero escribe sin apoyarte en herramientas tecnológicas y, ya después, usa la IA para incorporar ideas, añadir contextos y perfeccionar cuestiones estilísticas. O sea, haz que la IA sea la aliada y no que se convierta en la enemiga de tu cerebro… dejándola que “te haga la tarea”.
