Hará cosa de un año que, en muchas páginas electrónicas, se hizo popular un supuesto estudio llevado a cabo por un desarrollador de software llamado Virgil Griffith, que buscaba establecer una relación directa entre los gustos musicales de una persona y su nivel de inteligencia. Dicho estudio se realizó entre aspirantes a universidades de los Estados Unidos, comparando los puntajes de sus exámenes de admisión y los gustos musicales que los jóvenes indicaban con sus likes en Facebook.
Según el “estudio” —ahora explicaré el entrecomillado—, entre quienes obtenían los puntajes más altos, que suponen una inteligencia mayor, los gustos musicales se decantaban por Beethoven y artistas de rock como Radiohead, Bob Dylan, U2 y Sufjan Stevens, mientras que las calificaciones más bajas —que, de nuevo, suponen inteligencias inferiores— preferían a artistas pop como Beyoncé y Lil’ Wayne y géneros como el reggaetón. Desde luego, al hacerse pública esta información, los fanáticos de los géneros privilegiados se apresuraron a compartir en sus redes digitales la feliz noticia de que “la ciencia” comprobaba que eran indiscutiblemente más inteligentes que la masa inculta que oye pop y reggaetón. Del estudio de Griffith —titulado “Music Makes You Dumb” o “La música te hace estúpido”— se han derivado otros, como el del diario británico The Guardian, que analizó las letras de los éxitos de las listas Billboard de los últimos años y halló que la mayoría habla de sexo vacío y de traseros. Edificante, ¿no?
Hasta aquí, nada que nos sorprenda. Pero, en opinión de este humilde sombrerero hay varios cabos sueltos en esta supuesta victoria del rock y la música clásica sobre el pop y el reggaetón. El primero, que lo que hizo Griffith no es en sí un estudio, sino una mera tabulación estadística que no necesariamente refleja la causalidad que expresa en su título; en otras palabras, vale la pena preguntarse si los resultados realmente comprueban que la música te hace estúpido, pues cabe la posibilidad de que el gusto musical sea consecuencia de la inteligencia y no viceversa. El segundo es si realmente puede medirse el cociente intelectual de alguien mediante los resultados de un examen de admisión. El tercero, que en internet abundan estos supuestos “estudios” que, usando la falacia lógica del francotirador[1], interpretan la información de modo que se obtenga un resultado previsto que apele al mayor número posible de personas, lo que garantiza su popularización —como el que afirmaba que “la gente impuntual es más creativa” y que, desde luego, las hordas de impuntuales compartieron con orgullo, como si ser incapaz de llegar a tiempo fuera una virtud. Y el cuarto, y más importante, es: ¿en verdad se puede establecer una relación entre la música y la capacidad intelectiva de quien la escucha?
Sin entrar en demasiadas polémicas, en la humilde opinión de quien esto escribe, el “estudio” se basa más en la casualidad que en la causalidad, pues si bien la música más compleja supondría una mayor capacidad cerebral para desentrañarla y disfrutarla, el que te gusten las cumbias colombianas por su ritmo y sonoridad no te convierte de inmediato en un camionero sucio y vulgar, aunque esa música a menudo se vincule con ese grupo social. A Borges, por ejemplo, le gustaban Brahms, el blues y las milongas —un género popular parecido al tango—, y esas músicas tan dispares no sumaban ni restaban puntos a su IQ. Entonces, más allá del triunfalismo de quienes por su gusto musical se sintieron tocados por Atenea, esa práctica podría interpretarse como una forma más de elitismo y de segregación por “símbolos de estatus musicales”.
Un remate: pocos días antes de que escribiera estas líneas, el genial Elon Musk —una de las personas más inteligentes del mundo— anunció que el primer cohete que su compañía Space X enviará a Marte llevará dos cosas: un automóvil eléctrico autónomo Tesla —otra de sus empresas— y la canción “Space Oddity” de David Bowie. Y eso hace que me pregunte: el que a uno también le guste la música del camaleón del rock, ¿lo hace más inteligente que los demás, casi al nivel de Musk? Yo digo que no, pero ya habrá un “estudio” que diga que sí.
Hasta el próximo Café sonoro…
[1] Falacia lógica en la que información que no tiene relación directa es interpretada, manipulada o maquillada “a modo” hasta que ésta parezca tener un sentido. El nombre viene de un tirador que disparó aleatoriamente varios tiros a un granero y después pintó una diana centrada en cada uno de los tiros.