Hoy en día es común que les digamos a nuestros amigos que nos sentimos “deprimidos”. Se trata de un término del que se ha hablado tanto que suele utilizarse como un sinónimo de tristeza. Sin embargo, hay grandes diferencias de fondo entre ambas.
Primero, la depresión es un trastorno psicológico, una patología del estado de ánimo que, de acuerdo con la clasificación de la CIE-10 —Clasificación Internacional de Enfermedades, en su décima edición— se diagnostica a través de los siguientes parámetros:
- Estado de ánimo depresivo, de duración no inferior a dos semanas.
- Situación no atribuible al empleo de sustancias psicoactivas o a la presencia de algún trastorno mental orgánico.
- Presencia de síndrome somático. En otras clasificaciones, se denominan “síntomas melancólicos” o “síntomas endogenomorfos”, que son los siguientes:
- Disminución o desaparición del interés y la capacidad de disfrute por las cosas que anteriormente resultaban placenteras.
- Ánimo o humor depresivo no habitual en el paciente, mantenido durante todo el día y de forma casi constante.
- Pérdida de la vitalidad habitual o tener la percepción de moverse con mucha lentitud.
- Disminución del apetito.
- Pérdida de la autoestima y de la confianza en uno mismo.
- Sentimiento de inferioridad no justificado y prolongado en el tiempo.
- Autoreproches constantes y desproporcionados con sentimiento de culpa excesiva e inadecuada.
- Pensamientos de muerte o suicidio recurrentes, pudiendo incluir tentativas.
- Disminución de la capacidad de pensamiento y concentración. Suele acompañarse de dificultad para tomar decisiones.
Por tanto, el diagnóstico de esta enfermedad depende de la duración de los síntomas, del desánimo general hacia las cosas y de la dificultad de poder seguir la rutina de forma normal. Es por dicha razón que la Organización Mundial de la Salud —OMS— considera que la depresión será la segunda causa de discapacidad a nivel mundial para el 2020; mientras que, en los países desarrollados, ocupará el tercer lugar en días de discapacidad, y en los países en desarrollo, el primero.
Entonces, ¿qué es la tristeza?
La tristeza es un sentimiento habitual y pasajero que no es por sí mismo un indicador de depresión y, aunque constituye una de las emociones que tiene mayor negatividad asociada, cumple funciones muy precisas. Podemos sentir tristeza en situaciones como la ruptura amorosa, al terminar un proyecto, al quedarnos sin trabajo o ante el fallecimiento de alguien cercano a nosotros. En cualquiera de estos casos, no se puede realizar ninguna acción directa capaz de cambiar lo sucedido; entonces, como respuesta, llega la tristeza.
Se trata de un sentimiento adaptativo, necesario para darnos el tiempo de evaluar lo que necesitamos y queremos, para darnos una pausa y no tener que hacer esfuerzos innecesarios. A pesar de que el manejo de la tristeza también depende de nuestras habilidades de afrontamiento, es común que cuando nos sentimos tristes nuestra rutina casi no se vea alterada y podamos regresar a la normalidad en el corto plazo.
Otra función de esta emoción consiste en permitirnos avanzar hacia la aceptación de la realidad y, al mismo tiempo, facilita que nos reencontremos o reconstruyamos la propia identidad. Para Isabelle Filliozat, autora del libro El corazón tiene sus razones, un periodo de tristeza es un momento de desentendimiento del exterior y concentración en uno mismo.
Otra diferencia importante entre ambas es que, cuando estamos tristes, por lo general buscamos a alguien, un amigo o un familiar, con quien podamos hablar de lo que sentimos. Por el contrario, cuando se trata de un cuadro depresivo, la persona que lo padece prefiere no compartir sus sentimientos con los demás, lo que desencadena un aislamiento progresivo.
También existen las llamadas “depresiones estacionales”, que suelen ser reacciones a duelos no resueltos, como resortes de emociones pasadas a las que no se ha podido dar solución. También pueden asociarse a reacciones fisiológicas; por ejemplo, cuando la luminosidad disminuye —como sucede durante el invierno—, igualmente disminuye la melatonina, la cual, entre otras cosas, regula el ritmo circadiano del sueño.
En conclusión, la tristeza la sentimos todos en diferentes momentos de nuestra vida, mientras que la depresión está asociada a factores biológicos, hereditarios, ambientales y de personalidad. La depresión se resiste a la distracción y puede volverse incapacitante, mientras que la tristeza busca un encuentro con nosotros mismos.