Imagina sonidos con colores, imágenes que cantan, fractales de formas caprichosas, cegadores destellos de colores y agua de arcoíris… todo, en tu habitación: la pura psicodelia y la iconografía de los años sesenta.
Cuando uno escucha la palabra psicodelia, vienen a la mente el “Verano del Amor”, drogas como el LSD o el rock de Jefferson Airplane. Pero quien acuñó y popularizó este término no fue alguien que escuchaba a Pink Floyd y fumaba mariguana en Woodstock, sino uno de los intelectuales más importantes del siglo XX: un académico, crítico, novelista, guionista, poeta y creador de una de las novelas de ciencia ficción de mayor relieve, Un mundo feliz.
Se trata de Aldous Huxley, cuyo papel en la comprensión del consumo de drogas psicoactivas para “aumentar la percepción de la mente” lo convirtieron en un pilar de la contracultura occidental del siglo XX, sin el cual probablemente la historia de los años sesenta no sería la misma.
Genialidad en la sangreAldous Leonard Huxley vino al mundo el 26 de julio de 1894 en Godalming, Inglaterra. Desde niño destacó por su inteligencia y no era para menos, pues venía de una estirpe intelectual: su abuelo, el biólogo Thomas Henry Huxley, fue un acérrimo defensor de las ideas evolucionistas de Charles Darwin y acuñó el término agnóstico, una postura filosófica que implica que nadie puede afirmar que sabe o que cree en algo si no tiene argumentos para comprobarlo.
A los 22 años, Aldous publicó su primer libro, The Burning Wheel. Poco a poco se abrió paso entre la intelectualidad británica, y en 1932 se convertiría en una celebridad cuando publicó Un mundo feliz, una de las distopías literarias más importantes de la ciencia ficción del siglo XX.
Cualquier persona se habría sentido satisfecha con tantos logros, pero Huxley quería más. Y no me refiero a prestigio, fama o dinero, sino a capacidades de percepción únicas… pero no tenía idea de cómo alcanzarlas.
Cuando Aldous conoció a Humphry
Su respuesta llegó en 1952, cuando se mudó a Los Angeles, California, y leyó acerca de los estudios científicos del psiquiatra Humphry Osmond, que experimentaba con mescalina —la sustancia psicoactiva y alucinógena contenida en el peyote— para tratar la esquizofrenia.
Aldous entabló amistad con Humphry y, gustoso, se ofreció como conejillo de Indias: ese mismo año, Huxley ingirió cuatro decigramos de mescalina y emprendió un viaje hacia los confines de su mente inconsciente y del universo.
Osmond quedó fascinado con los resultados: antes de Aldous, los sujetos de estudio eran personas comunes, incapaces de ofrecer una perspectiva profunda del viaje; cuando el escritor describió sus experiencias, Humphry comprendió que la sustancia permitía profundizar en la psique humana.
Aldous describió su experiencia bajo la influencia de alucinógenos en libros inteligentes y profundos como Las puertas de la percepción —que toma su título de una línea de William Blake, “Si las puertas de la percepción se purificaran, todo aparecería al hombre tal como es: infinito—; Cielo e Infierno y, más tarde, Moksha.
Estos libros no son una apología del consumo de drogas y alucinógenos, sino la visión personal de Huxley en su afán por encontrar la verdad ypercibir la realidad desde otras perspectivas. Las puertas de la percepción está repleto de frases trascendentes, como “Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos”.
Tras su publicación en 1954, los hippies tomarían Las puertas de la percepción como un estandarte, y quienes planeaban acceder a otros niveles de conciencia a menudo leían lo que Aldous tenía que decirles antes de intentarlo. Estos ensayos sobre las drogas psicoactivas impactarían radicalmente el pensamiento de los años sesenta, y lo siguen haciendo hasta hoy.
Desde otra perspectiva, las drogas habían estado presentes desde antes en la obra de Huxley. No hay que olvidar que en Un mundo feliz existe el soma, una droga que tomaban los personajes cuando están deprimidos. La última novela de Aldous fue La isla, publicada en 1962, y puede ser tomada como una contraparte de Un mundo feliz: una sociedad utópica que ha alcanzado estabilidad gracias a que usan las drogas psicodélicas para “abrirse” al universo e, incluso, aminorar el impacto de la muerte.
A veces el arte imita a la vida y, otras, la vida imita al arte. Y los últimos momentos del escritor confirmarían esta máxima.
El último viaje
Para 1960, a Aldous se le había diagnosticado un cáncer en la laringe que avanzaba sin parar; no quedaba más opción que esperar la muerte. Una mañana de viernes, en su casa de Los Angeles, sabiendo que la muerte estaba cerca, le pidió a su esposa Laura que le inyectara 100 microgramos de LSD y le leyera El libro tibetano de los muertos. Según recuerda ella, Huxley pasó sus últimas horas en total serenidad: un viaje mágico y misterioso al Más Allá.
Aldous Huxley murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día que asesinaron al presidente John F. Kennedy en Dallas. Como si hubiera sido una coincidencia cósmica, captada por una percepción superior a lo normal.
En la banda del Sargento Pimienta
El papel de Huxley en la difusión del consumo de sustancias psicoactivas con fines recreativos y de “expansión de la conciencia” fue crucial, convirtiéndolo no solo en un prestigiado intelectual, sino en un ícono de la cultura popular.
Sobran los ejemplos: aparece en la portada del disco Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band, de The Beatles; Jim Morrison bautizó a su banda como The Doors como homenaje al libro Las puertas de la percepción y la primera canción de su álbum homónimo, “Break On Through” es una obra inspirada en los viajes psicodélicos de Huxley.
Ni siquiera las películas de superhéroes de Marvel se han librado de la influencia de Huxley: en la cinta Dr. Strange, el difunto Stan Lee aparece leyendo Las puertas de la percepción y diciendo que le parece “muy gracioso”. Y tal vez lo sea, dependiendo de cómo percibamos la realidad, que según Huxley —y el mismísmo Doctor Strange— es maleable y, desde luego, infinita.