
En estos días se cumple un año de que la OMS declarara la emergencia sanitaria mundial por la pandemia de la enfermedad llamada covid-19, la cual originó una migración masiva de empleados a esquema de teletrabajo o home-office y de alumnos que ahora toman sus clases en línea, así como una serie de confinamientos y de restricciones a la movilidad y la convivencia, con el fin de evitar la propagación del virus SARS-CoV-2.
A estas alturas, creo que pocos rechazarían la idea de que el mundo y la realidad tal como los conocimos en la década del 2010 han cambiado de modo radical, y que el viejo orden de las cosas está en un proceso de transformación tal que en un par de años probablemente será sólo un recuerdo.
En todo esto que miles de millones de personas estamos atravesando juntos, hay un concepto clave: el cambio. Debido a la pandemia se aceleraron y precipitaron cambios sociales, económicos y, sobre todo, tecnológicos, que estaba previsto que sucederían en unos cinco o diez años. Y aunque las diversas vacunas arrojan un halo de luz de esperanza, lo cierto es que nadie sabe cómo ni cuándo podremos pronunciar la esperada frase “Ya terminó la pandemia”.
Ante esa realidad volátil, incierta y siempre cambiante, ¿qué tan preparado o preparada estás para aceptar el cambio que ya está teniendo lugar y todos los cambios que se avecinan? Un primer acercamiento a este tema, y para ubicarse mejor, es la llamada “curva de la difusión de innovaciones” que en 1962 desarrolló el sociólogo Everett Rogers.

Dicha curva considera cinco grupos de personas, a partir de su disposición y capacidad de asumir cambios e innovaciones: innovadores (innovators), el segmento con la capacidad económica y los conocimientos para generar el cambio; después de ellos se encuentran los primeros seguidores (early adopters), con recursos, educación y contactos que les permiten adoptar la innovación en cuanto se hace pública. Enseguida viene la mayoría precoz (early majority), que adopta el cambio a un ritmo más lento que los early adopters, pero antes que el promedio, y la mayoría tardía (late majority), que desconfía del cambio o no tiene recursos o información para adoptarlo; al final están los rezagados (laggards), que rechazan el cambio o no saben de él, ya sea por falta de recursos o de educación, porque se enfocan en valores tradicionales o por su escaso contacto social y con el mundo exterior.
Pero, más allá de esta clasificación que se emplea sobre todo en ámbitos tecnológicos y del márketing, los cambios no previstos que empezamos a ver en 2020 y que, sin duda, continuarán en este año y los que vienen, nos dejan a todos, o casi, en una especie de estado de shock y de indefensión. Como acotó Anthony Painter [1] en su artículo “See The Future. Act Now”:
“Nuestras vidas deben proseguir con el cambio a un lado y eso es, en muchos sentidos, lo que es tan agotador: estamos viviendo al mismo tiempo realidades nuevas y viejas que no están sincronizadas. Así que aquí estamos, atrapados entre una vida pasada que dimos por sentada, un presente del que queremos librarnos y un futuro que apenas estamos comenzando a imaginar…”.
¿Qué hacer entonces? Una buena idea, curiosamente, proviene del ámbito de la salud y del cuidado del peso corporal. En un artículo para Psychology Today, el doctor Jason Lillis expone una paradoja: para hacer cambios, primero hay que pasar por un proceso de aceptación de emociones, como el miedo al dolor o a la pérdida, la ansiedad y el deseo de recobrar la vida pasada.
En otras palabras, lo que sugiere Lillis es practicar la empatía con uno mismo y reconocer que “está bien” sentir lo que sentimos, incluso si es una fuerte resistencia al cambio. Esta idea es tan poderosa que puede cancelar la sensación de que “hay algo mal en nosotros” que debe ser reparado o modificado si es que se desea seguir y hacer frente a este mundo cambiante.

Así pues, aceptar la realidad tal como se nos presenta —y eso nos incluye a nosotros mismos, nuestras emociones y pensamientos— es el primer paso para asumir que, de aquí en adelante, es probable que los trabajos, las clases, reuniones y diversiones de muchos serán una combinación entre lo digital y lo análogo, entre lo presencial y lo virtual, lo artificial y lo natural.
Lo cierto es que, ya seas un early adopter o te resistas al cambio, éste tendrá lugar; de modo que aferrarse a la idea de que un día “volveremos a la normalidad” es como adquirir un boleto de ida a una estación que quedó atrás… y que quizá dejará de existir antes de que llegues a ella.

[1] Director de acción e investigación de la Real Sociedad para las artes, la manufactura y el comercio del Reino Unido.