
Como muchas personas de mi generación, la infancia de este humilde sombrerero estuvo marcada de forma decisiva por las películas animadas de la casa Disney. Y si sabes de mi afición por la música, podrás sospechar que de entre todas ellas mi favorita sin discusión es Fantasía (1940), la cual he visto una y otra vez, primero en la pantalla grande; después en cintas, DVD y hasta en Blu-ray; y ahora nuevamente la disfruto gracias a los servicios de streaming.
Además de la animación del gigantesco diablo de Una noche en la árida montaña, mi secuencia favorita corresponde a los fragmentos de El cascanueces de Piotr Ilych Tchaikosky —lo siento, señora RAE, me rehúso a quitarle la T inicial—; y en mi memoria aún suena la voz del narrador en español de la película, la cual decía que “a menudo los artistas eran los peores jueces de sus propias obras, pues al compositor ruso no le gustaba en absoluto este ballet que, sin embargo, se convirtió en la obra más famosa de todas las que escribió”, o algo así.
Quise ahondar en el asunto y resulta que, al parecer, esto era verdad: su propio hermano menor, Modesto Tchaikovsky, dijo alguna vez que el gran Piotr Ilych “no estaba muy complacido con el tema de El cascanueces”, no tanto porque no le gustara la obra original de E. T. A. Hoffmann, sino porque le horrorizaba la idea de verla convertida en un ballet. Esto lo confirma una carta de Ivan Vsevolozhsky, director de los Teatros Imperiales de Rusia, quien después del encargo se disculpó con el compositor diciéndole: “He sentido agonía y remordimiento por pedirte que hagas este ballet. Sé que no te resulta atractivo. Eres un alma excepcionalmente amable por no rechazarme”.
Algo similar le sucedía al músico francés Maurice Ravel, quien a pesar de ser un extraordinario compositor, pianista, director y orquestador —nada menos, es el autor de los arreglos de los Cuadros de una exposición de Mussorgsky—, es recordado en el mundo por una sola pieza: su famoso Bolero (1928). Al respecto de ésta, decía: “He escrito una sola obra maestra, el Bolero; desgraciadamente, no hay nada de música en ella” y, también, “sin forma en el verdadero sentido de la palabra, sin desarrollo y casi sin modulación”;[2] es decir, creía que era un monótono ejercicio de orquestación sobre un único tema… y, la verdad, creo que tenía razón.
Ya en el siglo XX, vienen a mi mente tres músicos contemporáneos que también acabaron detestando sus obras más conocidas: Robert Plant, el vocalista de Led Zeppelin, quien acabó tan harto de “Stairway to Heaven” —el más grande hit de la banda y uno de los himnos del rock clásico— que por años se rehusó a reunirse con la banda solamente para no tener que cantarla de nuevo y hoy se refiere a ella como “esa maldita canción de bodas”.
Por su parte, Thom Yorke, de la banda inglesa Radiohead, ha mandado a freír espárragos a quien se atreve a pedirle que cante “Creep”; y el engreído cantante de Oasis, Liam Gallagher, al respecto de “Wonderwall” ha dicho que “no soporta esa $%&# canción” y que le dan ganas de vomitar cada vez que la escucha. Tres divos en todo su esplendor, sin duda alguna…

Demos paso ahora a la pintura. Pensemos en los hermosos lienzos de Claude Monet, famoso sobre todo por sus nenúfares, a los cuales dedicó la última fase de su producción pictórica. Aunque existen un par de centenas de ellos, un dato no tan conocido es que, debido a ciertos problemas en su visión que iban acentuándose con la edad, el pintor francés no siempre quedaba satisfecho con los resultados… y acababa destruyendo o acuchillando los lienzos. Se cuenta que, incluso, una vez aniquiló quince pinturas de gran formato que iban a ser exhibidas en la Galería Durand-Ruel de París. Así los artistas y sus temperamentos.
Es una anécdota de sobra conocida que Stephen King despreció tanto el primer manuscrito de su primera novela, Carrie (1974), que acabó arrojándolo al cesto de la basura, de donde su esposa Tabitha lo rescató; el tiempo le dio la razón a la señora King, pues éste fue el primero de sus innumerables éxitos literarios.
Otra anécdota que quizá muchos no conocen es que el escritor ruso Leon Tolstoi se avergonzaba de haber escrito sus dos “magnas obras”: La guerra y la paz (1869) y Anna Karenina (1878). La razón, según el crítico ruso Pavel Basinsky, fue el “descubrimiento de lo espiritual” que tuvo al cumplir el medio siglo, cuando repudió todas sus obras anteriores en aras de sus nuevas convicciones religiosas; según Basinsky, “este es un destino específico muy ruso: este pueblo es conocido por quemar puentes, renunciando repentinamente a todo lo que hacían antes”.

Terminemos este breve, pero conciso recorrido, con la película Historia americana X (1998). En su debut como director, Tony Kaye presentó la historia de un brutal supremacista blanco, Derek Vineyard, que asesina a dos hombres negros por intentar robar su camioneta; la película obtuvo muchos elogios de la crítica, incluida una nominación al Oscar como Mejor Actor para Edward Norton, sin embargo Kaye no quedó contento con el resultado, pues el estudio sugirió una serie de ediciones en el corte final y el director, indignado por la intrusión injustificada, decidió distanciarse del filme.
Pero el asunto no paró ahí, pues Kaye no sólo expresó públicamente su disgusto, sino que también trató de difamar a la película y al protagonista Edward Norton gastando dinero en anuncios para atacar al elenco y al equipo. Al final, su descontento no tuvo éxito y la película logró los resultados deseados; así, su amarga batalla contra su ópera prima no le valió más que una mala reputación y una carrera fallida en Hollywood…
Anécdotas más, anécdotas menos, dos cosas quedan claras: como se dijo al inicio de este texto, es bien cierto que los artistas y creadores con frecuencia no juzgan con buenos ojos sus propias obras y pueden ser los críticos más corrosivos de su propio trabajo; pero también hay que considerar que —como en el caso del Bolero, quizá— no siempre la obra más popular es lo mejor de un artista, y no hace falta más que honestidad con uno mismo para darse cuenta de ello. En esos casos, no queda más que lamentar que el propio nombre quede para siempre adosado a una obra que nunca nos satisfizo del todo. ¿O tú qué crees?
