
No soy el primero que lo dice, pero todo indica que vivimos en los tiempos del egocentrismo: celebridades, gobernantes y oligarcas que están auténticamente embelesados con ellos mismos, con sus voces y sus propias imágenes, y que sólo se preocupan por sus propios intereses; y, en el otro lado, una sociedad obsesionada con la apariencia, las selfies y las opiniones en redes sociales que son vertidas a la ligera, pero se proclaman como si fueran verdades trascendentes —y lo peor del asunto es que muchas veces estas actitudes se confuden con “tener amor propio”—. En este panorama, ¿cómo se puede distinguir entre la sana autoestima y el egocentrismo?

Para tener respuestas definitivas o, al menos, contundentes, quizás habría que consultar la cuestión con psicólogos, terapeutas y otros profesionales de la salud, así como con personas que han logrado un gran desarrollo personal. Pero si lo que buscas es una primera aproximación práctica y sencilla a este tema, aquí te comparto cinco preguntas para distinguir entre la sana autoestima y el egocentrismo, basados en diversos textos de divulgación científica, en algunas enseñanzas de corte espiritual y, desde luego, en mi experiencia personal.
¿Valor intrínseco o valor relativo?
Para empezar, una persona con sana autoestima conoce, asume y reconoce su propio valor intrínseco y el de los demás; es decir, la valía y la dignidad que todos tenemos como seres humanos. El egocéntrico, en cambio, cree que el valor de alguien es relativo y depende de factores externos como la edad, la estatura, el aspecto físico, la ocupación, el nivel socioeconómico, una filiación ideológica o hasta el origen étnico. Un ejemplo que viene a mi mente es el de un político mexicano de derecha que expresó: “Me parece inaudito que mi voto valga lo mismo que el de un indígena”. Egocentrismo en su máxima expresión.
¿La escena completa o el centro en ti mismo?
Haciendo una analogía astronómica, la sana autoestima nos permite darnos cuenta de que cada uno es como un planeta que forma parte de un sistema, el cual traza órbitas en torno a una estrella que, a su vez, ocupa un sitio dentro de una galaxia… y ésta se encuentra contenida en el universo conocido. La persona egocéntrica, sobra decirlo, está convencida de que él o ella son el centro del universo, en torno al cual gira todo lo demás. Todos sabemos de alguien así.

¿Perspectiva horizontal o vertical?
En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson escribió “All men are created equal”, algo que en los tiempos actuales podríamos traducir como “todas las personas son política y moralmente iguales, y dotadas de los mismos derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”: una perspectiva horizontal en la que todos los seres humanos —y, si me apuras, todos los seres vivos— ocupamos el mismo nivel en dignidad. El caso contrario es el de una persona egocéntrica que continuamente se compara con otras, a las que juzga como superiores o inferiores a sí misma.
¿Procuras autocuidado o demandas atención?
Amarse a uno mismo implica un compromiso a largo plazo con el propio bienestar, de modo que se procurará aquello que es benéfico y provechoso: por ejemplo, la salud física, la paz mental, un ambiente libre de toxicidades, pocos apegos materiales y ninguna actividad riesgosa que sea innecesaria. En contraste, el egocentrismo demanda atención, la satisfacción inmediata de sus deseos y la continua reafirmación de su valor en forma de halagos, cariños, regalos materiales… o hasta likes.
¿Escuchas la crítica, te la tomas personal… o la ignoras?
Autoestima no es lo mismo que creer en la propia perfección. Por eso, alguien que tiene este rasgo en niveles sanos se reconoce como un ser imperfecto, es capaz de escuchar una crítica e incluso puede sacar provecho de ella para su mejora personal. El egocéntrico tomara una de dos posturas: si cree que su propio valor varía en función de la opinión de los demás, tomará a tono personal una crítica; y si además sufre de narcisismo patológico, hará caso omiso de cualquier comentario que no le dé la razón o confirme su superioridad… como el rubio mandatario del país vecino.
Por fortuna, sólo un verdadero santo o un iluminado podrían sacar un “cinco de cinco” en este pequeño examen, así que nada hay de condenable en detectar en uno mismo algún tinte de egocentrismo. Pero no nos quedemos ahí: lo que sigue, entonces, es usar este mini diagnóstico para empezar un trabajo personal en el que la sana autoestima no es la meta, sino la forma de construir poco a poco la plenitud personal y un mayor goce en la vida cotidiana.
