Obra de Ives Klein; FOTO: Vincent West/REUTERS.
Azul era el color favorito del artista francés Yves Klein, quien además de pintar cuadros en los que todo era azul, patentó su propio color, “el azul Yves Klein internacional”, un tono ultramarino tan intenso y poderoso como una ola rompiendo en la playa. Este color de marca registrada recuerda al utilizado por Henri Matisse en su famoso Desnudo azul, en el que un cuerpo femenino aparece recortado en todo su azulado esplendor contra un fondo blanco. Otros artistas embelesados con el color que nos ocupa fueron Franz Marc y Vasili Kandinski, que gustaban de pintar caballos azules rodeados de paisajes con montañas rojas o violeta y cielos en los que se desplegaban los colores de la más vistosa mascada.
Franz Marc, El gran caballo azul, 1911.
Pero no sólo los artistas han caído en sus redes, el azul —con sus más de ciento diez matices cromáticos— ha enamorado a casi la mitad de la población del planeta, que lo define como su color predilecto, pero… ¿por qué? Una de las razones podría ser que en el inconsciente colectivo la divina protección aparece teñida de azul. Ante una desgracia —sin importar que seamos creyentes o ateos— instintivamente dirigimos la mirada hacia el cielo, como si el consuelo o la solución a nuestros problemas se encontrara en algún lugar de ese espacio azul que se nos antoja infinito y benevolente. Así que no resulta extraño que para muchas religiones el azul sea el color de los dioses, quienes compartirían los atributos del firmamento. Un ejemplo de lo anterior es el dios Vishnú, venerado en el hinduismo, que tiene la piel de un color celeste aterciopelado.
Representación de Visnu.
Existe la creencia popular de que una persona iracunda puede ser apaciguada si se le traslada a una habitación pintada de azul, mientras que un cuarto con las paredes rojas intensificará su desesperación —seguramente inspirada por esta idea, la escritora inglesa Charlotte Brontë concibió la terrorífica habitación roja que aparece en su novela Jane Eyre, donde la protagonista es encerrada durante toda una noche y sufre una crisis histérica. Ahora, si bien resulta exagerado pensar que la simple exposición a un color puede angustiarnos al borde de la locura o producirnos una serenidad perfecta, es verdad que los colores desencadenan una respuesta emocional en nosotros. En un estudio realizado en la Universidad de Texas, se demostró que cuando los sujetos miraban una luz roja, apretaban los puños con 13.5 por ciento más fuerza que al encontrarse ante una luz azul.[1] El azul, entonces, envía un mensaje inconsciente de relajación a quien lo observa, y éste podría ser otro de los secretos de su popularidad, así como la razón de que los diseñadores de productos farmacéuticos decidieran que el color predominante en las cajas de calmantes fuera el azul.
El azul también se ha instituido como el color de lo masculino, aunque según la antigua simbología representa a la feminidad, dado que es un color apacible, vinculado con las aguas que simbolizan a la Gran Madre de todos los seres —aquí cabe mencionar que a la Virgen María suele representársele con un manto azul, como si estuviera siendo cobijada por la bóveda celeste. La historia de esta inversión simbólica ilustra la forma en que los colores se han ido cargando de significados —muchas veces contradictorios— a lo largo del tiempo. Hoy en día el azul se asocia con lo masculino debido a la casi extinta costumbre de vestir a los recién nacidos de celeste, si son niños, y de rosa, si son niñas. Sin embargo, ésta es sólo la consecuencia de una creencia milenaria. Ya se dijo que desde siempre el azul ha sido asociado con el cielo —el lugar donde viven los dioses, quienes deciden el destino de los seres humanos— y que éste es el color de la divina protección. Con dicha creencia en mente, los antiguos vestían a los recién nacidos varones con ropas azules para protegerlos del mal y de esa manera garantizar la continuidad del nombre de la familia. Las niñas, por su parte, “nacían en delicados capullos de rosa” —según una leyenda europea—, y por ello el rosa se convirtió en su color, aunque en la actualidad su uso sea cada vez más democrático. Con base en todo lo anterior, podría afirmarse que el azul es un color andrógino, con atributos masculinos y femeninos que resultan atractivos para ambos sexos.
Un buen día alguien descubrió que al triturar el lapislázuli —una piedra azul semipreciosa con vetas blancas y motas doradas— se obtenía un polvo de color intenso con el que podía hacerse pintura, el cual fue bautizado como azul de ultramar o ultramarino, y es el color más caro de todos los tiempos.[2] Debido a su fantástica luminosidad,el azul de ultramar se convirtió en la obsesión de los pintores, que deseaban trasladar a sus cuadros la magnificencia de esa piedra con la que se construyó la monumental Puerta de Istar y que sirvió para decorar las máscaras funerarias de los gobernantes del antiguo Egipto. En la actualidad es posible producir azul ultramarino sintéticamente, pero el color de máxima calidad hecho con auténtico lapislázuli, como el utilizado por Johannes Vermeer en su cuadro La joven de la perla, puede llegar a costar miles de dólares. Así es que en la historia del color azul hay capítulos que hablan de su alto valor, no sólo monetario, sino también simbólico, como podrá verse a continuación.
Johannes Vermeer, “Meisje met de parel” (ca. 1665)
(Dominio público)
El azul celeste luminoso —como el de los mantos de coronación de los reyes franceses— es un color asociado a la nobleza, contrario al azul turbio y simplón que, durante la Edad Media, usaban los plebeyos. En aquella época, teñir las telas de rojo o de azul real era tan caro que sólo la élite gobernante podía costearlo, por lo que tales colores se convirtieron en un anhelo inalcanzable para las clases bajas. Aunado a lo anterior, la vinculación de este tipo de azul con la realeza se intensificó porque los campesinos españoles tenían la creencia de que los reyes, las princesas y los condes tenían la sangre azul, pues su piel era de una blancura tal que traslucía las venas azuladas. Varios siglos más tarde, muchas personas siguen suspirando con las historias sobre gente de “sangre azul” que aparecen en ciertas revistas, acompañadas de fotografías de castillos, jardines de ensueño y niños vestidos con primorosos trajecitos color baby blue. De modo que tal vez, para algunos, la vida ideal es de color azul.
Simon Vouet, Retrato de Luis XIII (s. XVII)
(Dominio público)
Por último, cabe sugerir que el azul nos parece interesante porque, a menos que recordemos alejar la mirada de nuestra cotidianidad para observar el cielo o tengamos el privilegio de vivir cerca del mar, no es un color muy común en la naturaleza. Quizá por ello lo relacionemos con sentimientos y cuestiones abstractas. Decía Kandinski que “Cuanto más profundo el azul, más llama al hombre a lo infinito y despierta en él el anhelo de lo puro y, finalmente, de los suprasensible”. El azul, entonces, nos invita a elevarnos por encima del pequeño mundo que es nuestra mente para aproximarnos a aquello que quizá no podamos explicar con palabras, pero sí intuir al mirar las incontables crestas del mar o el siempre cambiante atuendo del cielo…
[1] Diane Ackerman, Una historia natural de los sentidos, editorial Anagrama, 2000, p. 295.
[2] Eva Heller, Psicología del color, editorial Gustavo Gili, 2007, p. 30.