En la literatura universal existen libros que han resistido el paso del tiempo, las críticas de sus contemporáneos y al escarnio de sus autores. Se les llama “libros clásicos” y tienen elementos en común: han influido a una gran cantidad de lectores, dieron origen a un género o promueven valores universales, más allá de su calidad literaria o de su excelencia académica, que no son poca cosa.
Algunos de estos libros clásicos no fueron exitosos ni recibieron buenas críticas cuando se publicaron, pero con el paso de los años se fueron colando en el gusto del gran público y los estudiosos reconocieron sus méritos artísticos; por ello, a menudo a sus autores se les toma como “genios adelantados a su tiempo”, sobre todo cuando el éxito se debe sólo al talento y no a las relaciones, privilegios o esfuerzos de promoción y preservación de la obra.
Uno de los libros clásicos más emblemáticos es Frankenstein o el moderno Prometeo, de la inglesa precursora de la ciencia ficción, Mary Woolstonecraft Shelley. Esta historia revolucionaria para su tiempo causó un profundo impacto en los lectores; su éxito fue tal que no ha dejado de imprimirse desde su publicación en 1818, además de que ha tenido adaptaciones al teatro y al cine. Y este no fue el único legado que nos dejó Mary Shelley, pues también editó y publicó los poemas de su difunto esposo, Percy Bysshe Shelley, algo decisivo para que éste fuera reconocido como una de las plumas más brillantes del romanticismo: obras como “The Mask of Anarchy”, un extraordinario poema pacifista de protesta política, se han convertido en verdaderos clásicos de las letras inglesas.
En el mismo siglo XIX, otra autora inglesa influyente y querida en el entorno literario fue Jane Austen, cuya novela más famosa, Orgullo y prejuicio, se ha llevado en muchísimas ocasiones al cine y la TV —la más memorable fue protagonizada por Colin Firth y Jennifer Ehle—. Quienes la han leído recordarán su primera frase, que deja claro de qué va esta narración centrada en el matrimonio: “Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una notable fortuna necesita una esposa”.
Otro de los elementos que vuelven “clásico” a un libro es la influencia que tiene a lo largo de las generaciones; es decir, que sea leído, releído, referido y discutido ampliamente por el público general, no sólo en sectores académicos. Algunos clásicos logran esto en virtud de los temas que abordan y del enfoque con que lo hacen, al explorar la condición humana y los valores universales como el honor, la venganza y la pasión a través de sus personajes.
Tal es el caso de El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. A diferencia de otros clásicos, éste fue ampliamente reconocido desde su salida al mercado y su influencia fue tan grande que algunos autores intentaron copiar la fórmula planteando sus historias como secuelas de esta trama; uno de los más notables fue el estadounidense Edmund Flagg, quien publicó varios títulos en los que aborda lo que sucedió posteriormente con Edmundo Dantés, su esposa y su hija.
El Conde de Montecristo también se ha adaptado en varias ocasiones al teatro, el cine y la televisión —este año se estrenó en la pantalla grande una nueva versión, dirigida por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, así como una serie de televisión protagonizada por Sam Claflin—, además de que su conocida historia de injusticia, paciencia, escape y redención ha sido reinterpretada una y otra vez en otras narraciones que involucran prisiones y reos encarcelados sin razón.
Un clásico que no podía dejar fuera es Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, considerado por los académicos como el libro más influyente de la literatura en español. Y es que sabemos que se trata de un clásico porque, sin importar si lo hemos leído o no, todos sabemos del caballero de la triste figura y de su escudero, Sancho Panza, y reconocemos la frase con que inicia la magna obra: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme …”.
En las letras latinoamericanas del siglo XX, hubo libros clásicos como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que detonaron grandes cambios en la forma de hacer literatura. En este renglón, Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, y La amortajada, de María Luisa Bombal —así como títulos de Silvina Ocampo, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Clarice Lispector y otras autoras latinoamericanas— están siendo traducidos por primera vez a otras lenguas para poner al alcance de los lectores del mundo los grandes temas de la literatura vistos desde nuestra perspectiva.
No podemos cerrar este artículo sin mencionar otros cinco clásicos de la literatura universal: Hamlet y Romeo y Julieta, de William Shakespeare; Las mil y una noches, de autores anónimos; El mago de Oz, de L. Frank Baum y El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Aunque hoy en día es común escuchar la expresión “clásico moderno” para referirse a un bestseller o a un exitoso libro actual, sólo el tiempo y la cantidad de lectores que lo hagan suyo decidirán si en verdad será un clásico que perdurará en la memoria de la humanidad cincuenta, cien, doscientos y hasta más años en el futuro.