Cómo ser un mejor conversador

Cómo ser un mejor conversador
Bicaalú (autor)

Bicaalú

El tutorial

Actualmente, a pesar de los avances tecnológicos, no hay mucha gente con la que podamos tener una buena conversación. De hecho, hay quienes dicen que es justo por la tecnología que existe tal escasez. ¿En algunos años será más común sumir las narices en una pantalla que escuchar la voz de alguien más sin mediación electrónica? En Bicaalú esperamos que eso no ocurra y, por ello, proponemos este manual para ser mejores conversadores.

1. Aprende a escuchar. Resulta paradójico, pero un buen conversador es la persona que sabe escuchar lo que la otra persona trae atorado entre pecho y espalda. Y esto sucede porque, en una conversación común, a menudo nuestro interlocutor parece estar ansioso por tomar su turno para hablar de su vida, sus problemas y sus andanzas. Por eso, cuando hallamos a alguien que nos escucha sin prisas lo que le decimos, nos parece halagador.

2. Interésate genuinamente en el otro. Para que puedas cumplir el primer punto, debes aplicar el segundo. Es muy difícil escuchar atentamente algo o a alguien si no te llama la atención. Trata de mostrar empatía y de mirar las cosas desde la perspectiva de la otra persona: ¿qué la mueve?, ¿qué pasa por su mente?, ¿qué le gusta hacer? Cuando logras esta conexión con el otro, es muy difícil que pierdas el interés.

3. Elige comentarios positivos. Es común encontrar a personas que viven quejándose o criticando casi todo a su alrededor y, cuando encuentran a gente igual, pueden pasar toda la tarde criticando hasta a la mosca que pasó volando. Si quieres atraer a gente con motivaciones y actitudes distintas, procura buscar un ángulo favorecedor para cualquier tema cuando la ocasión sea socialmente apropiada —no vayas a contar chistes en un funeral. Con la práctica, resultará cada vez más sencillo encontrar un rasgo alentador hasta en el tema más deprimente.

4. Es una plática, no un debate. Si bien una buena charla invita a involucrarse más allá en el plano intelectual, hay que recordar que sigue siendo una plática y no debemos sentirnos heridos u ofendidos por las ideas de los demás. Es preferible ejercer el respeto a la diversidad de ideas y convicciones: el debate, la descalificación, la crítica, el juicio de valor y la imposición de ideas quedan mejor en un debate político que en una plática amistosa. Y aunque muchas veces las charlas informales no llegan a una conclusión satisfactoria para todos, eso no necesariamente es malo: si la plática fue rica, reveladora o chispeante, cumplió con su objetivo.

5. Reparte halagos con generosidad. No hay mejor manera de granjearte la amistad de alguien que con un cumplido, siempre y cuando éste sea sincero y realista —la zalamería suele provocar sospechas y ser contraproducente. Pero si logras interesarte en la persona, podrás también hallar puntos positivos; expresa con efusividad tu entusiasmo por aquellos rasgos que te parezcan dignos de lisonja y verás cómo le cambias el rostro a cualquiera.

6. Sé auténtico. Parece paradójico que cuando queremos impresionar a alguien para granjearnos su amistad, resulta que lo que les agrada de nosotros es ese rasgo que buscábamos ocultar por no ser socialmente aceptable. Sin faltar a las más elementales leyes de convivencia, muchas veces la picardía, la inocencia y el punto de vista disparatado de cada quien es lo que hace que se valore su amistad, pues es un material escaso y a todos nos gusta el refrescante cambio de hallar a alguien que dice las cosas que piensa o que utiliza un vocabulario pintoresco, cuando ese rasgo es innato en la persona.

7. Busca el balance. A menos que estés ofreciendo tu ayuda, tu hombro o tu oído a alguien que necesita desahogarse o contar sus problemas con detalle y sin interrupción, por lo regular en una plática satisfactoria cada uno de los participantes aporta una parte proporcional al número de personas que interactúan —por ejemplo, veinticinco por ciento si son cuatro tertulianos. Por supuesto, hay quienes son reservados o prefieren permanecer callados, lo cual también es respetable y uno no debe insistirles demasiado, pero al menos se les debe dar la oportunidad de participar cuando se sientan listos para hacerlo.

8. Haz preguntas interesantes. Todos conocemos el clásico “¿Estudias o trabajas?” o las preguntas sobre el clima —como las que usan los ingleses para abordar a un extraño, pues en su nación éste suele ser impredecible. Sin embargo, nada anima más y con más presteza a un interlocutor que una pregunta poco común que ponga de relieve un aspecto hasta entonces poco explorado de una situación. Por ejemplo, preguntar “¿Qué te impulsó a hacer ese cambio tan radical?” o “¿Cómo haces para seguir motivado?” suele resultar en respuestas más vivaces y conversaciones más animadas que las más comunes “¿Qué hiciste ayer?” o “¿Qué vas a hacer al rato?”

9. No juzgues. Hay quienes son fanáticos de la corrección gramatical o fonética y no dudan en llamar la atención sobre algún desliz en medio del mejor relato en el repertorio de su interlocutor. En el caso de los docentes o de la gente de letras, puede ser una deformación profesional, pero ésa es una de las maneras más efectivas de acabar con una conversación y asegurarse de que la experiencia no se repita. Por otro lado, a veces las personas dicen frases, comentarios, bromas o referencias que nos parecen raras o incómodas; tampoco hay que juzgar a esa persona como desequilibrada sólo por algo que, seguramente, en su cabeza tenía sentido y en la nuestra no.

10. Empieza ya. La práctica lleva a la maestría; no esperes más: inicia hoy mismo una conversación diferente.

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