No basta con ser creativo: también hay que ser innovador.
La anécdota es relativamente conocida: un día soleado de 1943, durante unas vacaciones en Santa Fe, Nuevo México, el científico estadounidense Edwin Land le tomó unas fotografías a su hija de tres años, Jennifer, quien con la típica impaciencia infantil le preguntó por qué no podía ver la foto en ese mismo instante. Cualquier otro padre le habría explicado las múltiples razones por las que la solicitud no era posible; para Land, esa fue la semilla para inventar la cámara instantánea. ¿Fue sólo creatividad lo que le permitió dar con uno de los más grandes avances tecnológicos de su tiempo, o intervino algo más?
Desde hace años, sobre todo en ámbitos tecnológicos, empresariales y de negocios, se habla mucho de la innovación, refiriéndose a ideas “disruptivas”, productos novedosos y formas depuradas de hacer las cosas. Quizá por ello es que puede confundirse con la creatividad, pues ambas resultan en algo nuevo, distinto, mejorado, más agradable o eficiente. Entonces, ¿cuál es la diferencia?
Aunque existen muchas definiciones de cada concepto, para explicar la idea que nos importa en esta ocasión recurriremos a un documento de la Universidad de Stanford que hace la siguiente precisión: “típicamente, la creatividad se centra en el pensamiento y el conocimiento originales, lo cual libera el potencial de las ideas y es parte integral de su generación; la innovación, en cambio, se usa para convertir la idea creativa a la que llegaste en una solución viable”.
En el mismo documento se distinguen dos fases del proceso completo de la creatividad y la innovación: primero, se estimula la creatividad con técnicas como la lluvia de ideas o brainstorming, las cinco preguntas—qué, quién, cómo, dónde y por qué del problema— o el ¿Qué habría hecho Fulano?; una vez que se tienen muchas ideas creativas, se discute la viabilidad de cada una, se eligen los mejores caminos en función del problema original, se planean los pasos para su implementación, se evalúa su desempeño y se hacen correcciones a la idea original.
Pensando en términos empresariales o de emprendedores, otra perspectiva nos la ofrece un artículo del periódico de negocios Business News Daily, que define la creatividad como “la capacidad de pensar de modos distintos y de aplicar perspectivas frescas a viejos problemas”, mientras que la innovación “es creatividad aplicada, con la cual la chispa de la nueva idea se convierte en una solución o un proceso novedosos”.
Así, volviendo a la pregunta original del inicio, la epifanía que detonó la pregunta de su hija en la mente de Land fue la creación de una cámara fotográfica que realizara en minutos los procesos de impresión y revelado en papel, y eso fue creatividad pura; todos los procesos físicos y químicos que ideó en su mente científica para hacer posible su idea, y la forma de reproducirlos de forma eficiente para fabricar cámaras en serie —¡y venderlas!—, eso fue innovación.
¿Qué vale más, entonces, la creatividad o la innovación? Alguien con espíritu muy práctico —como mi primer jefe— diría que alguien, por muy creativo que sea, si no tiene la capacidad de llevar a buen puerto un proyecto, no tiene mucha cabida en este mundo utilitario. Pero como dice Sean Peek en su artículo del Business News Daily, la creatividad por sí sola no crea productos ni genera ventas, y la innovación sí, pero ésta no existiría sin personas creativas en la nómina.
Ser creativo significa “pensar fuera de la caja”, desafiar las normas, razonar al revés, preguntarse “¿qué pasaría sí…?” y “¿por qué no…? con frecuencia; ser innovador es introducir cambios y mejoras en sistemas relativamente estables, y crear el paso-a-paso para hacer realidad las nuevas ideas, aunque a veces parezcan descabelladas. Por eso debe haber un balance y un equilibro entre los dos aspectos, para que las ideas no se estanquen en los procesos ni dejen de fluir, y tampoco se queden en simples “sueños guajiros”.