Cuencos tibetanos y otras músicas que curan: ¿realmente sirven?

Cuencos tibetanos y otras músicas que curan: ¿realmente sirven?
Mad hi-Hatter

Mad hi-Hatter

Hace no muchos años, este humilde sombrerero estaba de paseo en el pueblo mágico de Tepoztlán, Morelos, cuando una joven vestida a la usanza de las mujeres de la India —o así me pareció— se me acercó y me ofreció una prueba gratis de “terapia vibracional” con cuencos tibetanos. Picado por la curiosidad de saber si realmente sirven, acepté la oferta y entré a su local…

A medida que iba bajando distintos cuencos metálicos y gongs de las paredes donde estaban colgados, la joven me explicó que, según la tradición, estos instrumentos “emiten el sonido del vacío, el sonido om, que es la vibración del universo manifestándose”, y que aunque se reconoce que datan de la época del Buda histórico —entre los siglos VI y V a.C.—, se han encontrado piezas en el Tíbet con una antigüedad mucho mayor.

Para que suenen, los cuencos son golpeados y frotados con una baqueta de madera. Si se manejan con pericia, producen sonidos armónicos o sobretonos, “que consisten en una nota fundamental de la que se desprenden otras más agudas que guardan una relación armónica entre sí”. Al colocarse uno tendido en el piso o de pie frente al terapeuta, empiezan a percibirse tanto los sonidos que inundan el cuarto y retumban en los oídos, como las vibraciones en todo el cuerpo. Sin duda, la sensación era un poco apabullante, pero muy agradable.

“Los cuencos —continuó explicando la joven— están hechos con una aleación de siete metales, uno por cada planeta: oro (Sol), plata (Luna), mercurio (Mercurio), fierro (Marte), plomo (Saturno), estaño (Júpiter) y cobre (Venus); por eso sus vibraciones tienen un efecto terapéutico”. “Además —me dijo— pueden inducir estados de relajación profunda y curar algunas dolencias”. Agradecido por la explicación, tomé una tarjeta y prometí llamar para agendar una cita…

La idea de que existen “músicas que curan” no es nueva ni, mucho menos, descabellada: nadie puede negar el efecto benéfico que tienen la música, los sonidos y los acordes armónicos en nuestros estados de ánimo. Pero de eso a afirmar que ciertos sonidos o ciertas “vibraciones” son capaces de alinear o de equilibrar los centros energéticos llamados chakras para reducir el estrés, aumentar la energía y hasta curar enfermedades, hay mucho trecho.

Cuenco tibetano

Investigando los mitos y las realidades de estos cuencos “cantores” —como les llaman algunos—, leí por ahí que casi ninguno de ellos está fundido con los siete metales que señala la tradición, y que esto no pasa de ser un argumento de venta como aquel que sostiene que los cuarzos y otras gemas tienen poderes curativos, absorben energías negativas o limpian la conciencia.

Un estudio dirigido por Tamara L. Goldsby, de la Universidad de California, estudió los efectos de los cuencos tibetanos en sesenta y dos hombres y mujeres de cincuenta años de edad en promedio, y encontró que tras su uso éstos reportaban menos tensión, ira, fatiga y alivio de su ánimo deprimido; sin embargo, existe nula evidencia de que sean capaces de curar enfermedades.

La idea detrás de los beneficios de los cuencos consiste en que las vibraciones, y no los sonidos, “armonizan las ondas cerebrales” e inducen estados de relajación —algo similar a lo que, se presume, sucede con los binaural beats, de los que ya escribiré en el futuro—; esto se reflejaría en una menor secreción de la hormona del estrés, el cortisol, lo cual brinda una sensación de bienestar.

Cuenco frotado con una baqueta de madera

Si deseas probar con la terapia vibracional, aunque en general no representa riesgos, es necesario tomar precauciones: los médicos no la recomiendan a mujeres embarazadas ni a personas que sufren de epilepsia o de migraña —los sonidos, al parecer, pueden desencadenar convulsiones o jaquecas.

En mi siguiente paseo por Tepoztlán, recordé la explicación y el local con los hermosos cuencos y quise volver a visitarlo. Pero, para mi decepción, el negocio había cambiado de manos y ahora en él vendían playeras estampadas, pulseras e inciensos. Lástima: habría podido completar este artículo con una experiencia empírica, pero ya habrá otra ocasión.

Hasta el próximo Café sonoro…

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